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Carlos García Gual: «El héroe debe ser políticamente incorrecto en la sociedad de masas»

Historiador y filólogo. Atento lector de los textos griegos y romanos y de las genealogías míticas, acaba de publicar un libro sobre cómo murieron los grandes héroes y, de paso, habla de educación, el ocaso de las humanidades y de los riesgos de una civilización sin interés por las letras y expuesta al populismo.
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Atento lector de los textos griegos y romanos y de las genealogías míticas, acaba de publicar un libro sobre cómo murieron los grandes héroes y, de paso, habla de educación, el ocaso de las humanidades y de los riesgos de una civilización sin interés por las letras.
Carlos García Gual es un hombre de abundantes y acertados conocimientos. Uno de nuestros grandes referentes culturales. Aunque luzca barba cana, todavía conserva cierta viveza en la mirada, quizá la vieja ilusión de aprender, conversar, leer y viajar, que son inquietudes que van languideciendo hoy en día. Su aspecto sereno resulta engañoso, porque su voluntad es inquieta y ante cualquier comentario o mención literaria o cinematográfica se torna inquisitivo, curioso. Su nuevo libro, en Turner, habla de lo que muchos han callado: «La muerte de los héroes», un repaso al final que afrontaron Aquiles, Ulises, Jasón, Teseo, Agamenón, Heracles o Paris, entre otras figuras mitológicas.
–¿Por qué no se había contado antes la muerte de los héroes?
–Los héroes están entre los hombres y los dioses. Acometen hazañas que están por encima de las posibilidades de otros humanos, pero son mortales. La muerte es el último acto de sus vidas. Los grandes textos no comentan su muerte porque la épica cuenta sus gestas, los momentos de más coraje, pero sí aparece en la tragedia. En la tradición de los mitos siempre hay alguien que cuenta su final. He espigado estas escenas de muerte a través de épocas diversas. Unas provienen de la tragedia; otras, de autores tardíos, porque, por ejemplo, la «Ilíada» no describe cómo fallece Aquiles ni la «Odisea» dice nada del final de Ulises. Conocemos cómo mueren por otras leyendas. La épica se centraba en las grandes gestas, no en el final del héroe.
–En ocasiones, ese fallecimiento no es nada heroico.
–Es cierto. Es accidental, súbito y, a veces, sorprendente. En la tragedia su final sí que es muy importante. Es el caso de Agamenón y Áyax.
–¿Ellos son un ejemplo de cómo se debe encarar la muerte?
–Los héroes se arriesgan para liberar a su comunidad. Esto es verdad. Pero, en ocasiones, podemos observar que lo que tienen de ejemplar y extraordinario también lo tienen de monstruoso. Heracles es un héroe brutal que mata y tiene amoríos violentos. Por su propia grandeza corre el riesgo de traspasar el comedimiento de los seres humanos. Al final, encuentra su muerte, que es casual, trágica e irónica. En el fondo, su muerte muestra la fragilidad que hay detrás de cada héroe.
–Los héroes griegos están hechos de claroscuros
–No son de una pieza. No son buenos ni impecables. Son apasionados, como Heracles; otros egoístas y orgullosos, como Aquiles, que, por un motivo personal, abandona el combate y permite que mueran muchos de sus compañeros. El mismo Agamenón toma decisiones lamentables. De hecho, él mismo es quien decide sacrificar a Ifigenia, su hija. Por eso son héroes trágicos. En la tragedia, además, ninguno de ellos es totalmente bueno o malo. Incluso Clitemnestra, que asesina a Agamenón, tiene sus propias razones. Es una de las grandezas de la mitología griega, que sus héroes tienen un lado oscuro.
–¿Es necesario tener héroes que representen los valores de una sociedad?
–Hay valores por los que merece la pena arriesgar la vida, desde luego. Pero algunos héroes sólo lo hacen por la gloria y la fama; los atenienses, cuando se enfrentan a los persas, lo hacen, sin embargo, por la libertad. Todo esto está en conexión con el ideal heroico. Héctor sabe que va a morir, pero piensa en la patria y en su defensa y que su manera de caer frente a Aquiles será un modelo para héroes futuros. Es curioso que este ideal heroico sobreviva en Atenas, donde ya existía una democracia y habían desaparecido esos personajes grandiosos. La ciudad vivía en un mundo de fraternidad, de igualdad, pero aún quedaba este impulso, todavía había en ellos un poso heroico. Cuando Sócrates fue condenado a morir, dice que será como Aquiles porque afronta la muerte con valor. Lo que no comenta, claro, es que Aquiles eran joven y él, un anciano.
–¿Ya no hay héroes?
