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Mientras Europa decide su futuro, España opina sobre todo lo demás
Asistimos a uno de los momentos más importante para nuestro futuro en mucho tiempo. El presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, presenta en el Parlamento Europeo el trabajo de los últimos 12 meses, así como los planes de futuro para la Unión Europea. Y esto último, que se dice pronto, es probablemente la decisión política que más va a influir en nuestras vidas en las próximas décadas.
Sin embargo, en España, aunque en determinados círculos se trata el tema, el debate popular sobre los posibles escenarios del futuro europeo no ha hecho la más mínima sombra a otros que sí han ocupado la mayor parte de nuestro tiempo. No sé vosotros, pero a mí ya no me queda nada por leer u oír sobre el procés. El propio Juncker se pronunciaba hace unos días reiterando que una Cataluña independiente saldría automáticamente de la Unión Europea. Esta aclaración, obvia, llega con sorpresa e incredulidad a los oídos separatistas porque, al igual que en el Brexit de oro de Nigel Farage (aunque allí con un marco legal que garantizaba la consulta), se impone la idea de que la separación traerá la felicidad, la ilusión, que se va a ahorrar mucho cuando no se tenga que mantener al pobre y que la corrupción se la va a llevar el flautista de Hamelín. Ahora Farage se pasea por Europa desmintiendo todos sus pronósticos, apoyando a la candidata alemana que aboga por que la policía dispare a refugiados en las fronteras, sean mujeres o niños, y viviendo completamente ajeno a las duras negociaciones que sus compatriotas tienen por delante.
Mientras Europa decide su futuro y quiere contar con nosotros para ello, en España se discute y opina sobre todo lo demás. Se alimenta la crispación, se busca el zasca y la polémica; se acepta la idea de que cualquier opinión debe ser respetada, por muy desinformada que esta sea. Por opinar, se opina hasta sobre el cumplimento de las leyes, que también acaban divididas, para variar, entre leyes que sí hay que cumplir y leyes que no. A la carta.
A pesar de quienes hablan de ellas como enemigas de la convivencia, son justo las leyes las que garantizan dicha convivencia. Es la existencia de leyes en un Estado de Derecho lo que evita que alguien te pegue un puñetazo por la calle porque opina que te lo mereces, o que te robe la cartera porque opina que a él le hace más falta que a ti.
Y luego está quien confunde la democracia con la llamada “regla de la mayoría” y afirma, sin despeinarse, que la democracia consiste en respetar lo que decide la gente y después vienen las leyes. Olvida que la democracia incluye, además, el respeto a los derechos de todos, incluidas las minorías. Si siempre se hiciese “lo que quiere la gente”, sin respetar los derechos y obligaciones democráticos, Hungría podría negarse a acoger refugiados, y para ciertos delitos existiría la pena de muerte y no la cárcel, algo inimaginable de acuerdo con los valores europeos reflejados en el Tratado de Lisboa: “respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías”.
Por sUErte, tenemos Europa. Su futuro se decide hoy.
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