El desafío independentista
Enseñar a los niños que España no existe
A estas alturas el viajero, alucinado y triste, apenas si puede transcribir la sarta de mendicidades intelectuales y agresiones a la razón que suponen los libros de texto
A estas alturas el viajero, alucinado y triste, apenas si puede transcribir la sarta de mendicidades intelectuales y agresiones a la razón que suponen los libros de texto.
En una Barcelona prenavideña, en una librería del Carrer de Pau Claris, Laie, tres profesores, Veracruz Miranda, Antonio Jimeno y Francisco Oya, entregaron el informe más demoledor sobre la manipulación de la enseñanza de la historia en Cataluña. Una Comunidad Autónoma cuyos escolares estudian que Carlos I era, uh, Carlos I y V de Alemania. Sin mención a España. La esquizofrenia permite hablar de los condes de Barcelona y al mismo tiempo largar sobre una hipotética y delirante corona catalanoaragonesa. Abundan, según los ejemplos leídos por los profesores, los textos que, un suponer, contraponen el anarquismo andaluz, torvo y violento, con el bondadoso y pacífico anarquismo catalán. Qué decir de las trolas relativas a la absoluta prohibición de la lengua catalana. Suma y sigue. Josep Pla, Martín de Riquer o Salvador Dalí nada tuvieron que ver con el franquismo. Los cardenales Gomá y el Pla y Deniel no fueron decisivos en la idea del alzamiento del 18 de julio y la ulterior Guerra Civil como Cruzada. La terminología que emplean es la que se inventaron para designar una nación catalana que no existía (si no, de qué habría que construirla). Los libros de texto, por ejemplo, hablan de una confederación de Estados, incluso de un estado español, nunca de España, en pleno siglo XIII. «En unos libros habrá más y en otros menos adoctrinamiento», comentó el profesor Antonio Jimeno, «pero la terminología está en todos». Así las cosas, comentaba el profesor Oya, los alumnos, horrorizados por las muestras de imperialismo castellano, acaban por echarse las manos a su trémula cabecita: «Oh, qué barbaridad», dirán con la respiración alterada cual ametralladora, «cómo se ha oprimido a Cataluña por parte del malvado estado español, y claro, hay una solución, la independencia». Y cómo no independizarse cuando los libros que estudian, un suponer, hablan de emigrantes dentro de su propia nación. «Algo impensable», según Oyá, «en EE UU o en Francia, donde a un señor que se traslada de Florida a Nueva York, o de Nantes a París, nunca se le llamaría inmigrante». O este texto, leído a vuelapluma de uno de los libros estudiados: «Las elecciones del 27 de setiembre de 2015 (porque sí, sí, la delirante deriva independentista de este último lustro ya está en los textos, y no precisamente con un pluscuamperfecto alarde de objetividad) fueron planteadas como un plebiscito, gran parte de las fuerzas soberanistas se unieron en Junts Per Sí, pero sin llegar a la mayoría absoluta». Otro momento supremo, en esta noria de instantes Monty Python, son los análisis y explicaciones del descubrimiento y conquista de América. Ni en los mejores brebajes de la leyenda negra, denunciados con tino francotirador por la gran María Elvira Roca, aparecen desatinos como los que estos profesores tuvieron a bien leernos. Así, en la conquista los indios habrían sido esclavizados y exterminados como si estuviéramos ante el genocidio de aborígenes de Australia. Pero hubo muchos aspectos positivos, recordaban los valientes profesores, hubo mestizaje, y se levantaron ciudades, y por supuesto que los indios eran considerados ciudadanos, y se crearon universidades, y sin embargo nada de eso aparece en estos textos miserables. Tampoco, claro está, los modernos estudios que demuestran hasta qué extremos inauditos descendió la tasa de muerte violenta en los territorios incorporados a la corona de España. Véase, por supuesto, el magnífico libro de Steven Pinker y esos ángeles que guían los mejores momentos de nuestra naturaleza. A estas alturas el forastero, el viajero alucinado y triste, apenas si puede transcribir la sarta de mendicidades intelectuales y agresiones a la razón que supuran unos libros incalificables. España, qué cosas, si aparece mencionada en el momento de referirse al negocio entorno a la esclavitud, pero no Cataluña, por más que gran parte de los barcos dedicados al comercio de esclavos eran catalanes. Y así una y otra y otra vez más. Hasta achicharrar los sesos de los escolares. «Ha sido una imprudencia y un error», sentenció cabizbajo el profesor Jimeno, «Si entregas la cartera de enseñanza, especialmente con dos carteras, lengua y e historia, le doy la vuelta. Si tengo la lengua, que sea diferente, y puedo cambiar el relato histórico, al cabo de poco tiempo ya tenemos otro país».
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