El desafío independentista
Cambio de socio: Podemos sustituye a los antisistema
Catalunya sí que es Pot se convierte en pieza clave: con ellos, Puigdemont tendrá mayoría absoluta para aprobar la suspensión de la independencia.
Catalunya sí que es Pot se convierte en pieza clave: con ellos, Puigdemont tendrá mayoría absoluta para aprobar la suspensión de la independencia.
Puigdemont ha declarado la independencia. No hubo «glamour» porque acto seguido la suspendió. Su discurso frustró al conjunto del pueblo de Cataluña, incluidos los independentistas que pretendían que ayer naciera la República Catalana. Hoy, esta República es no nata. Puigdemont se escudó en los argumentos de siempre para profundizar en la división de una sociedad catalana que tiene miedo y está acogotada y agotada por la situación. El presidente catalán se excusó para suspender la República Catalana en dos argumentos sabidos. Queremos negociar con el Estado para buscar una solución –se cuidó muy mucho en no concretar cuáles serían los márgenes de esta negociación– y apeló a Europa para que asuma su papel de mediador, a pesar de que Europa le ha dicho, por activa y por pasiva, que no, que respete las normas constitucionales.
Puigdemont no contentó a nadie. Ni a los que querían que diera marcha atrás en el proceso soberanista porque el referéndum no fue ni válido, ni legal, ni asumible desde ningún punto de vista democrático, o si lo prefieren objetivo. Ni a los que querían que, aunque presentara los resultados no aplicara las leyes suspendidas por el Tribunal Constitucional y que fueron aprobadas pisoteando los derechos de los diputados de la oposición. Ni a los independentistas «pata negra» que consideran la aprobación-suspensión como una «traición inadmisible» ni, por último, a las empresas que siguen pensando que la Generalitat los ha llevado a un limbo que las pone en peligro. En palabras de Miquel Iceta «el problema no es Europa, no es España, el problema somos nosotros».
Conclusión, el pueblo catalán está más roto hoy que ayer, y lo estará menos que mañana. Puigdemont dijo al inicio de su discurso que habló para todos. Pues parece que sólo lo entendieron los suyos. Los del PDeCAT y, parece –sólo lo parece–, los de Esquerra Republicana. Sus hasta ayer aliados, la CUP ha empezado su campaña: «Que la prudencia no nos haga traidores». De hecho, la CUP montó en cólera al inicio de la sesión plenaria que empezó con una hora y trece minutos de retraso.
El bloque independentista parece roto, por el rechazo de la izquierda radical, y el proceso de diálogo ha provocado un cambio de mayorías en Cataluña. Ahora, Junts pel Sí se apoya en los Comunes que no han entendido que Puigdemont haya declarado la independencia de Cataluña. Este parece que será el punto del nuevo debate «macarrónico» sobre si ha declarado o no la independencia. Y ha logrado su objetivo. Ha empantanado la situación, se ha desprendido de la CUP y ha abierto un nuevo proceso de diálogo, sin concretarlo de forma expresa, poniendo en cuestión la unidad de las fuerzas constitucionalistas en la aplicación de medidas como el tan recurrido artículo 155.
Puigdemont ha conseguido reiniciar el «procés» sin romper toda la vajilla. Sigue con su plan independentista evitando –al menos desde su punto de vista– la actuación del Gobierno en la vía política, porque la judicial seguirá su camino. Se ha quitado de encima a los socios incómodos de la CUP e incorpora a su proyecto político a los Comunes y, sobre todo, a las decenas de diputados de Podemos que se empecinarán en llevar al Congreso de los Diputados la vía de la negociación, y puede fragmentar la posición del frente constitucionalista. Además, la marca catalana de Podemos, Catalunya sí que es Pot, será fundamental en el Parlament. Con ellos, Puigdemont tendrá la mayoría absoluta necesaria para aprobar la suspensión de la independencia. El presidente catalán anunció la independencia y dijo que sometería al Parlament su suspensión. Esta votación no se produjo, ergo, hoy Cataluña es una República Independiente porque su Parlament ayer no se pronunció.
Diálogo va a ser ahora la gran palabra. De momento, vacía y sin contenido. ¿De qué se va a negociar? ¿Sobre la soberanía nacional? ¿Sobre un referéndum pactado? ¿Sobre las condiciones de la independencia? ¿Sobre el reparto de bienes? Se buscarán mediadores, se harán grandes llamamientos a la negociación, pero que nadie se equivoque, Puigdemont seguirá marcando el camino hacía su gran objetivo, porque la Ley de Transitoriedad, la ley de la independencia, sigue calentando por la banda a la espera de entrar en el partido.
Otro frente a tener en cuenta en el futuro es el apoyo popular. Ayer, la prensa independentista estaba en fase de depresión. En la calle, llanto, estupefacción, sorpresa. Se hablaba sin remilgos de estafa, frustración, engaño. «Convergència se nos acaba la paciencia», se oía en la calle y en las redes sociales, mientras que Esquerra Republicana se iba de rositas. Puigdemont ha desbordado a todos. Quiere abrir una negociación sobre no se sabe qué, con quién, o para qué, no se sabe si Cataluña es una República porque el Parlament no la ha suspendido, no se sabe si la CUP se revolverá en la calle y no se sabe cuál será la nueva hoja de ruta.
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