Cataluña
Alberto Fernández: El primero en colocar la bandera
No se puede decir que Alberto Fernández Díaz (Barcelona, 1961) sea un novato. Se afilió al Partido Popular en 1980, un 12 de diciembre; el mismo día, 56 años después, nos concedió esta entrevista. Lo ha sido todo en su partido. Presidente de Nuevas Generaciones, diputado y jefe de filas en el Parlament, y presidente del partido en Cataluña, y una larga etapa como líder del PP en el Ayuntamiento de Barcelona. Tiene gratos recuerdos de esta etapa que inició en 2003, en plena presión de la guerra de Irak. A pesar de las encuestas mejoró la representación del PP en la capital catalana, y batió su récord en 2011, cuando alcanzó el mejor resultado de los populares con nueve concejales. También tiene malos recuerdos y les pone fecha: «El 21 de septiembre y el 14 de diciembre de 2000. ETA mató en Barcelona. Luego la policía desarticuló al comando asesino y me enteré que horas después de su arresto tenían planeado asesinarme. En esos momentos, te creces en la adversidad, y tu carácter queda marcado».
Es un hombre que no se arredra y que tampoco tiene pelos en la lengua. En su etapa en el consistorio barcelonés ha conocido a Pasqual Maragall, Joan Clos, Jordi Hereu, Xavier Trias y a Ada Colau como alcaldes. ¿Cuál ha sido el mejor? Responde sin titubear: «Maragall». Lo argumenta en que hizo posibles los Juegos Olímpicos «con el apoyo del PP. Iniciativa estaba en contra y Convergéncia no quería ayudar. Tenía mayoría absoluta, pero el PP le dio el apoyo porque creíamos en Barcelona».
Después de los elogios la puntilla: «Fue un gran alcalde y un mal president». ¿Y el peor? Tampoco duda. Con Colau «lo peor está por llegar». Tiene la peor opinión sobre la alcaldesa. Lo dice en esta conversación pero se lo espeta a la cara en los plenos. «No es monárquica, pero gobierna como una déspota ilustrada. Es atea pero forma parte de una maldición bíblica». Aprovecha para afearle que no ha renunciado al coche oficial, «si alguien ha renunciado a coche oficial ése he sido yo. Siempre voy en moto». Es su «herramienta de trabajo y mi pasión». Muestra su afición irredenta sin tapujos porque «la moto es libertad», «debes prestar atención, ir con cuidado, pero se piensa mejor con el aire de cara. Sirve para evadirse y para pensar».
Mira las elecciones con optimismo porque «el cambio es posible» y confía en el liderazgo de los constitucionalistas. «El PP será protagonista seguro, porque este cambio sólo es posible desde los sumandos, y nuestros diputados serán tan importantes como los de Ciudadanos y PSC. Todo va a contar el día 22». Cree en el cambio porque «la irracionalidad del independentismo ha roto el silencio de muchos catalanes que se sienten españoles, que ahora tienen ilusión y convicción de un cambio para que Cataluña sea ella misma. La Cataluña nacionalista, una ficción».
Hace dos años puso la bandera rojigualda en el balcón del ayuntamiento harto de la estelada. Fue la primera vez que alguien, con responsabilidades públicas, se enfrentó a la omnipresente seña del independentismo. Ahora miles de banderas españolas ondean en Barcelona para protestar también contra «los Comunes como colaboradores necesarios del independentismo». Está convencido de que la gente votará en masa porque «no se habían creído que se llegara tan lejos ni de la forma tan cruel, por la ruptura social que ha supuesto, y por la ruptura económica que ha provocado. Puigdemont ha sido una máquina para conseguir que los catalanes no independentistas digan basta, abandonen la resignación y la conviertan en indignación». Nos deja apresuradamente. Tiene que ir a comprar a un «mexicano» la cena para sus hijos. Toca celebrar su cumpleaños.
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