El desafío independentista
Cataluña: una verdad incómoda
Hay quien dice que la Ley de Transitoriedad y Fundacional de la República es igual que la que llevó a los nacionalsocialistas al poder. No es así. Hitler llegó al poder con la Constitución de Weimar, en enero de 1933. Al igual que los independentistas catalanes han usado la Constitución Española de 1978 y el Estado de las Autonomías para construir una comunidad homogénea que legitime el aumento de su poder hasta llegar al golpe de Estado al que estamos asistiendo estos días. El diseño autonómico, sin separación de poderes ni verdadera representación, permitió la consolidación y desarrollo de las oligarquías locales, que han destruido el ethos de la nación.
Esa descentralización debilitó la democracia en Cataluña al ponerla en manos de unos partidos con vocación de Movimiento Nacional, cuyo objetivo era y es romper el Estado para crear el suyo propio. Esto demuestra que la descentralización por sí sola no asegura la democracia, en contra de lo que afirman algunos liberales deslumbrados por teorías e ignorando la Filosofía Política, el Derecho y la Historia. Un ejemplo de ello es el uso de la palabra “secesión” en referencia a la sedición catalana. La secesión supone (véase EEUU) un levantamiento para recuperar libertades y derechos cedidos para la creación de una institución superior. Y no es el caso. En Cataluña no hay secesión que valga. Hay sedición. La del código penal. Y no hay libertad sin respeto al imperio de la ley. El Derecho es consustancial a la Libertad.
Otro error común es defender la independencia de Cataluña aludiendo al “principio de asociación”, cuando no se trata de sujetos preexistentes equiparables. Cataluña no tuvo jamás entidad jurídica propia. Sólo como capitanía general militar o diócesis. Una vez más, insistimos, hay que saber de Derecho, Historia y Filosofía Política.
La verdad incómoda es que todos, al igual que los alemanes de la república de Weimar, tenemos responsabilidad en que nuestros nacionalsocialistas, los populismos nacionalistas, llegaran al poder hace mucho, y con las leyes en la mano. Responsabilidad que se agrava en aquellos que siguen haciendo números, reduciendo el nacionalismo a la economía, pero también en partidos, sindicatos, instituciones y medios de comunicación que les hacen el juego, asumiendo su lenguaje y tratando de templar gaitas con golpistas.
Urge acabar con el golpe, pero también con el golpismo. Y eso pasa, además de por las medidas judiciales necesarias, por la recuperación de competencias en materia de educación, justicia y seguridad. Porque España y Libertad van unidas.
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