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Dalas contra el marxismo cultural
Por Carlos Navarro Ahicart
Ustedes bien conocen mi gran dedicación a la lucha activa contra el marxismo cultural y todo lo que implica su aceptación sin condiciones en el psique de nuestra sociedad. Esa sociedad que ha abandonado toda lógica y pasión por la búsqueda de la razón en beneficio de la ideología de los sinsentidos. Hoy vengo a hablar de un caso que no requiere presentación. Pero, por si alguien no se ha enterado ya, me refiero a la polémica que se ha creado en torno a un juicio por la custodia de un perro, Argos, entre los YouTubers Dalas y Miare.
Puede parecer un tema baladí. ¿Qué tendrá que ver un pleito entre dos personalidades de Internet en este asunto del marxismo cultural y la ideología de la progresía? Absolutamente todo. Para hacer un resumen bastante reducido, digamos que, tras una moderadamente larga relación, resultó que ambos deciden que es momento de que esta llegue a su fin tras varios episodios protagonizados por Miare que, de haber sido causados por Dalas, tal vez estaríamos asistiendo a más de un solo juicio por la custodia del can. Pero sigamos adelante.
Miare, un buen día, decide que llevarse al perro, que oficialmente es de Dalas, es una opción excelente. Dalas, como no podría ser de otra forma, reclama la devolución de su mascota con toda la razón del mundo, lo cual les lleva a sumergirse en un largo y tedioso juicio de un año que permitiese que Dalas y Argos se reencontrasen, ya que Miare no le permitía verlo. Hace escasos días, la resolución judicial, por fin, dictaminó exactamente eso.
Y ¿qué hace un marxista cultural cuando una decisión judicial no le conviene? ¡Exacto! Miare se ha dedicado durante los últimos días a difamar, mentir, envenenar y hacer correr todo tipo de bulos contra Dalas, tanto por redes sociales como por medios de comunicación digitales. Basándonos en ellos, podría parecer que ahora los jueces se dedican a dejarse comprar por YouTubers “maltratadores de animales” a cambio de devolverles a sus galgos. Al más puro estilo House of Cards (versión española, cómo no).
Adivinen la versión de quién ha comprado la opinión pública mayoritaria. Efectivamente, la de la pobre chica, que lo único que ha hecho es colgar un vídeo de más de 40 minutos llorando y sin dar argumentos sólidos más allá de “Dalas es un maltratador”. Que Dalas conteste con otros dos vídeos de 20 minutos cada uno explicando la realidad de la situación, aportando datos, pruebas y, lo más importante, sentido común, parece ser irrelevante para muchos.
La importancia que tiene este caso es sumamente relevante para comprender de una manera más casual y menos científica lo que es el marxismo cultural y el daño que hace la ideología de género allá donde va. Si Dalas fuese quien hiciese un vídeo de 40 minutos llorando por haber perdido la custodia del perro en beneficio de Miare, la reacción no hubiese sido la misma: él sería un “llorica” sin argumentos que solo quiere difamar contra ella, y probablemente le habría costado más de una denuncia (ya sabemos cómo están las cosas). Pero cuando dedica su respuesta a las mismas difamaciones de parte de una mujer que se autodenomina “feminista” para arrojar algo de luz entre tanta oscuridad, es tachado de lo mismo por parte de los cerriles seguidores de esta. ¿No les parece curioso que este sea el único artículo que leen a favor de Dalas, habida cuenta del inmenso apoyo de sus seguidores (los pambisitos) en redes sociales?
En definitiva, destaco de todo esto que Dalas, a lo largo de su extensa carrera en el mundo de YouTube, siempre se ha mostrado favorable a la lucha contra la ideología de género y, en cierto modo, contra el marxismo cultural, también. Esta terrible situación no hace más que reafirmarme en mi absoluto convencimiento de que Dalas tiene razón. No solo por los hechos, que ya de por sí resultan la mayor garantía de razón para aquellos que basamos nuestra argumentación en la misma; sino también por la actitud, la fe con la que lo hace y el uso de la evidencia frente al sentimentalismo barato, que parece haberse convertido en la piedra angular sobre la que la decadencia de Occidente cimienta su nueva y terrible razón de ser.
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