El desafío independentista
Colau pierde fuerza por el secesionismo
ERC sería ahora el partido más votado en Barcelona pero sólo lograría 8 concejales, los mismos que los «comunes» y C’s en un Ayuntamiento aún más fragmentado
ERC sería ahora el partido más votado en Barcelona pero sólo lograría 8 concejales, los mismos que los «comunes» y C’s en un Ayuntamiento aún más fragmentado.
La estrella de Ada Colau se apaga, según sugiere la última encuesta de NC Report para LA RAZÓN. La alcaldesa de Barcelona –llamada a saltar de la esfera municipal a la esfera autonómica o, quién sabe, a la esfera nacional– pierde fuerza. En 2015, la activista fajada en la lucha contra los desahucios ganó contra todo pronóstico las elecciones locales y le arrebató la alcaldía a Xavier Trias. Logró la exigua cifra de 11 concejales (sobre un total de 41), pero fueron suficientes para ponerse a los mandos de la ciudad. Hoy, tendría serios problemas para retenerlos, ya que ERC sería ahora la vencedora en un Ayuntamiento de Barcelona donde desaparecerían definitivamente las grandes fuerzas.
La Esquerra de Alfred Bosch (el ex portavoz de los republicanos en el Congreso) sería la vencedora con una cifra todavía más pobre que la actual de Barcelona en Comú –el partido de Colau–, ya que conseguiría únicamente 8 concejales. De hecho, ERC sería la ganadora (19,3% de los votos), pero empataría a 8 ediles con Barcelona en Comú (17,6%) y con Ciudadanos (17,4%). Este triple empate obligaría a los partidos municipales a buscar un tripartito –o incluso un cuatripartito– si la intención es garantizarse la mayoría absoluta, cifrada en 21 concejales.
Pero esta coalición sería verdaderamente complicada de construir, ya que, además de un triple empate a 8, se produciría un doble empate a 6 entre el PSC (14,8% del voto) y el PDeCAT (13,3%). El PP (7,6%), por su parte, obtendría 3 concejales y la CUP (6,2%) lograría 2.
La situación, por tanto, sería la de una mayor fragmentación que la actual y la de una gobernanza cada vez más complicada. Atrás, muy atrás, quedan las tres décadas en las que el PSC gobernó a sus anchas el Ayuntamiento de Barcelona. Hoy es impensable.
Lo cierto es que el sometimiento de la vida municipal de Barcelona a la política catalana, monopolizada por el debate independentista, parece haber castigado enormemente a Colau. Los «comunes» indujeron a sus bases a romper el acuerdo de gobierno que mantenían con el PSC de Jaume Collboni debido al apoyo de los socialistas catalanes a la aplicación del artículo 155 de la Constitución y la maniobra parece haber sido contraproducente. No sólo no obtienen ninguna renta de esta ruptura, sino que se ven penalizados por ella (de 11 a 8 ediles). Lo contrario ocurre con el PSC, que ve mejorados sus concejales (de los 4 actuales a 6). Pero los grandes beneficiados de los bandazos de Colau son los dirigentes de ERC, que, al igual que está ocurriendo en la esfera autonómica, logran arrastrar a sus siglas el grueso del voto independentista en detrimento del PDeCAT. Mientras los republicanos experimentan un crecimiento (de 5 a 8 concejales) y se colocan en el primer lugar de las encuestas, el PDeCAT se hunde (de 10 a 6) y pierde su condición de segunda fuerza –y, por tanto, de principal alternativa al gobierno actual–.
Problemas intactos
Colau tomó el control del Ayuntamiento de Barcelona con la promesa de atajar los principales problemas de la ciudad: el acceso a la vivienda y las molestias del turismo. Ninguno de los dos asuntos ha desaparecido de entre las principales preocupaciones de los barceloneses, aunque la alcaldesa se felicita por haber frenado las licencias hoteleras en los barrios céntricos.
Su especialidad en este tiempo ha sido la de tener voz en todo tipo de debates, ajenos muchos de ellos al marco de competencias del Ayuntamiento: los refugiados, los precios del alquiler de viviendas y la organización territorial de España. El mérito es que todos estos mensajes han hallado altavoces a nivel nacional, puesto que Colau ha sido reclamada frecuentemente por medios de comunicación españoles y no sólo por los locales. Este tirón, sin embargo, no parece tener ahora su correspondencia entre los electores barceloneses.
El alivio para ella es que queda mucho, muchísimo, hasta las próximas elecciones municipales de mayo de 2019. Es tiempo de sobras para propiciar la remontada. Pero también lo es para acentuar un declive que coincide con su aproximación al mundo soberanista.
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