Bruselas
Junts x Cat: En manos de un solo hombre
El día que Jordi Pujol i Soley decidió nombrar a Artur Mas como sucesor nunca pudo imaginar el destino de Convergéncia Democrática de Cataluña. Un partido fundado en torno a su figura en 1974, que aglutinaba catalanistas liberales, democristianos y nacionalistas moderados con una clara ideología de centro-derecha. Quienes aquel día se congregaron en la Abadía de Montserrat jamás pensaron en la independencia y hasta el presidente de la Generalitat regresado del exilio, Josep María Tarradellas, fue un auténtico hombre de Estado que se entendió de maravilla con Adolfo Suárez. Fue precisamente Tarradellas quien advirtió sobre los peligros de aquel hombre pequeño de estatura pero gigante cuando pronunciaba su frase favorita: «Cataluña soy yo y todo para mí es Cataluña». Así nació el «Pujolismo», un auténtico régimen de poder e influencias durante más de treinta años, desangrado después a manos de una colosal maraña de corrupción política y económica.
Convergència fue siempre un partido presidencialista, que tenía en el clan Pujol-Ferrusola una máquina de repartir cargos y prebendas. Entre 1978 y 2015 se integró en la Federación Nacionalista de CiU, junto a los democristianos de Unió Democrática de Cataluña. Una alianza indestructible que gobernó la Generalitat durante varias décadas y forjó un grupo parlamentario en el Congreso decisivo y con enorme poder. Nombres como Miguel Roca, Joaquín Molins, Xavier Trías y sobre todo Josep Antoni Duran Lleida ejercían su labor política responsable sacando rédito para sus intereses. Ni sombra de lo que hoy son aparcados en el grupo mixto, con dirigentes inhabilitados como el propio Artur Mas o Francesc Homs, salpicados por casos de corrupción. De ello tampoco se libró la familia Pujol, todos ellos bajo un calvario judicial desde las turbias cuentas en Andorra, y algunos de sus fieles escuderos como Macíá Alavedra y Josep Luis Prenafeta. La primera herida contra el patriarca Pujol se produjo en mayo de 1984 con la querella de Banca Catalana, que el ex presidente denunció como una agresión contra Cataluña. Ahí empezó el victimismo nacionalista y el camino de males que imputarían al eterno «delfín», Oriol Pujol Ferrusola, por el escándalo de las ITV, lo que provocó su retirada y la elección de Artur Mas. El rosario de corruptelas fue creciendo, quedando en el olvido los años de gloria de CiU: su influencia estatal y colaboración con los gobiernos de Felipe González y José María Aznar para sentar las bases de la financiación autonómica y otras medidas económicas plasmadas en el llamado Pacto del Majestic. Pero todo se derrumbó cuando se rompió la alianza con Unió y Artur Mas llevó a su partido a una debacle electoral, que le dejó en manos de los antisistema de las CUP con su cabeza por delante. Y así llegamos a Carles Puigdemont Casamajó, todo un hito en la historia convergente, dado que ninguno de sus predecesores se atrevió a llegar tan lejos. Josep Tarradellas era un gran hombre de Estado. Jordi Pujol un listo bien aprovechado. Y Artur Mas un mediocre alocado. Pero nunca se arrojaron al monte como lo ha hecho Puigdemont desde aquel «supersábado», mayo de 2016, en que bajo una llamada regeneración democrática Convergéncia se refundó con las siglas del PDeCAT. El delirio separatista se desbocó y el Govern quedaba en manos de Esquerra Republicana y las CUP. Pero quienes dieron por amortizado a Puigdemont se equivocaron de pleno. De ser un títere en manos de otros y autodescartarse como candidato ha pasado a ser el líder indiscutible de Junts per Cataluña, una candidatura su antojo al margen del partido, reniega de su antiguo socio, Oriol Junqueras, aspira a arañar votos de ERC y secesionistas indecisos, y ha logrado que el PDeCAT no pueda tocarle un pelo.
Desde su corte en Bruselas, Carles Puigdemont desarrolla una descomunal presencia mediática, se ha dado un baño de masas en una manifestación sin precedentes, arenga a los independentistas, ataca a Rajoy y el 155, y hasta se atreve a desafiar a toda Europa. Un escenario con un giro radical que nadie pensaba, en el que Junts X Cat intenta convencer a los separatistas que votaron a la antigua coalición de Junts pel Sí, formada por CDC y Esquerra Republicana. En un auténtico choque de trenes contra el Estado y la legalidad, Puigdemont se reivindica como el único presidente legítimo de la Generalitat. El lema de su campaña, «Junts pel president», revela el tono presidencialista y que el PDeCAT, como la antigua Convergéncia, está, una vez más, en manos de un solo hombre.
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