Elecciones catalanas
El electorado da la espalda al juego de Colau e Iglesias
La ambigüedad ante el desafío soberanista y la polarización del voto durante la campaña deja a los comunes en la irrelevancia.
Caras largas en el espacio donde Catalunya en Comú-Podem esperó el recuento final de votos, una noche triste en el que el partido liderado por Xavier Domènech perdió hasta tres escaños respecto a 2015. Aunque esto no fue lo más grave, lo peor fue que desde el inicio del recuento de votos quedó claro que sus escaños no servirán de llave para hacer factible un futuro Govern. Domènech ya se mostró nervioso al poco tiempo de abrirse el recuento. «Las encuestas siempre nos han sido desfavorables. Nuestro éxito dependerá de si los resultados nos permiten ser decisivos para poder ayudar a cambiar la situación», señalaba. Al cerrar el recuento, la decepción era clara. «Estos resultados nos han de llevar a una reflexión sobre el papel de las fuerzas progresistas y de izquierdas que ven como en un país de izquierdas son las derechas las que suman mayorías», sentenció a las 23.20 horas.
Durante la jornada electoral, desde los comunes se aferraban al voto de los indecisos para esperar que las encuestas que dejaban claro su descenso estuviesen equivocadas. La número dos del partido, Elisenda Alemany, así lo afirmaba a última hora de la tarde. Sin embargo, los indecisos no cayeron en sus redes, ni siquiera en la zona metropolitana de Barcelona.
Durante la campaña, Domènech insistió sobre todo en las ciudades que rodean la capital catalana para conseguir seducir a la gran mayoría de estos indecisos, en un territorio muy poblado y tradicionalmente progresista. «Somos prudentes, pero nuestra intención era potenciar el cinturón metropolitano en donde esperábamos una gran participación. Vamos a ver si sacaremos frutos», señalaba Domènech. Al final, a pesar de la gran participación, no recogieron fruto alguno.
Falta de identidad
En una campaña muy polarizada en dos bandos, independentistas y constitucionalistas, la tercera vía ha quedado desmembrada, un voto de castigo claro a aquellos que no han querido posicionarse en los bandos. El problema de identidad ha sido evidente. Como aseguraba Íñigo Errejón en 2015, «esto era un clásico Barça-Real Madrid y nosotros íbamos con el árbitro». La falta de una identidad clara, decidida, en una campaña tan particular como ésta, ha sido el factor determinante para penalizar a los comunes.
Teniendo en cuenta que habían corregido uno de los fallos de la pasada convocatoria electoral, la elección de un líder como Lluís Rabell, poco conocido y sin grandes dotes de attracción para seducir a los indecisos, el varapalo es más inexplicable. Con la elección de Domènech como figura visible del grupo, uno de los grandes activos del grupo de izquierdas, parecía que se podía esperar un aumento de votos. Ni siquiera la figura de Ada Colau, que participó más en esta campaña que en la anterior, ha sido suficiente.
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