El desafío independentista
¿Cuándo perdimos Cataluña?
A dos días de unas elecciones que podrían redefinir el futuro de Cataluña, Josep Borrell, Francesc de Carreras y Juan José López Burniol radiografían el origen de una crisis originada en la «deslealtad constitucional de Pujol», y que ha terminado en una «sociedad fracturada en su dimensión más íntima»
A dos días de unas elecciones que podrían redefinir el futuro de Cataluña, Josep Borrell, Francesc de Carreras y Juan José López Burniol radiografían el origen de una crisis originada en la «deslealtad constitucional de Pujol», y que ha terminado en una «sociedad fracturada en su dimensión más íntima».
Desde una prudente distancia, como si desde el Montseny contemplasen la tierra que los vio nacer, tres autores reflexionan sobre la Cataluña que se enfrenta al 21-D, y parecen hacerse la misma pregunta retórica que Zavalita, en «Conversación en la Catedral» de Vargas LLosa: ¿En qué momento se nos jodió el Perú?
¿Pero en qué momento se nos jodió Cataluña? Tres plumas: el ex ministro socialista Josep Borrell, el constitucionalista Francesc de Carreras y el notario y actual vicepresidente de la Fundación Bancaria La Caixa, Juan José López Burniol, intentan tener una respuesta en su libro «Escucha España, Escucha Cataluña». Burniol prefiere no centralizar, palabra tan desgastada últimamente, y hablar de una situación que ha crecido al socaire de las consecuencias que trajo para el país el Desastre de 1898, que avivó los sentimientos nacionalistas de una Cataluña, principalmente burguesa, perjudicada por la pérdida de los mercados antillanos. «El reparto del poder se plantea en España después de la Guerra hispano estadounidense, cuando el catalanismo cultural se convierte en catalanismo político. Y, desde entonces, ha condicionado toda la vida política española», afirma. Una atmósfera a la que se acogen los actores que van llegando para intentar ser el quien se cuelgue la medalla, aunque pese demasiado. La de oro se la dan a Pujol. «En 1980 todo empezó a tener forma, cuando un nacionalista que no cree en el Estado de las autonomías llamado Jordi Pujol accede a Presidente de la Generalitat y sólo utiliza el Estatuto para construir una nación que debe acabar siendo un Estado», añade Carreras, firme defensor de la aplicación del 155 antes de que el Gobierno recurriera al artículo y partidario de una reforma constitucional.
«En el año 2000 las cosas empeoran porque pactan PSC y ERC para reformar el Estatuto. Cataluña se queda sin oposición por la debilidad del PP y empieza el proceso separatista». Un resumen que respalda Borrell. «En Cataluña no ha habido un big bang como el del Universo. Han sido una serie de hechos y circunstancias. Desde el principio, la deslealtad constitucional de Pujol. El recurso del PP contra el Estatut y la campana política con firmas y boicots fue una palanca para movilizar sentimientos de agravio. Y la crisis económica puso el contexto». Un escenario que, si el bloque PP-Cs-PSC no tiene la consistencia que pronostican las encuestas, podría tener visos de reeditarse en caso de que ERC entrara en los pactos. «El bloque constitucionalista es el único freno, ERC cambiaría la forma del procés pero no cejaría en su intento de independencia y, en todo caso, seguiría la matraca nacionalista y supremacista», considera Carreras. Pero Borrell, enfrascado estos días en respaldar la campaña de Iceta, tiene la exclusiva: «No creo que ERC vaya a estar en ningún gobierno constitucionalista. Y seguro que el Psc no va a investir a ningun independentista». Burniol se muestra más tajante aún: «No habrá un nuevo ‘tripartito’. Por tanto, no hay cuestión».
En román paladino, o las liantes siglas secesionistas vuelven al tablero político o el país se juega en estos momentos de forjar más que un sentido de Estado, un sentimiento de Estado dentro de los catalanes. ¿Es posible convencer a ese reducto soberanista? «Basta con decir lo que no hay que hacer, que es lo único que ha venido haciendo desde hace años el Gobierno: minimizar el problema, refugiarse en una interpretación estricta y negativa de la ley como si ésta fuese un ‘burladero’ y judicializar la política. En definitiva, eludir la cuestión», critica sin florituras Burniol. El proceso de reconstrucción será un camino bastante espinoso para Borrell. «En Quebec ha costado 20 años. Hasta ahora ellos han tenido un relato y un gran aparato de propaganda a su servicio. Y el gobierno español no se lo ha tomado en serio. España no ha tenido quien le escriba. Hay que resolver los problemas reales, que existen y muchos no necesitan cambios constitucionales, y deshacer los mitos que generan problemas imaginarios, como el de los 16.000 millones. Hay que construir un relato nacional español que sea atractivo. España no puede solo ser una realidad jurídico administrativa». Su compañero de «pluma» constitucionalista ve la viabilidad si «se les demuestra con palabras y con hechos, contarles las mentiras que han utilizado los separatistas y explicarles como lo bueno para los catalanes es permanecer en España y en Europa».
