Elecciones catalanas
¿Quién paga todo esto?
Testigo directo: La Diada de un no independentista. Camiones portando cámaras, castillos humanos, camisetas sudadas y ese aire a soviet o Berlín 1936 de los nacionalistas
La ubicuidad de la motocicleta es muy práctica para el trabajo periodístico. Vale la pena montarse en una de ellas para darse una vuelta por una Diada. Lo primero es la ofrenda de flores a Rafael Casanova, el tipo que por no rendirse, tal como sensatamente le aconsejaba su asesor militar Villarroel, sacrificó ocho mil vidas humanas. Este año, solo acuden parte de los políticos independentistas a esa ceremonia que antes era general, lo cual hace pensar que la consideración de las maquinarias de sacrificios humanos va, por suerte, socialmente a la baja. El lugar es pequeño (una placeta triangular como de capital de provincias) y el monumento cutre. Se intenta dotar de solemnidad al evento, pero el resultado queda poco más acá de paso de Semana Santa. El manillar de la motocicleta permite acercarse hasta bastante cerca y uno constata que, probablemente, el único hecho diferencial verdaderamente exportable que hemos acuñado los catalanes desde los ochenta ha sido el joven barbudo con Vespa y bandera.
Como monto una Triumph Bonneville, eso me permite aprovechar el tiempo muerto entre ese acto y el otro gran evento político para dar una vuelta por el resto de los barrios de la ciudad. Calles desiertas, barrios tranquilos. Día de fiesta. Ningún movimiento callejero espontáneo. Luego acudo a la manifestación de la Avenida Meridiana organizada con el apoyo sotamano del gobierno de Mas. Como voluntariamente lo ha hecho coincidir con el principio de campaña, la cosa se convierte en el primer acto electoral de sus independentistas. El resto de los catalanes señala una vez más el doble rasero y la falta de voluntad igualitaria de estas iniciativas.
El acto de la Meridiana se desarrolla con el guión y la iconografía habitual del nacionalismo de los últimos años: esa estética de TV3 entre festival de fin de curso y corro de la patata. Castillos humanos, camisetas sudadas, «enxanetes» con el brazo en alto (el «enxaneta» es el niño entre 5 y 10 años que se sube a la punta del castillo humano). Si todo es tan de buen rollo, uno no puede dejar de preguntarse por qué los «enxanetes» tienen siempre esa cara de miedo. La cabecera de la manifestación lleva sobre sus hombros una especie de dodecaedro de cartón; lo transportan con un trotecillo como el de las tropas italianas de Mussolini. Los independentistas no pueden evitar que todo lo que organizan acabe teniendo ese aire a soviet o Berlín 1936. Por supuesto, eso no quiere decir que sean nazis o hitlerianos; son solo buenos burgueses de clase media. Pero es enojoso, hasta para ellos, constatar como en la nuez de sus planteamientos aparecen unas incómodas similitudes con los automatismos mentales de los totalitarismos. A saber: el uso de los niños, la utilización egoísta de los espacios públicos, la manipulación de los medios de comunicación, etc. Precediendo a la cabecera va un camión que porta una cámara con grúa de TV3 que nos hace preguntarnos: ¿quién paga este despliegue? Dado que todo lo que ampara Artur Mas parece estar gafado, media hora antes de empezar el evento se colapsa el metro en la línea uno (la única para llegar al lugar: mal pensado) y Transportes Metropolitanos de Barcelona ha de habilitar dos convoyes para desatascar la situación (de nuevo ¿quién paga todo esto?). Cuando en la retransmisión televisiva aparece en pantalla un claro en la multitud, la realización cierra rápidamente el plano cenital. Ese plano está rodado desde un helicóptero (una vez más ¿quién paga todo esto?).
La motocicleta finalmente hay que dejarla en la confluencia de la Meridiana con la calle Garcilaso, porque el desvío del tráfico para cortar la zona, mal planificado, ha provocado atascos en los nudos viarios de las Rondas. La Diada, que fue de todos los catalanes en 1977, ya es solo un evento de los independentistas, de lo cual muchos catalanes nos alegramos porque encontramos más representativo de nuestro talante el día de Sant Jordi (flores y libros contra sacrificios de vidas humanas). Le pregunto a un separatista que creen que han conseguido con ello. Me contesta que una demostración de fuerza. Ah, vaya, yo pensaba que los catalanes queríamos que ganara la razón y no la fuerza.
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