Juegos Olímpicos
Fin del misterio del color verde en la piscina de Río
El aspecto que presentó ayer una de las piscinas de Río hizo saltar las alarmas sobre el estado del agua
Tras el susto de los atletas, los organizadores de Río culparon al PH.
Los atascos, la inseguridad, el zika, el despiste de los voluntarios, la suciedad de la bahía de Guanabara y... piscinas con el agua verde. El martes por la tarde el agua de las piscinas de waterpolo y de saltos de trampolín mutaron de color y del azul cristalino habitual de las competiciones de élite pasó a un verde más propio de un río contaminado. Un misterio que los organizadores y la propia Federación Internacional de Natación se apresuraron en resolver y explicar. «El Comité Médico analizó la calidad del agua y concluyó que no hay ningún riesgo para la salud y la seguridad de los nadadores. No hay razón para que la competición se vea afectada», decía el comunicado de la FINA. La Federación había utilizado incluso buzos, que inspeccionaron las piletas sin encontrar nada extraño. Todo estaba correcto... menos el extraño color.
Los primeros en dar la voz de alarma fueron los saltadores, que llegaron a asustarse bastante, ante la preocupación de que aquel agua pudiese contener alguna sustancia o microorganismo dañino para la salud. Los hubo que incluso salieron corriendo de la piscina para lavarse los ojos y la cara con agua clara, como sucedió con el equipo de waterpolo de Japón. «Nunca vi eso antes. Es la primera vez que jugamos en una piscina de ese color, en cuanto acabó el partido nos lavamos para evitar problemas», admitía su seleccionador.
La realidad no era tan espectacular como algunos hubieran esperado. Sólo se trataba de un problema químico, un aumento de la alcalinidad del agua era el causante de ese color verde que ya quedará para siempre como una de las anécdotas de estos Juegos. «No hay peligro para los participantes», aseguraban desde el comité organizador, donde también estaban convencidos de que con el paso de las horas el agua iría recuperando su aspecto habitual. «Todos los parámetros estuvieron siempre dentro de los límites aceptables», anunciaba Mario Andrada, portavoz de Río 2016. «No hay peligro, riesgo o efecto alguno para los deportistas que compiten», insistía.
La explicación oficial remitía a un exceso de nadadores al mismo tiempo usando las piscinas durante los entrenamientos. Esto hizo que aumentara la alcalinidad del agua y el líquido cambiara de aspecto. Las pruebas previas se habían hecho en otros lugares y con menos atletas entrando a la vez en las piletas. «Está claro que fallamos por no hacer más test y por no haber tenido en cuenta que la presencia de un número mayor de atletas podía tener ese efecto en el agua, pero no hay absolutamente ningún riesgo», dejaba claro la organización.
También aseguraban que el agua iría recuperando el color habitual con el paso de las horas, aunque en ningún momento hubo que parar las competiciones. «Tratamos el agua por la noche y el nivel de alcalinidad ya está mejorando», anunciaron.
Los competidores decidieron tomárselo con buen humor y reconocían que ni se les había caído el pelo ni les iban a salir cuatro ojos. Sólo se quejaban de un poco menos de visibilidad, algo así como zambullirse en el mar desde un trampolín.
El agua de las piscinas de waterpolo y saltos le ha quitado por unas horas el protagonismo a las de la bahía de Guanabara, que lleva al menos dos años en el punto de mira por su alto nivel de contaminación. Allí se están disputando las pruebas de vela y los deportistas reconocen que la situación no es tan dramática como se había pintado. La organización no cumplió su promesa de limpiar del todo la bahía, pero todo está dentro de los límites saludables, como en las piscinas.
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