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«Yo tengo la conciencia tranquila»
Miguel Galán no renueva el contrato de Osama, el refugiado sirio que llegó a España tras recibir una patada de una periodista.
Osama, con su hijo en brazos, intentaba entrar en Hungría cuando una periodista que grababa el drama de los refugiados sirios le zancadilleó y tiró a ambos al suelo. Aquella imagen tan vergonzosa dio la vuelta al mundo y, aprovechando que, en Siria, Osama era entrenador, Miguel Galán, presidente de Cenafe, la escuela de entrenadores en Getafe, le contrató, le pagó el viaje y le dio trabajo y casa.
Un año después, la solidaridad profesional se ha agotado. A Osama se le acaba el contrato este mes y Cenafe no se lo renueva: le apunta al paro y Galán asegura que en febrero, si ha aprendido español, le volverá a contratar. «Ahora viene a la oficina y como no entiende español, no hace nada: se sienta delante del ordenador todo el día. Hemos estado un año regalándole el sueldo y no tengo capacidad para soportar más a un trabajador que no es rentable», asegura a este periódico Miguel Ángel Galán.
Ya no se le ve como un refugiado, sólo como un empelado. Cuando Osama llegó hace un año, todo era distinto. Él y su hijo de siete años estuvieron en todos los periódicos, en el Santiago Bernabéu, en las televisiones. Galán casi siempre estaba con ellos: «La escuela se ha aprovechado de mis circunstancias, hice entrevistas y siempre me acompañó el director de la escuela que quiere ascender en la Federación», explicaba ayer Osama en la Cadena Ser. «Eso no tiene sentido», contestaba Galán en este periódico: «Si es por eso, le habría echado antes. ¿De qué me sirve Osama para ganar a Villar? Su imagen pública sí nos ha favorecido para salir de en los medios, pero antes Cenafe era la primera escuela de entrenadores y sigue siéndolo ahora. Yo lo traje de corazón y no tengo que dar explicaciones».
Hay en Galán un desencanto o quizá más, un enfado considerable, porque considera que Osama tenía que haber aprendido español, «como lo han hecho sus hijos» e involucrarse más. Estuvo entrenando en Villaverde y ahora es un ayudante en Parla, pero allí, el idioma sigue siendo una barrera demasiado grande para él. Va tres tardes a la semana, ayuda a recoger algún balón, pero no pregunta nada, no aporta nada, no le enseñan nada.
«No hay actitud», insiste Galán, que le ha pagado la casa hasta noviembre del año que viene. «Va a estar en paro, pero no desamparado. Que se ponga las pilas», exige. «Hay una sensación de que darle trabajo es una obligación y no lo es. Yo tengo mi conciencia tranquila, pero si no habla español, no hay nada que hacer».
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Pasividad ante la tragedia