El desafío independentista
«Así empezó la guerra, os lo digo que la he vivido»
La barriada de Vila-Roja se ha convertido en el Kamchatka catalán, en lucha contra la secesión
La barriada de Vila-Roja se ha convertido en el Kamchatka catalán, en lucha contra la secesión.
«Así empezó la guerra, os lo digo yo que la he vivido, entonces tenía siete años, ahora tengo 89». El grupo de jóvenes ocupado en volver a colgar la bandera de España más grande de Vila-Roja –el barrio gitano de Girona que se ha hecho famoso por reivindicar la unidad de España en tierra de Carles Puigdemont, donde el soberanismo tiene una de sus máximas cuotas de seguidores– deja lo que está haciendo y escucha con atención a «la señora”. Carlota Vaca Romero sube con la ayuda de su bastón la Pujada del Primero de Mayo, la calle principal de barrio, donde los vecinos han convertido una pared en un lienzo para expresar sus sentimientos, igual que los berlineses hicieron en el muro de Berlín, aunque con menos gracia. Han pintado una enorme bandera española y un grafiti del que dicen «estamos muy orgullosos», subraya Pablo. Pone «España ama a Cataluña», y eso demuestra que «nosotros respetamos a todos catalanes, también a los que se sienten independentistas», matiza, aunque el 1-O echaron a golpes a un grupo de organizadores y a los Mossos d’Esquadra que pretendían celebrar el referéndum en un centro del barrio. Pero esa es otra historia. Primero escuchan a Carlota Vaca Romero que insiste con su bastón en que «así empezó la guerra». La noche anterior, el vicepresidente de la Generalitat, Oriol Junqueras, y ocho consellers entraban en prisión.
Cuando Carlota Vaca Romero termina su relato, los jóvenes vuelven a su labor, colgar la bandera de una farola a un poste eléctrico, de un lado a otro de la calle, a modo de bienvenida. «Este fin de semana ha venido el presidente del PP catalán, Xavier García Albiol, y el lunes Televisión Española», explican. El viento ha descolgado la enseña y se esmeran en recolocarla. «¡Qué se vea que somos españoles!», grita Alfredo, «Álfred para los amigos”, dice. El equipo que cuelga la bandera pide una herramienta. 2¿Te sirve una navaja?»; «Tengo navajas, pistolas... aquí tenemos de ‘‘too’’», bromea. De todo, menos «senyeres» y «estelades», el barrio está forrado de rojigualdas. Balcones, farolas, muros, todo son banderas españolas.
Desde que se ha convertido en bastión contra el separatismo, ahora vienen a Vila-Roja los políticos y las televisiones. Además de boicotear el referéndum, organizaron una colecta para vestir el barrio de banderas de España, su manera de luchar contra la independencia. «Compramos 70 banderas, las pusimos el día que el Puigdemont declaró la independencia y ya no las hemos sacado. Tuvimos que ir a más de una tienda, porque no tenían. Ahora, hemos pedido por Internet una bandera gigante de 10x4 metros, que aún no sabemos donde la pondremos», sigue Pablo.
Albiol encuentra en la entrada del barrio un grafiti para la alcaldesa, escrito hace una semana para su cumpleaños: «Feliz aniversario, señora alcaldesa de Girona, esperamos que haya democracia y respeten nuestra bandera . Gracias». Pablo cuenta que Marta Madrenas ha sacado ya la bandera de España del Ayuntamiento de Girona, «sin tener miramientos por los que no piensan como ella».
Madrenas es de la escuela de Puigdemont, su antecesor, no pisa el barrio. «Aquí el que venía era Joaquim Nadal, es compadre del tío Luis, se sentaba con nosotros a comer», recuerdan Pablo y su primo. «Al Puigdemont, el tío lo echó a palos cuando se quemó les Pedreres. Llevaba tiempo avisando de que el bosque estaba descuidado, hubo un incendio y entonces, con el daño ya hecho, se dignó a venir». En la cima de les Pedreres, la montaña que hay frente al barrio de Vila-Roja, dibujan junto a la Font de la Pólvora y Mas Ramada el triángulo más pobre de la ciudad. Ahí vive el clan de los Amador. Ocuparon el terreno donde hace 60 años oleadas de inmigrantes del resto de España, como Carlota Vaca Romero, cordobesa, construyeron barracas. Vila-Roja es uno de los barrios donde se levantaron pisos de protección oficial baratos para erradicar el barraquismo. Pero se hizo con tan mala sombra urbanística que dificulta la cohesión social y la integración en la ciudad.
Ahora lucha contra el estigma de la marginación y la delincuencia. Ayer fue Albiol, pero «los taxis siguen sin subir por la noche y el Telepizza no venía, hasta que llegamos a un armisticio para que dejaran las pizzas en el único bar del barrio, el Cuéllar», explica Pablo. Aquí tanto se cantan goles del Real Madrid como acaba un funeral. «Tenemos mala fama, pero somos buena gente», se defienden. El 1-O rompieron las urnas «porque un grupo de gente que no conocíamos querían poner en el barrio». Cuando llegó la Policía Nacional el problema se arregló. «Los apoyamos porque defienden España, como nosotros», alega Antonio. Sobre la demanda de prisión para Puigdemont y sus consellers dicen que «si haces algo ilegal, ya sabes que irás al trullo». Puntualizan que «no somos del PP ni del PSOE, sólo somos españoles que queremos trabajo», aunque «el 21-D no permitiremos la independencia». Vila-Roja, el barrio más olvidado de Girona, podría convertirse ahora en destino de peregrinaje político.
El actor Ricardo Darín cuenta a su hijo en la película «Kamchatcka», que «desde Kamchatka (un país tan pequeño en el juego de estrategia del Risk que parece que no existe), se puede conquistar el mundo». Kamchatka es una metáfora de la resistencia, como los vecinos piensan de Vila-Roja.
✕
Accede a tu cuenta para comentar