Una palabra descansa poco en su boca: reconciliación. «Una sociedad no puede funcionar emocionalmente si la mitad, o casi, de sus miembros creen, con razón o sin ella, que les iría mejor si no formaran parte del mismo Estado», apostilla Borrell. «Por supuesto que es viable, pero la reconciliación no se logra sólo con buenas palabras sino con hechos: ‘obras son amores y no buenas razones’. Por consiguiente, la reconciliación, que es absolutamente imprescindible, será lenta y fruto de una acción de gobierno inclusiva y tan generosa como firme», Burniol «dixit».
En esa directriz, los hay que consideran, como el candidato del PSC, Miquel Iceta, que perdonar la deuda o indultar a los presos secesionistas puede ser una opción. Una propuesta que Borrell compra... con matices. «Parte de la deuda de las CC AA, no solo la de Cataluña, es consecuencia del retraso en la actualización del sistema de financiación que ha generado una infrafinanciación crónica de los sistemas básicos de sanidad, educación y asistencia social. Otra parte se debe a una administración inadecuada. Estoy seguro que en la negociación que ahora empieza se tendrá que considerar una reducción de parte de la deuda. Pero no solo para Cataluña. En cuanto al tema de los indultos, esta claro que para que haya indulto, tiene primero que haber condena. Iceta ya lo ha reconocido. Y el perdón requiere arrepentimiento y propósito de enmienda... Pero el Gobierno de Zapatero indultó, sin causa justificada, al consejero delegado del Banco de Santander, y no recuerdo que muchos protestaran». Para Burniol, si estas iniciativas se plantean dentro del marco legal «podrán ser vistas como acertadas o desacertadas según el criterio de cada cual, pero no erosionan este ‘espíritu constitucionalista’ que, para mí, no se diferencia en nada del debido respeto a la ley, que es la base de la democracia». Pero para Carreras es ir contra corriente. «No facilita esta reconciliación y perjudica al PSC. Decir cosas como éstas es seguir la política de siempre de este partido», critica.
Dentro de esa política de integración bajo el respeto a la ley, el Gobierno asegura que las embajadas catalanas estarán cerradas antes del 21-D, el juez Llarena no permitirá que Puigdemont se persone en la causa contra contra el ex gobierno de la Generalitat por estar huido... Una espada de Damocles que a su vez puede favorecer el discurso victimista. «Fomentan mucho el victimismo», considera el ex ministro socialista. «Hay que respetar las decisiones judiciales pero mucha gente no entiende que el riesgo de fuga se interprete de manera que Junqueras, que es candidato a unas elecciones, este en prisión preventiva, y Urdangarín, que ya está condenado en primera instancia, esté en Suiza, o que el Sr Millet siga tostándose al sol de la Costa Brava desde hace años a pesar de todos los cargos que pesan sobre él». Pero para un catedrático de Derecho Constitucional como Carreras el victimismo está en un escalón no visible desde lo alto de la escalera. «No debemos dejarnos acomplejar por el victimismo, lo seguirán haciendo haga lo que haga el gobierno central. Lo que deben aprender muchos catalanes, y lo aprenderán, es saber qué es un Estado democrático de derecho, esta es una asignatura pendiente». ¿Se aprobará o hay que repetir curso? «Lo único que resulta determinante a largo plazo es una acertada acción de Gobierno que defina bien las prioridades del momento y las afronte con imaginación y con coraje», sostiene Burniol. Dentro de esas prioridades, la reestructuración de competencias está sobre la mesa del debate político, pero ninguno de los analistas considera que ahora es el momento. «El espíritu represivo es el más grave impedimento para solucionar el ‘problema catalán’, cuya raíz más honda se hunde en el ámbito de los sentimientos. Y, precisamente por ello, su única solución se halla en que todos los españoles seamos capaces de articular un proyecto sugestivo de vida en común», reflexiona el notario. «Retrotraer esas competencias sería polémico, complejo y difícil», corrobora Borrell. «Hay cosas más fáciles que hacer. El ejercicio competencial debe basarse en una lealtad de tipo federal que hay que construir políticamente y sin la cual ningún sistema descentralizado funciona. No debería ser un problema para nadie que el castellano tuviera las mismas horas lectivas que el inglés, por ejemplo».
