Barcelona
1934-2017: entre un «taimado» y un «traidor»
El golpe de Estado de Puigdemont guarda similitudes y diferencias con el que dio Companys en 1934. Ambos comparten la solución intermedia.
El golpe de Estado de Puigdemont guarda similitudes y diferencias con el que dio Companys en 1934. Ambos comparten la solución intermedia.
El golpe de Estado que está dando el Parlamento y la Generalidad de Cataluña guardan algunas similitudes y diferencias respecto al del 6 de octubre de 1934. Comparten la solución intermedia entre los más radicales y los taimados, la justificación espuria del proceso golpista, la similitud de sus colaboradores y aliados, el papel de la prensa afín, las fuerzas de choque, las masas de atrezo, y el papel de los sindicatos. Difieren en la personalidad del «president», el poder de la propaganda, los efectos de cuarenta años de poder omnímodo, y la declaración de independencia.
Los Presidentes
Lluis Companys heredó la dirección de ERC tras la muerte de Francesc Macià por su vitola de hombre de consenso entre las facciones de aquella coalición. Era más moderado que Macià, quien le rectificó en clave independentista cuando proclamó la República desde el balcón del ayuntamiento de Barcelona el 14 de abril. El catalanismo de Companys no le impedía afirmar que se sentía español. Así lo dijo en las Cortes, e incluso cuando fue amnistiado por el gobierno del Frente Popular en 1936 y recorrió algunas plazas españolas. Companys fue diputado durante la monarquía de Alfonso XIII y en la República. Su implicación con el régimen fue tal que Azaña le nombró ministro de Marina en junio de 1933.
Carles Puigdemont iba el tercero en la lista por Gerona de un partido, CiU, que tuvo que cambiar de nombre por los escándalos. Sucedió a Jordi Pujol, cuya familia entera y él mismo están procesados por corrupción, y a Artur Mas, condenado por desobedecer al Tribunal Constitucional y organizar el «referéndum» del 9-N. Puigdemont ha sido siempre independentista: militó en la Joventut Nacionalista, y como alcalde de Gerona presidió en 2015 la Asociación de Municipios por la Independencia. En enero de 2016, Mas le designó sucesor, y, sin mayoría suficiente, se echó en brazos de ERC y de la CUP.
El proceso y su justificación
La ERC de 1934 inició la preparación del golpe de Estado en 1933, cuando las izquierdas perdieron las elecciones de noviembre, y el Partido Republicano Radical de Lerroux formó gobierno con el apoyo de la CEDA. Companys nombró a Josep Dencàs consejero de Interior, quien organizó a las fuerzas del orden y a los somatenes como un «ejército catalán». La excusa fue provocada por Companys: presentó un proyecto para contentar a los payeses que vulneraba la ley, y fue derogado por el Tribunal de Garantías Constitucionales. Esto sirvió a los nacionalistas para decir que la República se había perdido en manos de «la derecha», a quienes calificaba de contrarios a la República y de «enemigos de la autonomía de Cataluña». No era cierto.
Los independentistas de hoy señalan como punto de inflexión la negativa del Tribunal Constitucional a aceptar el Estatuto de Autonomía en 2010. Pero los magistrados sólo recortaron 14 artículos y sometieron a interpretación otros 27, y dejaron el término «nación» en el preámbulo, añadiendo que no tenía validez jurídica. El fallo supuso un duro revés para la pretensión del nacionalismo de convertir el catalán en lengua «preferente», en tener un Poder Judicial propio, y en la ampliación de sus competencias fiscales. Sin embargo, el «procés» se aceleró cuando la CiU de Pujol y Mas se vio agobiada por los casos de corrupción, y tuvo que apoyarse en ERC y la CUP.
