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Europa y Democracia: ser o no ser.
Por Carmen Serrano
La esencia democrática del proyecto europeo es el pilar básico de su razón de ser. La necesidad de paz tras dos guerras mundiales, la necesidad de unión para hacer frente a los regímenes totalitarios en defensa de sistemas democráticos garantistas de los derechos humanos y libertades civiles, es el germen propio de aquel sueño, hoy realidad: la Unión Europea.
Pero Europa no es solo un proyecto político, ni un proyecto de integración más. Europa es un proyecto político, de integración política, que se ha construido, que se construye, sobre unos sólidos principios y valores democráticos. Principios y valores democráticos transversales que inspiran, que guían, que reflejan el alma de la propia Unión Europea. Principios y valores democráticos que son, o no son; que se respetan, o no se respetan. No caben vasos medio llenos, ni medio vacíos.
Por eso, para quienes creemos que Europa es mucho más que cupos, cuotas, aportaciones, subvenciones, mercados económicos, financieros y monetarios, formar parte de este proyecto común evidencia un inequívoco compromiso de respeto por un modelo político democrático, garantista y respetuoso con los derechos humanos y las libertades civiles. Un compromiso asumido consciente y voluntariamente, porque ser parte de este proyecto común es una opción libre y voluntaria. Nadie está obligado a estar. Pero quien está, debe estar en democracia. Porque sin Democracia, Europa no es. Porque sin Democracia, esta Europa, la Europa que nace como confrontación a la guerra y a los regímenes totalitarios, no se entiende.
Europa no puede permitir la integración de nuevos Estados miembros que no cuenten con sistemas políticos democráticos. Y por eso Turquía, en su situación actual, no puede ser parte de la Unión Europea. Pero el respeto a los valores democráticos no puede ser sólo un requisito para entrar a formar parte de, sino que debe ser un requisito para estar, para seguir siendo. Porque ser Europa es ser Democracia. Y por eso Europa no puede mantenerse impasible ante la deriva autoritaria de Polonia, o el veto de Hungría.
Porque el ADN democrático no es un simple requisito burocrático de adhesión o acceso, sino que es la razón de ser del propio proyecto europeo. Si los Estados miembros no creen en esos valores democráticos, ¿cómo va a ser creíble un proyecto común de fomento y defensa de la democracia? Si los Estados miembros no respetan los compromisos asumidos con su adhesión a la Unión Europea, ¿con qué legitimidad se va a exigir a los candidatos a nuevas adhesiones que sí los cumplan? ¿Cómo vamos a exigir a otros que respeten los valores democráticos, cuando no somos capaces de exigirlo a nuestros propios compañeros de camino? Y, ¿es coherente que los Estados miembros tengan opción de veto en los procedimientos ante incumplimientos de estos compromisos de esencia democrática?
Corremos el riesgo real de, siendo cuantitativamente más Europa, ser, sin embargo, cualitativamente menos Europa. No es el momento de medias verdades ni de dobles raseros. Es el momento de ser (Europa), o no ser.
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