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4h y 59 minutos de independencia ilegal (secreta)

El Parlament aprueba la república a las 15:27h con una votación anónima para intentar burlar las consecuencias penales para los diputados. El Gobierno disuelve la cámara autonómica a las 20:26h.

Carles Puigdemont y Oriol Junqueras junto a los diputados de JxSí y la CUP y sin los diputados del PSC, PPC y Ciudadanos, aplauden tras aprobarse en el pleno del Parlament, la declaración de independencia. EFE/ Alberto Estévez
Carles Puigdemont y Oriol Junqueras junto a los diputados de JxSí y la CUP y sin los diputados del PSC, PPC y Ciudadanos, aplauden tras aprobarse en el pleno del Parlament, la declaración de independencia. EFE/ Alberto Estévezlarazon

El Parlament aprueba la república a las 15:27h con una votación anónima para intentar burlar las consecuencias penales para los diputados. El Gobierno disuelve la cámara autonómica a las 20:26h

Tan siquiera el paso del tiempo permitirá argumentar que el Parlament de Cataluña escribió ayer, 27 de octubre, una brillante página de su historia. Será muy difícil embellecer una sesión plenaria deslavazada, bronca y mohína que culminó con la declaración de independencia de Cataluña cuando el reloj se acercaba a las 15.30 horas. Se supone que un hecho de semejante envergadura, y en un tiempo de plena consolidación democrática en Europa, debería ir acompañado de una sensación de éxito colectivo, pero fue imposible disimular la profunda fractura del Parlament –y de la sociedad–.

Puede decirse que la independencia se materializó con pasamontañas, ya que los diputados de Junts pel Sí y la CUP optaron por realizar la votación final de forma secreta, por llamamiento y en urna. Tan deslucida fue la proclamación de la república catalana que el redactado de la misma se incluyó en el preámbulo de una propuesta de resolución. Con esta maniobra los soberanistas quisieron sortear consecuencias jurídicas, ya que este tipo de preámbulos no se someten a votación en realidad. (Lo único que se vota son los puntos de desarrollo de la resolución). Todo ello desoyendo, una vez más, la opinión de los letrados del Parlament.

«Yo no entiendo cómo ustedes quieren proclamar la independencia si no tienen narices de dar la cara a la hora de votar», se desbravó el presidente del PP de Cataluña, Xavier García Albiol, justo antes de que los diputados populares enfilaran la salida del hemiciclo para no participar en una votación «vergonzante». Se quedaron prácticamente solos los diputados de la mayoría independentista, con la única compañía del grupo de Catalunya Sí que es Pot, que participó en la lacónica votación mostrando ante las cámaras su voto negativo.

Los soberanistas quisieron dar brillo a la jornada invitando al Parlament a 200 alcaldes independentistas, que se pasearon a por las estancias del Palau con sus varas de mando sin ahorrarse voces en grito («President!», «Llibertat!»). «Parecen pastores», se oyó decir por los pasillos. No faltaron rostros destacados del PDeCAT (Xavier Trias, Neus Munté) y de ERC (Joan Tardà, Gabriel Rufián) en la tribuna de invitados, donde también estuvo Marcela Topor, la mujer del presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont.

«Constituimos la República catalana, como estado independiente y soberano, de derecho democrático y social», dice el preámbulo de la resolución de Junts pel Sí y la CUP aprobada con 70 votos a favor, 10 votos en contra y 2 votos en blanco. La suma total (82) abrió la inmediata incógnita de qué había ocurrido con la votación, ya que el total de los diputados es 135 y 52 habían abandonado el hemiciclo. Descuadró, por tanto, un voto y nadie aclaró si es que la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, se descontó con las papeletas o si es que hubo algún diputado que evitó ir a la urna.

La primera resolución aprobada insta al Govern a las siguientes acciones: expedir los documentos acreditativos de la nacionalidad catalana, regular el procedimiento para adquirir la misma, impulsar un tratado de doble nacionalidad con España, promover el reconocimiento internacional de la República catalana, integrar a funcionarios de la administración española, crear un Banco de Cataluña con funciones de banco central y negociar los activos y pasivos con España. El mismo documento emplaza, además, al Parlament a investigar las responsabilidades del Estado español en «los delitos relacionados» con la jornada del 1 de octubre. La segunda resolución aprobada, relacionada con el «proceso constituyente, insta a la Generalitat a activar todos los recursos para redactar la constitución de la República catalana.

Todo ello se aprobó 24 horas después del desesperado –y fallido– intento de Puigdemont de convocar elecciones al Parlament para desactivar el artículo 155 de la Constitución, aprobado ayer en paralelo en el Senado. El presidente de la Generalitat trató de poner buena cara, trató de emocionarse con el sueño político de su vida pero no logró engañar a nadie. Taciturno en su escaño, prácticamente incomunicado con su vecino de bancada –Oriol Junqueras–, Puigdemont tan siquiera participó en el debate desde la tribuna de oradores.

Los alcaldes quisieron animar al Molt Honorable al grito de «president». Impostó su alegría y luego dirigió unas palabras desde los pasillos. Sin épica y sin emoción, pese a los efusivos abrazos de los independentistas que le rodeaban, el president pidió mantener «el pulso de país» con «paz, civismo y dignidad».

La independencia era esto.