Cataluña. Cuando uno pronuncia el nombre de la región parece que su esencia ha quedado reducida a un concepto: independentismo. Paro, pobreza... ¿Los problemas reales ya no tienen cabida? «El debate nacional ha relegado a la ultima pagina los problemas de corrupción y los problemas de la sociedad. Hay que desprocesar Cataluña, y hacer entender que la independencia no es el paso previo para resolver los problemas de sociedad como se ha hecho creer», reivindica el político. Carreras encuentra una estrategia de fondo. «El llamado «procés» lo tapa todo, para eso sirve. Lo más extraño es que la izquierda oficial haya colaborado en ese ocultamiento». Un ensimismamiento en el proceso secesionista sobre la que Burniol ironiza. «Es como si los socios de una compañía industrial se pasasen los días discutiendo sólo sobre los estatutos de la sociedad, sin afrontar debidamente los temas de producción, comercialización, expansión, etc. Urge, por tanto, la tarea de gobernar ‘las cosas’». Los datos no generan indiferencia: 3.042 compañías se han «mudado» desde el 1-O, el país perderá 12.000 millones de euros por la caída del turismo tras el «show» del proceso independentista... Las «cosas» pesan. «Cataluña lo tiene todo para seguir siendo lo que ha sido hasta ahora», se muestra optimista. «Sólo debe recuperar para ello la normalidad política. No es una tarea fácil, pero es posible si todos los políticos respetan la realidad de los hechos, respetan la ley y respetan al adversario». Borrell no ahorra en crudeza. «Esto le va a pasar una factura muy gorda a Cataluña. Y hay que exigir responsabilidades a los que han producido esta situación. Y menos mal que la aplicación, moderada, del artículo155 de la Constitución cortó la hemorragia. Costará recuperar la confianza. Por eso el resultado electoral es tan importante». De los tres entrevistados, sin duda el que mantiene un tono menos esperanzador es Francesc de Carreras. «la recuperación económica será lenta y es posible que tarde mucho o no llegue nunca. Creo que se ha entrado en un declive no fácil de superar». Un declive que se ha alimentado paulatinamente del buen «marketing» que el independentismo ha conseguido en el exterior, mientras que, podría ser, que el mensaje constitucionalista no se haya defendido con tanto «fervor» fuera de nuestras fronteras. «Han sido unos genios de la comunicación», reconoce Borrell. «Y el Gobierno español muy malo en eso. Yo he escrito varios artículos en la prensa internacional, el ultimo en Le Monde este 15 de diciembre, exigiendo que no se banalice el franquismo que es la comparación preferida de Puigdemont , amplificada por la prensa anglosajona. Después de las cargas policiales del 1 de octubre la batalla mediática la hemos perdido». Opinión de la que, por el contrario, el vicepresidente de la Fundación La Caixa disiente. «Se equivoca quien piense que el independentismo es el fruto coyuntural de un ‘marking’ acertado. El ‘problema catalán’ es un problema estructural de reparto de poder con más de un siglo de vigencia. Un problema que no se puede ocultar maquillándolo con una acción exterior por intensa que ésta sea».
A tres días de que se celebren las elecciones catalanas, las encuestas se disparan y los candidatos ultiman sus fuerzas en movilizar hasta el último de sus votantes. Son unos comicios que podrían ser históricos si el bloque constitucionalista consiguiera gobernar íntegro, sin voces nacionalistas en su interior. El espíritu de consenso que alberguen los partidos a partir del 22-D será decisivo no para el interés de sus formaciones, si no para el del país. El soberanismo catalán es plenamente consciente que sus días en los cargos oficiales podrían acabarse, y los ánimos están disparados, con dos candidatos a gobernar Cataluña con un porvenir que ofrece todo menos estabilidad: Puigdemont en Bruselas bajo la amenaza de su detención si regresa a España y Junqueras en prisión. Solo hay que reproducir el rifirrafe que mantuvieron el ex ministro que figura en estas páginas el militante del PSC, Josep Borrell, con el diputado de Esquerra en el Congreso Gabriel Rufián. Borrell habló de «desinfectar Cataluña» por la «herida del «independentismo», y el secesionista –que sigue ocupando su escaño en la Cámara Baja pese a la declaración de independencia unilateral– no dudó en cargar contra él de un modo beligerante. Le echó en cara «hable de desinfectar Catalunya» cuando, a su juicio, «Le debemos decir que el mejor desinfectante es la cal viva», en relación a los GAL. Por si el mensaje no había quedado claro, lo reflejó también en su cuenta de Twitter. ¿Hasta dónde alcanza el odio generado en Cataluña? «Decir que han generado demasiado es quedarse corto», valora Carreras. «Desde hace muchos años, con Jordi Pujol y su construcción nacional, desde los medios de comunicación, la escuela, los intelectuales, los historiadores y las interferencias de la Generalitat en la sociedad civil, se está generando odio a España y los españoles».
«Es cierto que se ha producido una grave fractura de la sociedad catalana, y que es urgente acometer la ardua tarea de recomponerla», reflexiona Burniol, «pero el más grave impedimento para que ello sea posible es atribuir con carácter exclusivo al adversario la responsabilidad de lo ocurrido».
El «increpado» por Rufián, en conversación con este periódico antes de dichas alusiones a la política socialista durante el gobierno de Felipe González, pareció con su respuesta replicar al posterior ataque del político independentista. «La sociedad catalana está fracturada en su dimensión más íntima», señala. «Hay mucha violencia verbal en el ambiente. Es necesario que se recupere el respeto del discrepante. Porque yo estoy muy harto de que a la menos crítica del independentismo te llamen facha».
✕
Accede a tu cuenta para comentar