España
Fernando Romay: «En Madrid encontré un mundo de mi talla»
Ex jugador de baloncesto
Fernando Romay (23/10/59, La Coruña) llegó a Madrid con las zapatillas rotas por la puntera porque su pie había crecido más que ellas. «Altísimo, un viaje con Fernando Romay» (Editorial Turpial), escrito por Jacobo Rivero, habla de cómo un bicho raro de 14 años y dos metros se convirtió en uno de los referentes del baloncesto nacional. Romay habla pausado recordando esa época y la actual, pero, entre broma y broma, ofrece un discurso profundo.
–¿Cómo vivía un chico de dos metros en la España de Alfredo Landa?
–Es una de las grandezas del deporte, que permite que lo que te distancia en la vida ordinaria te aventaje en la deportiva. Un chico de 14 años de dos metros en una ciudad pequeña en el 74 era un bicho raro y esto, o lo llevabas con una dosis de humor tremenda como mecanismo de defensa o, si no, te daban muchísimo por saco. De repente llegué a Madrid y todo lo que eran desventajas se convirtió en admiración.
–Supongo que en esa época le costaría encontrar ropa...
–Encontrar todo. Ibas vestido de mayor: pantalones hechos a medida, zapatos de cura total... Que querías un vaquero, pues te lo tenían que hacer, con lo que ya no se parecía a lo que llevaba el resto. Suerte que en mi época no estaba la «marquitis» de ahora.
–¿Y podía tener coche?
–Todo cambió en Madrid. Éramos como un club de altos y nos ayudábamos: ropa aquí, zapatos allá, el coche no sé qué... Cuando me saqué el primer carné de conducir tuve un 127. Evidentemente no entrabas, pero si le ponías las soluciones que te ofrecían todos: un volante y una palanca más pequeños, los asientos para atrás... Al final decías: coño, sí entro. Estaba en un mundo de mi talla.
–En el libro dice que su prueba para entrar en el Madrid fue un desastre...
–La prueba acabó con un preparador físico diciéndome que anduviera por una línea con los ojos cerrados. Parecían las pruebas para saber si estabas borracho. El resto ya era en plan: «Aquí hay una onza de chocolate y aquí un balón, a ver ¿cuál es el balón? Si coge lo redondo tiene alguna posibilidad», ja, ja, ja.
–Y también habla, con usted como hilo conductor, de la España de la época...
–Venir de La Coruña a Madrid eran 13 horas de viaje en tren. Todo estaba mucho más lejos. De Madrid conocías sólo a Pepe Isbert cuando se perdía Chencho en la Plaza Mayor. Llegaban las Navidades y decías: «Es verdad, aquí se puede perder uno, qué cantidad de gente». Yo lo llamo ser un poco Forrest: la vida me fue poniendo bombones y yo fui probando el bombón siguiente.
–¿Y cómo se ve desde tan arriba la España actual?
–Esta crisis ha hecho que nos parezcamos muchísimo a aquella España. Todos los logros conseguidos desde entonces parece que se han ido al... Con lo cual, hay que apretar el culete como hacíamos entonces y tirar para adelante. Entonces hubo un cambio bestial, que fue a partir del 75, que nos dio un empuje tremendo; ahora hay que buscar ese cambio y esto nos lleva un poco a la desesperación.
–¿Cómo ha cambiado el baloncesto?
–En los 70, el baloncesto era un deporte de culto. Te veían botando por la calle y te decían: «Chaval, que haces mano». En cambio ahora hay un referente nacional con la Selección, salen jugadores a la NBA y demuestran lo que somos capaces de hacer, que no sólo somos el país del «landismo», como decías al principio, somos mucho más: podemos ser hasta nórdicos, por la altura de algunos que van allí, y medio rubios que son.
–Pero las audiencias de la ACB son bajas.
–Porque el propio baloncesto tiene miedo de ser popular. Tenemos la mejor selección de la historia, con los Gasol, Navarro, Ricky, Felipe Reyes... Y esos jugadores, lejos de ser líderes de opinión, parece que el mundo del baloncesto los quiere tener sólo para ellos y no da a conocer sus excelencias. La NBA lo que nos vende son ídolos, LeBron, Wade, la gente se pone sus camisetas por lo que representan, porque nos los acercan y les ponen una aureola... Está muy bien ser un deporte de culto, pero el baloncesto debe ser de masas.
–¿Cuál es el mejor jugador que ha visto?
–Español, Corbalán, Epi y Fernando Martín, y europeo, Petrovic y Sabonis. Drazen era un talento natural, pero yo como pívot tuve que padecer a Sabonis, que era muy avanzado a su época. Era un pívot de ahora jugando al baloncesto de antes: salía a seis metros, tenía buena mano, entrando a canasta era una bestia... Los demás éramos grúas. Parece mentira que una línea, la del triple, haya cambiado tanto un deporte, porque ha ampliado el campo una barbaridad y los pívots ya pueden jugar de otra manera.
–¿Cómo vivió la marcha Fernando Martín a la NBA?
–Nosotros le decíamos: «Qué necesidad tienes, eres el mejor en España y allí no vas a ganar más y lo vas a pasar peor». Y él contestaba: «Ya, pero voy a hacer algo que nadie ha hecho». Le echó unas narices tremendas. Era la grandeza de Fernando: no se arredraba ante nada e intentaba conseguir todos los retos.
–¿Cómo les explica a los niños de ahora que antes España no ganaba?
–Hay que poner en valor a los jugadores, Xavi, Iniesta, Gasol, Nadal... Es por el esfuerzo que han puesto ellos y mucha otra gente, y porque a raíz del 92 el deporte empezó a ser algo cuidado. Y merece la pena seguir cuidándolo porque además es lo que nos une. Ahora, en muchos sitios sólo sacan una bandera de España si hay un triunfo del deporte.
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