Bilbao
«¿Cómo voy a comer si están matando a mi hijo?»
Jaime Mayor Oreja, ministro del Interior en el momento del secuestro y posterior asesinato del edil del PP en Ermua, relata para LA RAZÓN unos días cruciales que marcaron un antes y un después en la lucha contra ETA.
Jaime Mayor Oreja, ministro del Interior en el momento del secuestro y posterior asesinato del edil del PP en Ermua, relata para LA RAZÓN unos días cruciales que marcaron un antes y un después en la lucha contra ETA.
Han pasado 20 años desde que España vivió agonizante el latido de un reloj. Dos disparos que hicieron gritar al mundo «basta ya», una tragedia que no cedió al chantaje y venció al miedo. El 10 de julio de 1997 España vive aún la euforia por la liberación del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara. El que fuera ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, tenía una comida con el club de comunicación. Ese día le daban un reconocimiento. Posteriormente se reunió con el que fuera ministro de Interior y Justicia del PSOE, Juan Alberto Belloch. «Entré en la reunión y prácticamente al inicio me dijeron que había habido una llamada extraña a la secretaría». «Hijos de puta, lo de Ortega Lara lo vais a pagar. ¡Gora Euskadi Askatuta!». Hacía apenas media hora que el joven concejal del PP de Ermua Miguel Ángel Blanco había sido secuestrado en la estación de Eibar cuando se dirigía a su trabajo. Casi simultáneamente a esa primera llamada, el entonces presidente de los populares vascos, Carlos Iturgaiz, telefonea a Mayor Oreja. «Me dijo que estaban preocupados porque un concejal del PP de Ermua que tenía que llegar a un determinado lugar no llegaba, que había un retraso que no tenía explicación». A los minutos vuelve a sonar el teléfono advirtiendo de lo mismo. «Le pedí a Belloch que aplazáramos el encuentro y lo entendió».
10 DE JULIO DE 1997
Cuando se iba confirmando la noticia del secuestro, el ministro del Interior llama al presidente del Gobierno, José María Aznar, y se convoca una reunión en La Moncloa, a la que acuden los responsables de Información de las Fuerzas de Seguridad del Estado. Se produce la confirmación. Egin había recibido una llamada en nombre de ETA reivindicando el secuestro. Daban al Gobierno un plazo de 48 horas para acercar a todos los presos de ETA a cárceles del País Vasco. Si no, le matarían. «Todos sabíamos que era buscar una aguja en un pajar. En aquella reunión constatamos lo que ya sabíamos: que era un asesinato a cámara lenta», recuerda Mayor Oreja.
En el número 11 de la calle Iparraguirre de Ermua se concentra la prensa. Llega el padre de Miguel Ángel de trabajar. Albañil, sin saber nada de lo ocurrido, se baja de su furgoneta y se ve rodeado por los micrófonos. «¿Qué ha pasado?, ¿qué ha pasado?», pregunta. «¿Es familiar de Miguel Ángel?, le pregunta una periodista que le da la noticia. «Dicen que lo ha secuestrado ETA». Mayor Oreja sigue reunido con el presidente en Moncloa. «Nos damos cuenta de que tengo que salir a explicar la posición del Gobierno porque es evidente que las cámaras de televisión ya habían llegado a la casa de los Blanco y están con el padre...». El entonces ministro del Interior recuerda que tuvo que preparar su intervención en el coche, en el trayecto de Moncloa al Ministerio. «Fue probablemente la intervención más difíciles que tuve que hacer, porque todavía estaba secuestrado y tenía que tener control de las palabras. Además, había que mostrar que el Gobierno mantenía su posición y no iba a negociar. El mayor esfuerzo fue tratar de plasmar el tono que quería introducir en el discurso».
Esa noche se producen algunas llamadas de personas, «unas con buena fe y otros con menos buena fe, para ofrecerse de mediadores del secuestro». «Fue una noche de muchas llamadas y de intentos que nos llevaron a constatar que le iban a matar», cuenta Mayor Oreja.
11 DE JULIO DE 1997
Los partidos democráticos muestran su solidaridad de inmediato y se convocan movilizaciones masivas en todos los ayuntamientos. Es el día en el que España levantó las manos al grito de «libertad».
Los mismos servicios de Información de la Guardia Civil que trabajaron en la localización de Ortega Lara buscan a Blanco. Se incorporan todos, doblan turno, se olvidan hasta de comer y tocan todas las teclas posibles. Los que estaban en Francia vigilaron todos los objetivos de las operaciones que tenían en marcha y se «peinaron» muchos montes de Guipúzcoa. Estaban cerca, pero a la vez muy lejos; a la distancia que separa la vida y la muerte.
Ese día hubo Consejo de Ministros y se decidió que Aznar acudiera a la manifestación convocada por la mesa de Ajuria Enea para el día siguiente en Bilbao.
