Barcelona
Jordi Pujol: «No todo lo que hice fue malo. La historia me hará justicia»
Reportaje / El ocaso de Jordi Pujol. El ex presidente de la Generalitat reivindica su legado político, mientras mantiene una prudente frialdad sobre las causas de sus hijos en los tribunales. «La sangre no llegará al río», insisten en su entorno
Reportaje / El ocaso de Jordi Pujol. El ex presidente de la Generalitat reivindica su legado político, mientras mantiene una prudente frialdad sobre las causas de sus hijos en los tribunales. «La sangre no llegará al río», insisten en su entorno
Instalado en un nuevo despacho, donde recibe a muchas personas que él llama directamente sin pasar por secretaria. Obsesionado con su etapa como presidente de la Generalitat. Algo indignado, aunque bastante frío ante el desfile judicial de sus hijos, y sin parar de escribir. Así es la vida actual de Jordi Pujol i Soley, que ha decidido dejar su retiro, olvidar el ostracismo social y reivindicar su legado político. Empresarios, historiadores, periodistas y políticos veteranos compañeros de viaje que le han visitado en los últimos meses coinciden en que el patriarca de la saga sigue siendo un hombre vanidoso que intenta justificar sus casi veinticinco años como el dirigente más poderoso de Cataluña. Con preocupación por cómo será recordado, a todos ellos les ha trasladado una advertencia: «La historia me hará justicia». A punto de cumplirse tres años de su incendiaria confesión sobre las cuentas ocultas en Andorra, el ex president ha roto su reclusión, se deja ver en actos públicos y desea poner en valor su obra de gobierno. En estos encuentros habla poco del calvario judicial de la familia y se centra en sus grandes pasiones: la historia y la política.
Hace algunos meses Jordi Pujol dejó el improvisado despacho en la portería de su casa, en la ronda barcelonesa de General Mitre, y se trasladó a uno nuevo prestado por su gran amigo Antoni Vila San Juan. Un millonario y mecenas que vendió su empresa farmacéutica y posee hoy una de las fundaciones más importantes dedicadas al Arte Contemporáneo catalán. «Presidente, humillaciones ni una», le dijo Vila San Juan cuando la Generalitat, tras el escándalo de las cuentas secretas, le retiró el despacho otorgado a los ex presidentes. Desde entonces, Pujol pasó a un espacio más digno en El Eixample al que acude a diario con una disciplina germánica. Según su entorno, llega a muy primera hora de la mañana, hace un parón para almorzar bien en su casa o en algún restaurante, donde ya no se esconde. En los primeros días se mostró retraído. «Seguro que me insultan», comentaba a sus invitados. Pero alentado por esos amigos que no le abandonan, ha decidido dejarse ver sin complejos. «A pesar de que le han quitado todos sus privilegios, no es un apestado social», aseguran en su círculo de confianza más próximo.
En este sector afirman que el patriarca ha superado una etapa muy dolorosa al inicio del «vía crucis» judicial de la familia. Pero que, aún indignado, muestra una prudente frialdad sobre las declaraciones de sus hijos en los tribunales. «La sangre no llegará al río», dicen en su entorno, como prueba de que ni Oriol, ni Josep, ni Jordi, ni Oleguer, los cuatro varones imputados, han salido con peticiones de cárcel. La actitud de Pujol contrasta con la de su esposa, Marta Ferrusola, mucho más vehemente. La matriarca del clan sigue frecuentando sus locales de siempre, el mercado del Ninot, peluquería habitual y una de las confiterías cercanas a su casa. Quienes hablan con ella la ven «histérica» y resentida con los actuales dirigentes de Convergencia. «España tiene toda la culpa», suele comentar sin tapujos. La «dona», que en su comparecencia en el Parlament hace ahora dos años aseguró vivir «con una mano delante y otra detrás», no se para en barras y lo suelta a quien quiera escucharlo: «Los Pujol somos intocables porque somos inocentes». Según estas fuentes, Ferrusola niega cualquier culpabilidad y lo atribuye todo a una «caza de brujas de España».
Denostado públicamente por el partido que él mismo fundó, criticado por aquéllos que todo le deben y alejado de cualquier prerrogativa, el que fuera Molt Honorable President, a sus 87 años, sólo tiene una obsesión: ¿qué dirán de mí?, ¿cómo se escribirá la historia?, pregunta a todos sus interlocutores, entre ellos varios historiadores, empresarios y algunos políticos como Artur Mas, el único convergente que le ha visitado varias veces. En estos encuentros Pujol se muestra confidente y victimista. «Me tenían ganas», le espetó a uno de ellos tras negar con furia ser un defraudador.
Uno de sus momentos más tremendos fue cuando durante un paseo con su mujer, Marta, alguien les lanzó un duro insulto: «¡Ahí van los padres de los Dalton!», comparando a sus hijos con las historietas de los famosos ladrones estadounidenses creadas por el humorista belga Morris. Según algunos testigos, Ferrusola se revolvió con furia y Pujol se limitó a decir rotundo: «Mis hijos son inocentes». La familia sigue siendo una piña y han pasado juntos esta Navidad entre la casa costera de Premiá de Mar y la del Pirineo en Queralbs, donde la familia es muy querida. «Aquí está tranquilo, camina mucho, sube a la montaña, respira aire puro y recibe afecto», dicen en su entorno. Pese a los rumores, también se ve con su hermana María y su cuñado, sorprendidos por aquella herencia millonaria oculta en Andorra.