–Los ha habido, sin ir más lejos, en la Resistencia francesa, cuando muchas personas murieron por la libertad. El guerrillero pertenecería a esa serie de héroes menores. Siempre queda gente con impulsos heroicos, pero, es cierto, vivimos en una sociedad, la sociedad de masas, que favorece que desaparezcan los héroes. Se prefiere la comodidad. Los de ahora, como Superman o Batman, son héroes planos. Disfrutan de una capacidad especial, es cierto, son fuertes, pero muy conservadores; son buenos, pero elementales. No mueren. No envejecen. Son unidimensionales. Muchos provienen del papel, del cómic, y no tienen ninguna densidad psicológica, y mucho menos si los comparas a Aquiles o Edipo. Son otra cosa; son el reflejo de una sociedad que tiende a ser plana; de una sociedad que mide todo respecto al éxito y el fracaso, sin ninguna trascendencia heroica.
–Muy distintos, vamos.
–Los mitos no tienen que ver con cuentos de final feliz. El dolor es una parte del mundo, como el favor o la desdicha. Los griegos no se veían perfectos ni consideraban a los bárbaros como personas malvadas. Poseían una idea trágica del mundo. Los persas de Esquilo no tienen nada que ver con los de la película «300». En Esquilo, el coro griego llora por los persas muertos, por Jerjes, porque comete un error que conduce a su pueblo a la desgracia. En «300», los persas están representados, lamentablemente, por un Jerjes que parece una «Drag Queen» horrible, y los soldados no tienen cara, sólo son una masa abominable. En cambio, Esquilo recuerda la grandeza de los príncipes persas que han muerto. Es un llanto. Es una virtud de los griegos, que cantaban a los enemigos muertos, porque también eran humanos. Al final de la «Ilíada» no hay buenos ni malos. Incluso se siente más simpatía por los troyanos.
–¿Qué nos enseñan los mitos?
–La mitología y literatura fantástica sirven para dar una visión más amplia de la vida frente a la experiencia corriente que disfrutamos a diario. Estos personajes muestran las posibilidades perdidas de la existencia humana a través de mundos atractivos y heroicos. Me temo que el heroísmo ha pasado a pervivir en la literatura.
–¿Es por el abandono que sufren las humanidades?
–A los gobiernos sólo les interesa lo que es rentable. La ciencia y la tecnología tienen buena prensa porque producen cosas rentables y rápidas, aparte de sus beneficios, claro. Pienso que el humanismo y la cultura en general están en claro declive. Las humanidades están en su ocaso. Percibo el desdén de las instituciones oficiales hacia las humanidades y las letras. Es impresionante porque nunca ha habido tanto desdén y tanta falta de interés por la cultura y las letras. Ahora, lo importante es que la educación sea rentable, que se pueda ganar dinero con ella, que favorezca la producción. La reflexión y la crítica social... esas cosas están marginadas. Por eso se intenta suprimir la filosofía. En el fondo a todos les gustaría suprimirla, pero no se atreven. Y que la literatura se reduzca a lo actual, al «best seller». En el cine cada vez se hacen más películas con efectos espectaculares, pero con unos guiones simplistas.
–¿Qué define nuestra sociedad?
–Un narcisismo de tontos. Se ve en los «selfies». Cuando la gente llega a un monumento lo tapan para sacarse una foto de su cara. Es lo que define al viajero actual, que va a los sitios para retratarse a sí mismo y decir: «Aquí he estado yo». Resulta cómico, pero es lo que singulariza a nuestro turismo, que, además, cada vez tiene menos bagaje cultural.
–No hay conocimientos.
–La gente no sabe Historia. El saber histórico y los personajes de la literatura proporcionan placer. Eso se está perdiendo en nuestra civilización, a la que no le importa conocer nada. Se cree que con internet lo van a saber. Ahora se vive con esa idea. Es una especie de consumo, de culto al «yo tonto». Nunca ha habido más narcisismo que en esta época de espectáculos de masas, en la que se quiere formar parte de grandes grupos, integrarse, ser como los demás.
–¿No hay imaginación literaria?
–Lo que existe es mucho entretenimiento puntual. Somos una sociedad poco crítica. Se ve en la política. Se ve en los «best seller». Habría que defender la cultura por el placer que proporciona, por llevar consigo un mundo de fantasía, pero eso ahora está empobrecido.
–¿Qué le parece la irrupción del populismo?
–Es un momento muy malo para la cultura europea. Existe una evolución hacia un capitalismo terrible. Ya nadie espera que se produzca un reparto de la riqueza más equitativo. Cada vez habrá menos ricos, pero cada vez más ricos, y más pobres cada vez más pobres. El comunismo, que tenía en su seno una promesa redentora, se ha hundido en sus ejemplos históricos. La Historia ha hecho que se hundiera lo que tenía de utopía. Lo de Cuba y Rusia fue funesto. Ahora crecen unos populismos que están basados en protestas de indignación. Eso está bien, pero es difícil que construyan algo. Es fácil la crítica al capitalismo, pero creo que son incapaces de construir algo sólido. Los populismos no conducen a nada. Está bien la indignación, pero en el momento de construir una sociedad no llegará a ningún lado.
–Muchos de los héroes antiguos serían censurados hoy.
–El héroe debe ser políticamente incorrecto en la sociedad de masas. Para ser correcto ya estamos los que acudimos a diario al trabajo y hacemos lo que se supone que tenemos que hacer.