Al Ministerio del Interior llega el ofrecimiento de María José Gurruchaga –abogada de José Luis Álvarez Santacristina, «Txelis», uno de los dirigentes de ETA detenido en marzo de 1992 en Bidart, preso en aquel momento en Francia–, que se entrevista con su defendido en la cárcel. «Le dije que quedara claro que lo hacían por iniciativa propia, que en ningún momento mencionaran al Gobierno y dejo claro que nadie piense que va a haber diálogo ni negociación». «Con esa visita –Gurruchaga– nos confirma lo que ya sabíamos: que no había marcha atrás».
Mayor Oreja recuerda que el día 11 «cuando ya había hecho todo lo que tenía y podía hacer –habían pasado 24 horas del secuestro–, me encierro en el despacho, y me quedo solo esa tarde. Me entró un sentimiento extraño de angustia, de decir: va a morir este hombre y no puedo hacer nada por evitarlo». Pero, añade, «no tenía derecho a manifestar desasosiego en el ámbito público». Miguel Ángel permanecía maniatado en algún lugar desconocido, donde permaneció hasta el día que lo asesinan.
12 DE JULIO DE 1997
El ex ministro del Interior recuerda que «el comportamiento de los padres fue más que ejemplar; pero no sólo esos días, sino los posteriores. El 10, el 11, el 12...? Eso no lo he podido olvidar y nos facilitó muchísimo que hiciéramos todo lo que teníamos que hacer, sin una presión por parte de sus padres».
El 12 de julio, por la mañana, antes de que ETA cumpla su sentencia de muerte, tiene lugar la manifestación en Bilbao. Mayor Oreja recuerda que hubo una pequeña duda de si Aznar debía ir en coche, pero él tenía claro que «más que nunca tenía que ir a pie». «No querían que estuviéramos en la cabecera de la marcha que habían convocado los partidos de Ajuria Enea y recuerdo que fue aclamado desde el primer segundo por los bilbaínos». «Todo eso al nacionalismo le inquietó porque se dio cuenta de que podía ser el final de ETA y, también, del nacionalismo».
A las 16:00 horas del 12 de julio, España entera contuvo el aliento. «¿Cómo voy a comer si están matando a mi hijo?», decía Consuelo Garrido, la madre. Las televisiones paraban su programación y atronaba el silencio con la imagen de lazos azules que marcaba la hora del ultimátum etarra. Pero ETA no paró el reloj. Los terroristas lo introdujeron en el maletero de un vehículo y lo llevaron a un descampado. Con las manos atadas le hicieron caminar por la zona boscosa, un paraje cerca de las antiguas vías del ferrocarril y de un puente que se levante sobre un arroyo, a un kilómetro del casco urbano de Lasarte. Allí, el etarra «Txapote» le hizo arrodillarse y le descerrajó dos tiros en la cabeza. Dos hombres que paseaban por el campo en Azokaba fueron los que descubrieron el cuerpo, aún con vida, de Miguel Ángel gracias al olfato de sus perros. El concejal de Ermua estaba tumbado boca abajo, con un zapato fuera y las manos atadas por delante con un cable eléctrico.
A la vuelta de la manifestación, Mayor Oreja vuelve al ministerio. En el despacho recibe una llamada que le anuncia que han encontrado a un chico con unos disparos cerca de Andoain, pero inicialmente no le dicen que es Miguel Ángel. «Al cabo de 20 minutos me confirman la identidad, que está en estado crítico, y que le llevan a la clínica de Nuestra Señora de Aranzazu». Cuando llega a la clínica, la misma donde había trabajado su padre como ginecólogo años atrás, ese día 12, su cumpleaños, el entonces ministro pudo aún ver a Blanco vivo. «Cuando vi a Miguel Ángel vendado y unido a un respirador fue muy duro. Fue la cruz que siempre te acompaña en vida», destaca. «Es evidente que en ese momento el diagnóstico es crítico».
Entonces tiene que volver a comparecer ante los medios. «Es cuando tengo ese pequeño rifirrafe con la portavoz de la familia, que me reprocha la actitud del Gobierno en los pasillos; entonces hago un aparte con ella». Cuando regresa al ministerio le confirman el fallecimiento. Según explicó el forense, el edil tenía la primera bala alojada en el hueso mastoideo, detrás del pabellón auricular derecho. Pero el sanguinario «Txapote» le ajusticia con un segundo disparo en la zona occipital. Esas dos balas resonaron en todo el mundo y despertaron el espíritu de Ermua. El País Vasco venció al miedo. Aquel día, Batasuna se sintió acorralada mientras les gritaban «asesinos» e «hijos de puta». Quemaron una sede de HB, la Ertzaintza se quitó las capuchas como símbolo de valentía y ETA quedó herida de muerte. Mayor Oreja considera que «todo lo que hizo la sociedad española no fue una pérdida de tiempo y a partir de entonces la política antiterrorista que hacemos ya está presidida por la determinación». «Que a partir de 2004 se hiciera la política contraria, asentada en una negociación, nos ha dejado lo que hoy vivimos, un proyecto político de ETA vivo –lamenta–. Pero eso no significa que lo que hicimos fuera inútil».
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