Trabajo
3 actitudes ante la vida, ¿cuál es la tuya?
Dicen los expertos en materia y también la voz popular, que la actitud ante la vida lo es todo. Es algo tan conocido que ya ni nos sorprende. Todos sabemos que si cambiamos de actitud, podemos ver la vida de otra manera. Que un mismo hecho, incluso doloroso, puede verse de forma muy diferente por personas distintas. Que lo que para una cultura es síntoma de desgracia (por ejemplo, la muerte de un ser querido) para otra es una celebración (el paso a una nueva forma de vida, por ejemplo).
Pero una cosa es saberlo con la mente y otra muy distinta es aplicarlo a la vida real. El caso es que la actitud es algo tan intangible, tan difícil de ver, que muchos ni siquiera somos conscientes de cuál es nuestra actitud predominante. Además nos suele pasar que esa actitud va cambiando según el día, el estado emocional, el tiempo (es bastante común sentirnos más deprimidos en días grises y fríos y más vivos en días de sol).
El cerebro funciona por ahorro energético
Sin embargo, siempre hay una actitud predominante, al menos en una determinada etapa de nuestra vida. Es algo que no podemos evitar. Somos seres de costumbres: nos acostumbramos con gran facilidad a algo que nuestro cerebro ya ha aprendido. Y es que nuestro cerebro funciona por ahorro energético: cuanta menos energía gasta, mejor. Como dicen los expertos en la neurociencia, nuestro cerebro no está programado para que seamos felices, sino programado para sobrevivir.
Y si sobrevivir supone vivir con una actitud incluso negativa, nuestro cerebro se agarrará a ella, pues verá más amenaza en el remedio que en la enfermedad.
A mi consulta de coaching acuden muchas veces personas con actitudes que no les permiten cambiar, puesto que su cerebro se ha acostumbrado a esa actitud de víctima ante la vida o de optimista inconsciente. Y como están cómodos, aunque conscientemente se sientan mal, es muy difícil moverles de su posición. ¿Pero por qué ocurre esto?
Excusas que no te permiten cambiar
Y es para que no cambiemos, el cerebro nos ofrece todo tipo de razonamientos válidos en forma de excusas. La manera de reconocerlas es que empiezan por “es que...”, “ya pero...”, “sí, pero...”. Si ahora mismo has detectado que tú también eres un experto en excusas, te invito a que sigas leyendo.
El primero paso es siempre el mismo: reconocer que tenemos un problema. Hasta que no lo tengamos claro, nada podremos hacer para solucionarlo. Por ello, veamos en qué 3 estados mentales puedes encontrarte en estos momentos.
Actitud de Víctima
Ésta es por desgracia la actitud más común. Las víctimas se sienten impotentes. Quieren cambiar, claro, incluso saben que pueden hacerlo, tal vez alguna vez lo consiguieron, pero siempre tienen una excusa preparada. La culpa está muy presente en su vida. Y los culpables puede ser todos: desde uno mismo (“ya, pero es que yo soy así...”) hasta las personas que tienen cerca, el gobierno, las empresas o el mismísimo Dios.
Las víctimas además se protegen, pues temen actuar, se quedan en su zona de confort y se conforman con lo que tienen, aunque en el fondo eso no les satisface. Y así es como nunca pasan a la acción, no avanzan, se quedan donde están. La queja es su arma de destrucción preferida. Pueden pasarse horas quejándose y lamentándose de su vida, llegando a sentir compasión por sí mismos... pero no hacen nada por salir de ahí.
Te pongo un ejemplo. Pedro está cansado de su trabajo, podría decirse incluso que odia el trabajo que hace, pero como es un trabajo seguro que le da de comer, no se plantea la posibilidad de cambiar, pues siempre encuentra excusas: “no encontraré nada mejor”, “a mi edad quién me va a contratar”, “más vale pájaro en mano que ciento volando”, “el país está fatal, hay mucha crisis...”