La propaganda
El actual nacionalismo catalán se fraguó entre finales del XIX y la dictadura de Primo de Rivera. El proceso lo inició una élite cultural difundiendo la necesidad de reconstruir una identidad propia, diferenciada de la española, fundada en la tradición, el paisaje, la raza y la lengua. Ese grupo se convirtió en partido político, accedió a las instituciones, y desde ahí comenzó la construcción de la nación. Ya en 1931, el catalanismo se convirtió en la ideología oficial de la Generalidad, difundida a través de las emisoras de radio catalanas –que se quedaron en una sola voz el 6 de octubre de 1934–, asociaciones culturales y obreras, y a través de periódicos bien financiados por el Govern, como «L’Opinió», de Companys.
Cataluña obtuvo el autogobierno en 1977 gracias a Tarradellas, un catalanista moderado, que se sentía español, y al que la experiencia republicana y el exilio le habían enseñado la necesidad del consenso. Pujol, su sucesor en 1980, llevó a cabo la «inmersión» desde la educación y los medios de comunicación, que concluyó el proceso de construcción nacional desde las instituciones que habían iniciado los precursores de comienzos de siglo. Tras cuarenta años, el dominio del sistema educativo y cultural, la administración y la posesión de cadenas de radio y televisión han convertido el catalanismo en la ideología obligatoria y la independencia en una necesidad impostada.
Los golpistas
ERC constituía un movimiento nacional. Así lo configuró Francesc Macià al reunir grupos muy diferentes con un solo objetivo. La idea, tal y como confesó Josep Dencás, es que se constituyera en el partido único de la futura República catalana. Dicha coalición tenía un fuerte componente populista, y en su interior había grupos como Estat Català y Nosaltres Sols!, equiparables a los fascistas italianos y a los nacionalsocialistas alemanes, así como izquierdistas, al estilo del Partido Nacionalista de Tarradellas. A la hora de la verdad, Companys se convirtió en un «traidor» para los independentistas más radicales, quienes planearon su muerte.
Junts Pel Sí tiene el mismo espíritu de movimiento nacional. En su seno están los restos de CiU, ahora llamado PDeCAT, y ERC, a los que apoya la CUP. La diferencia entre ellos es grande. Los ex convergentes son una derecha conservadora, la Esquerra es nacionalista y socialista, y los cuperos declaran ser la versión catalana de Herri Batasuna. La sesión del Parlament del 10 de octubre se retrasó una hora por las discrepancias entre el PDeCAT y la CUP, ya que estos últimos querían una declaración tajante e inmediata de independencia. Tras el discurso de Puigdemont, fuera del Palacio, entre la muchedumbre que veía la comparecencia se empezaron a oír las voces de «traición» y «traidor».
El golpe y la declaración
La Generalidad de Companys mantuvo el golpe casi en secreto. Dencás organizó a los Mossos y armó a los somatenes. El 5 de octubre convocaron una huelga general, y al día siguiente el Govern realizó una parada militar, se hicieron fuertes en algunos edificios, atacaron torpemente cuarteles, y dirigieron una muchedumbre al Palacio de la Generalidad. Companys se encontró con un Gobierno dividido entre independentistas y autonomistas, y se decidió por una vía intermedia. Salió al balcón y declaró el Estado catalán en la República federal española, no la independencia. El objetivo era rectificar la marcha de la República que, a su entender, estaba malograda por el gobierno de la derecha. Sus aliados fueron el PSOE en toda España, y los anarquistas en Asturias.
El gobierno de Puigdemont ha utilizado el Parlamento para hacer dos leyes de ruptura, y a los ayuntamientos como estructura administrativa para el «referéndum» del 1-O. Tras retrasar la aparición una hora por discrepancias con la CUP, Puigdemont anunció la independencia, pero también que la suspendía para negociar su «derecho» a constituirse como Estado independiente en forma de República. El instrumento de la mediación, o del diálogo sobre la base de la aceptación de la legalidad y legitimidad del golpe de Estado, está apoyado por Podemos, sus confluencias y parte del PSC.
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