Elecciones generales
Comprometida y valiente
El perfil de Margarita Robles
En la vida te puedes arrepentir de lo que has hecho, pero nunca de lo que has dejado de hacer. Con esta reflexión, la magistrada Margarita Robles le dio el sí a Pedro Sánchez la noche del miércoles. «No te puedo ofrecer nada, salvo que trabajes conmigo como número dos», le dijo el secretario general del PSOE en una imprevista llamada telefónica. Ella le pidió unas horas de pensamiento, pero lo tenía claro: «Tampoco yo pido ni quiero nada, pero acepto». Es la manera de actuar de una mujer honesta, sin pelos en la lengua, valiente y comprometida con sus ideas de justicia social. Su perfil ha sido clave en la Judicatura, pese a que estuvo tentada de estudiar Medicina: «Era mi segunda vocación, yo tenía algo de misionera y desear hacer algo por los demás. Al final escogí la Justicia porque es el único trabajo donde no cabe la calma».
El sosiego no es lo suyo. Tenía siete años y era ya la primera de la clase. En el colegio de las Teresianas de León la consideraban una niña lista, mandona y muy responsable, matices de su personalidad futura. Una carrera meteórica, una sólida biografía y una actitud impecable conforman el carácter de Margarita Robles Fernández, que ella define como «un poco osado». Tuvo que serlo cuando aceptó la llamada de su entonces gran amigo Juan Alberto Belloch para ocupar la Secretaría de Estado de Interior. Bajo su apariencia menuda esconde una personalidad de acero, berroqueña y moldeada en la Justicia que la llevo a ser la primera mujer presidenta de la Audiencia Provincial de Barcelona. «Es una niña destinada a mandar», le profetizó un día uno de sus preceptores, el padre Poveda. No se equivocó desde que fue jueza número uno de su promoción.
Hija de un abogado leonés que se trasladó a Barcelona cuando ella tenía doce años, admite ser una mujer disciplinada, responsable y muy directa. Batutó con mano de hierro la tempestad de los GAL, fondos reservados y demás horrores poniendo en su sitio a muchos altos cargos que entraban en su despacho con chulería y salían trasquilados: «El poder no sirve de nada si no haces algo por los demás. Lo peor de la política es alejarte de la realidad y yo procuro no hacerlo». Nunca ha buscado los puestos, siempre le han venido dados. En el Gobierno de Felipe González en momentos críticos, en la Audiencia Nacional, en el Consejo General del Poder Judicial y como una de las pocas mujeres en acceder al Tribunal Supremo. Con tal bagaje, ahora le dice sí a Pedro Sánchez. «Si algo así se te pone delante es por algo», asegura con una afirmación un tanto bíblica.
Sabedora de que no todos entenderán su decisión, piensa que su prestigio y sus principios no peligran. «Un juez no está sólo para firmar sentencias, sino también para cambiar la sociedad». Ella, desde luego, no es de las que se va del despacho a casa sin más. «En estos momentos lo peor es no hacer nada», dice sin querer entrar en batallas de partido. Y quienes bien la conocemos y valoramos su amistad de tantos años, sabemos que Margarita ha dado este paso difícil desde una profunda generosidad y en conciencia. Con su voz de felina sabia, paso firme y la tranquilidad de un patrimonio decente e inapelable.
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