Digamos que no se da la mínima posibilidad de probar algo diferente, pues ya va con la excusa por delante.
Esta actitud es por desgracia muy común y la mayoría de personas insatisfechas suelen tener esa mentalidad de víctima que les impide actuar y perseguir aquello que quieren.
Actitud de Optimista inconsciente
Esas personas son una minoría pero tampoco suelen conseguir lo que se proponen. Un hiper-optimista es alguien que en apariencia es muy positivo, se ilusiona con facilidad, tiene aparentemente muchas ganas de cambiar y progresar. Va a todas las charlas y talleres de desarrollo personal, lee muchísimos libros de auto-ayuda, está dispuesto a cambiar... pero cuando llega el momento de la verdad, tampoco hace nada.
Se trata de personas que viven en el futuro, a diferencia de las víctimas, ancladas en el pasado. Su optimismo es excesivo y poco realista, y al final tampoco salen de su zona de confort, pues se sienten abrumadas por dudas, miedos, procrastinan y lo peor de todo: esperan resultados distintos, haciendo lo mismo.
Yo fui durante muchos años esa optimista irracional, leía muchísimo, aprendía nuevas técnicas, pero mi vida no cambiaba: seguía siendo infeliz en mi trabajo y relaciones personales, muchas de ellas tóxicas, incapaz de cambiar nada de la situación, pues me paralizaba el miedo al cambio.
Actitud Luchadora
Este último estado mental es el que realmente funciona si deseamos implementar mejoras y cambios en nuestra vida. Para una sesión de coaching por ejemplo es vital que el cliente consiga desarrollar esta actitud. Los guerreros sí avanzan, aunque sea a pasos pequeños, salen de su zona de confort y además ven en problemas oportunidades de crecimiento.
En lugar de culpar a otros o ilusionarse sin más, pasan a la acción, aman sus problemas, pues saben que si los superan, se superan a sí mismos y crecen en todos los sentidos. Son los buscadores de soluciones, pues se hacen responsables de lo que les sucede, adueñándose de su problema.
Mientras las víctimas y los optimistas inconscientes necesitan de motivación para avanzar, los guerreros o luchadores tienen aparte de motivación un compromiso consigo mismos. La motivación puede aparecer y desaparecer, habrá días malos, nos pasa a todos. El compromiso, si es de verdad, prevalece, incluso en los momentos más difíciles.
El otro día, reflexionando sobre por qué unas personas consiguen mejorar su vida y otros no, me di cuenta de algo muy simple: el que no cambia es porque en realidad no quiere, porque no es realmente consciente de lo mal que está, porque en el fondo, sea optimista o víctima, su situación actual tiene algún beneficio oculto para esas personas, como me pasaba a mí hace años. La comodidad de una zona de confort a veces es tan fuerte que en realidad no nos compensa cambiar, al menos eso es lo que nuestro inconsciente nos dice.
Si quieres cambiar, siempre puedes hacerlo. Es así de fácil y así de difícil. ¿Cómo nos explicamos entonces que incluso las personas con mayores dificultades físicas o claros obstáculos, como por ejemplo atletas minusválidos o con alguna discapacidad, logran lo que muchos, estando en perfectas condiciones físicas, no logramos?
Como lo dice un amigo y blogger, emprendedor y psicólogo, pese a su discapacidad visual, “las verdaderas barreras no son físicas, sino las que nos imponemos nosotros mismos con la mente”.
Yo te invito a analizarte y descubrir en cuál de esos 3 estados mentales o actitudes ante la vida te encuentras. Tal vez así logres entender por qué no consigues avanzar o qué te frena realmente para conseguir lo que deseas. Los problemas y el dolor son algo inevitable en nuestra vida, pero el sufrimiento es una elección.Tú eliges cómo vas a vivir tus problemas y tu vida, desde qué actitud te vas a enfrentar a ellos.
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