Crisis en el PSOE
Cien años de luchas internas
El PSOE está sumido en una nueva crisis de liderazgo, lo que ha terminado en un partido con dos bandos donde la conciliación es, en estos momentos, casi imposible.
Más de cien años de luchas internas. No es la primera vez que el PSOE se enfanga en una lucha interna entre líderes con proyectos y estrategias diferentes. El resultado siempre fue el mismo: su hundimiento. El 16 de diciembre de 1935 estallaron las diferencias entre Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero. El vasco quería la unión con los republicanos para derrotar a los radicales de Lerroux y a la CEDA. Así lo había acordado con Manuel Azaña. Largo Caballero había propiciado la ruptura con los republicanos en el verano de 1933, y se había lanzado a una retórica guerracivilista y revolucionaria. El partido estaba dividido, así como sus órganos de gobierno y el grupo parlamentario. El acuerdo entre ambas tendencias supuso la formación del Frente Popular con la incorporación del PCE, de ciega obediencia a Moscú. Pero el partido quedó roto. Los «caballeristas» impidieron que Prieto formara gobierno en febrero de 1936, y que el PSOE participara en uno de coalición tras el golpe del 18 de julio. Prefirieron hacer la revolución social.
La división se mostró incluso en la Guerra Civil, con el golpe de Estado de Casado en Madrid apoyado por Julián Besteiro, contra el sovietizado presidente Juan Negrín.
Casi cuarenta años después, en Suresnes, se celebró el XIII congreso del PSOE. Los comunistas lideraban la oposición izquierdista al franquismo, con un discurso rupturista y su incesante activismo. Las críticas a Rodolfo Llopis, que dirigía el PSOE desde el exterior, eran claras: falta de conexión con la realidad española. Los grupos de Sevilla, Madrid y Asturias acordaron dar un golpe de mano.
Antes de asistir al congreso decidieron echar a Llopis, y nombrar a un socialista del interior, restableciendo la secretaría general. Nicolás Redondo convenció entonces a Pablo Castellano y Enrique Múgica para elegir a Felipe González. La maniobra tuvo éxito y el PSOE se dispuso a competir con el PCE por la hegemonía de la izquierda, defendiendo el socialismo autogestionario y el derecho de autodeterminación. Una vez logrado, Gónzalez, convertido en la imagen del nuevo PSOE, se deshizo del republicanismo en 1977 y del marxismo en 1979 en sendos congresos, donde amenazó con irse si no se aceptaban los cambios.
La derrota electoral de 1996 desató las luchas internas. González convocó el XXXIV congreso del PSOE para junio de 1997. El propósito era expulsar de la Ejecutiva a los guerristas, en pugna con el «clan de Chamartín» y los «renovadores». Ciprià Ciscar, secretario de Organización, acordó con los barones del partido la salida de los guerristas, pero desconocía que González quería abandonar la dirección del PSOE. Felipe soltó la noticia en pleno Congreso para reducir al menor tiempo posible la guerra civil en el PSOE. El plan era sustituir la estructura del partido, en manos de los guerristas, por la de los barones, que quedaron como dirección en la sombra del partido a cambio de aceptar como secretario general a Almunia, señalado por González.
Para reforzar elegir candidato del PSOE, Almunia convocó primarias. Borrell se presentó apelando a la militancia y separándose de «la casta» del partido. Votó poco más de la mitad del censo socialista, y el 55,1 por ciento fue para Borrell, quien venció en 16 de las 21 federaciones. El «efecto Borrell», que se puso por delante en las encuestas electorales, duró hasta que debatió con Aznar en el Congreso y perdió. Los barones movilizaron a «El País», que cargó contra el entorno de Borrell hasta que dimitió.
La victoria del PP en 2000 sumió al socialismo en otra crisis. El XXXV congreso se convocó para la «renovación». Chaves, Ibarra, Solana y Borrell rechazaron la candidatura para secretario general. Rosa Díez decidió presentarse tras los buenos resultados en las europeas de 1999 y ganar las primarias vascas a Redondo Terreros. El guerrismo presentó a Matilde Fernández en la sede madrileña de la UGT, de la mano de Guerra e Ibarra, sentada junto a Peces-Barba, Fernando Morán y Santiago Carrillo. Hicieron un discurso contra el felipismo y cantaron «La Internacional» puño en alto. José Bono era el eterno candidato, cinco veces ganador en Castilla-La Mancha por mayoría absoluta, continuista pero renovador, y patriota frente a los nacionalistas. La dirección y los medios le aseguraron la victoria, y tan convencido estaba que no dio la batalla por las bases.
Zapatero era entonces un diputado casi anónimo. Lideraba la «Nueva Vía», junto a Caldera, Blanco, Sevilla, Trinidad Jiménez, y Juan Fernando López Aguilar, entre otros.
En el congreso, Rosa Díez habló como perdedora, y Matilde Fernández salió a hablar puño en alto, criticando a González por hacer «política de derechas». Bono dijo que Zapatero daba la impresión de que aquello era «un experimento divertido o una alegre aventura», se proclamó felipista, y criticó a los guerristas, lo que fue su perdición. Zapatero se convirtió en el revulsivo a Bono, y ganó por 414 votos a 405. Desairado, Bono rechazó la oferta de presidir el partido y se retiró. La victoria electoral de ZP llegó tras cuatro años de oposición callejera, gran desgaste gubernamental y un atentado terrorista.
Ahora, el PSOE está en otra crisis de liderazgo, con la dirección dividida en dos bandos de difícil conciliación.
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