Pujol escribe sin cesar y ha creado la Asociación Serviol, una especie de página web sobre la historia de Cataluña. Lleva ya miles de folios archivados, como adelanto de lo que podrían ser unas memorias. «Tiene mucho que contar y en su momento lo hará», advierten sus leales, si bien sus críticos opinan que las memorias de Pujol «nunca serán válidas hasta que aclare sus cuentas». Pese a su edad, quienes le tratan aseguran que se mantiene en forma. Con los achaques propios de una persona mayor, camina con alguna dificultad y arrastra una ligera sordera, que le llevó a una intervención auditiva hace unos meses y colocar un sonotone. «Mantiene una memoria prodigiosa», afirman personas próximas a la familia. Ha vuelto a frecuentar el Círculo de Economía, asiste a algunas conferencias y acude a su librería habitual para comprar prensa extranjera en inglés y alemán, idiomas que domina a la perfección, y novedades editoriales de historia y novela negra, sus favoritos. Según estas fuentes, las causas judiciales han reforzado los lazos con sus hijos, nueras y nietos que almuerzan a menudo las judías secas, huevos fritos y butifarra preparados por la abuela Ferrusola.
El ex presidente de la Generalitat sigue afectado ante el cerco judicial a su familia, cada día más estrecho, pero está convencido de que son «simples faltas a reconducir», según comenta a su entorno. En el amplio piso de la calle General Mitre, su residencia de tantos años en el corazón de Barcelona, cuna del «clan pujolista», y su nuevo despacho recibe a sus abogados y juristas, que le tranquilizan. La última decisión del juez De la Mata sobre el menor, Oleguer, así lo confirma. «El vendaval que se avecinaba no ha sido tanto», insisten sus asesores. A todos cuantos le visitan les dice lo mismo: «Defenderé a mis hijos hasta el final». Persiste en su obsesión por rehabilitar su legado político y su imagen pública. «Habla mucho de sí mismo y poco de los demás», cuentan sus interlocutores. Entre ellos, algunos ex consejeros de La Generalitat de su época como Maciá Alavedra, escritores, historiadores y viejos mecenas de la antigua Convergencia como Antoni Vila Casas. «Siempre ha sido un tacaño, odiaba el despilfarro», aseguran quienes han estado con él muchos años. Por ello, la sorpresa y el escándalo fueron mayúsculos al aflorar el entramado económico de la familia de un hombre que lo tuvo todo y llegó a ser nombrado español del año. Con fama de alto estadista, gobernó y pactó con Felipe González y José María Aznar, y padece ahora el ocaso de toda una vida. «Está tocado, pero ha decidido salir del retiro en piña con sus hijos», afirman quienes le han visto.
Las mujeres del clan Pujol siguen jugando un papel influyente. Todo el mundo en Barcelona habla de ellas, aunque muy pocos las conocen de verdad. La sombra de Marta Ferrusola, la influyente «Dona» de la familia, ha inundado miles de páginas, aunque la imagen de sus nueras es altamente desconocida para el gran público y ha salido veladamente a la luz a raíz de los escándalos que atenazan a la familia. Bien instaladas en la sociedad catalana, cómplices y compañeras, en el entorno familiar se habla con respeto. «Ellas ya tenían posición y dinero, no necesitaban casarse con un hijo de Pujol para medrar», aseguran en el círculo del clan, donde el matriarcado siempre ha estado presente.
Aquí nadie lo duda: las señoras mandan. Tal vez por la influencia de la abuela, María Soley, y sobre todo de la madre, Marta Ferrusola, los hijos del ex presidente de la Generalitat buscaron mujeres y aliadas de fuerte personalidad. Y desde luego, ninguna pobre o de mala familia. La esposa, hijas, nueras y nietas de Jordi Pujol han tenido casas, cuentas corrientes y negocios unas veces paralelos a sus maridos, y otras bien divergentes. Pero siempre con una enorme discreción y un sentido profundo, casi sagrado, de la vida familiar. Incluso Mercé Gironés, la ex esposa del primogénito Jordi Pujol Ferrusola, ahora imputado por negocios y comisiones ilegales, una vez separada, siguió en cabeza de la economía conyugal y le acompaña en el calvario judicial. «Juntos hasta en su imputación ante el juez», dice un amigo común de la pareja.
Mercé Gironés, Anna Vidal, Laura Vila y Sonia Soms son las cuatro nueras de Jordi Pujol y Marta Ferrusola y siguen manteniendo una estupenda relación con sus suegros. Todas ellas «niñas bien» de la burguesía catalana, con ilustres apellidos, esmerada formación y educadas en colegios religiosos en Cataluña y el extranjero. De hecho, algo que las une es su profunda espiritualidad y pasión por la trascendencia. Según amigos cercanos, las mujeres de los hijos del ex presidente tienen carácter y son férreas defensoras del núcleo familiar hasta el extremo. «Mandonas y esotéricas, obsesionadas con el más allá», aseguran quienes las conocen, tras destacar su absoluta lealtad al clan.
El caso Pujol arrancó aquel mes de julio de 2014 cuando Pujol confesó su fortuna oculta en Andorra. El «vía crucis» judicial se puso en marcha. Tras dos años de reclusión, con un despacho en el piso que ocupaba el portero de su casa, abandonado por su partido y denostado socialmente, el ex presidente vivió sus horas más amargas. El día de su comparecencia en el Parlament advirtió de los riesgos de que «la caída del árbol afecte al resto de las ramas». Pero ahora el patriarca ha decidido rehabilitar su legado y dejarse ver. «No todo lo que hice fue malo», le confesó hace días a un gran amigo. Y éste, desde su lealtad, le replicó: «Y tanto president, pero no supiste controlar tu relación con el dinero».
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