CDC
La agonía final de Convergència: sin líder y sin futuro
Puigdemont se negó a ser el número dos de Artur Mas: «Quieres empezar la casa por el tejado», le recriminó
Como el rosario de la aurora. Así definen dirigentes y militantes de Convergència el decimoctavo Congreso del partido, que hubo de suspenderse por un motín sin precedentes. Todas las corrientes internas están sublevadas contra la actual dirección y los silbidos, abucheos y pataleos que recibió Artur Mas son de traca. «Nos ha vendido un falso lavado de cara», aseguran los críticos ante el anuncio de los dos nuevos nombres de la formación que han sido rechazados de pleno. Pero el sonoro portazo se lo dio su propio sucesor, Carles Puigdemont, al negarse a figurar como número dos en su candidatura. Fuentes de CDC afirman que el ex presidente mantuvo varias conversaciones con el actual inquilino de la Generalitat para tratar de convencerle. Su intento fue en vano y Puigdemont le cortó en seco. Enfrentados ante el diseño del partido, el presidente le reprochó anteponer el nombre a una renovación total y, según las mismas fuentes, así se lo dijo: «Quieres empezar la casa por el tejado».
Ambos políticos, sentados juntos durante el cónclave, apenas se hablaron. Tras el portazo de Puigdemont, la decisión de Mas de presentar su candidatura formando tándem con la portavoz del Govern, Neus Munté, lejos de calmar los ánimos levantó ampollas entre los diferentes sectores. Por una parte, enfadó a la actual cúpula integrada por los «halcones» Josep Rull, Josep Luis Corominas y Jordi Turull, éste último aspirante a la secretaría general que Artur Mas quiere cargarse para tener manos libres. Tampoco agrada a Carles Puigdemont, que guarda un calculado silencio, pero a quien muchos ven con intención de liderar una plataforma independentista que rivalice con Esquerra Republicana. Enoja sin tapujos a Germá Gordó, que no oculta su ambición de dirigir el partido desde su corriente Nova Convergència. Y subleva a otros grupos como Generación Libertad, dónde se integran algunos nostálgicos de la vieja guardia.
Un enorme batiburrillo y una fractura colosal que ponen punto final a la agonía del partido fundado por Jordi Pujol. Hace cuarenta y dos años, en el Monasterio de Montserrat, todavía en la clandestinidad del régimen franquista, un grupo de notables celebraron una histórica asamblea constituyente. Allí estaban Jordi Pujol, su principal impulsor, Antón Cañellas, Joan Carreras y Josep Miró Ardevol, en representación de movimientos democristianos. Y Miguel Roca, que entonces compartía despacho con el socialista Narcís Serra. Mucho ha llovido desde entonces. Algunos de los fundadores han fallecido, otros están apartados de la vida política y Jordi Pujol i Soley, el hombre más poderoso de Cataluña durante treinta años, vive un calvario judicial con su familia bajo el dedo acusador de la corrupción. El balance no puede ser más triste: sin líder, sin nombre y sin futuro. Así ven numerosos convergentes el horizonte de un partido que fue una ingente maquinaria de poder e influencias. Las críticas son grandiosas contra Mas, a quien la mayoría señala como el gran culpable de la deriva. Sin olvidar la cascada corrupta y sumarios judiciales que salpican cada día a Convergéncia.
Todos los actuales dirigentes son pesimistas ante el futuro. Tras la rebelión de los congresistas que inundaron de protestas el Fórum de Barcelona, con una desautorización sin precedentes a la cúpula y a Mas, ante el silencio clamoroso de Puigdemont, las profundas discrepancias internas vaticinan una agria disputa. Aplastada la iniciativa de los dos nombres, Mas Cataluña o Catalanes Convergentes, una gestora batutará el periodo transitorio con Jacint Borrás, Carles del Pozo y Roser Olondriz. Tres perfiles de paja hasta el día 23, en que celebrarán un nuevo cónclave para escoger a la nueva dirección. La propuesta de Artur Mas le incluye a él como presidente, Neus Munté vicepresidenta, y doce miembros en la Ejecutiva. Pero los recelos son enormes y nadie se atreve a definir el papel que pueden jugar Carles Puigdemont o Germá Gordó. «Encallados y sin un duro», dicen los críticos, ante la parálisis del partido y sus exiguas finanzas.
Muy lejos quedan las jugosas subvenciones y el apoyo empresarial sin límites a la antigua Convergencia. La bronca de este Congreso revela ausencia de liderazgo, sin ideas y con las arcas vacías. En el entorno de Artur Mas pretenden quitar hierro a lo sucedido. «Es una discusión ridícula», afirman de la polémica sobre el nombre del nuevo partido. Por contra, en el círculo de Puigdemont y la Generalitat admiten que «es un síntoma inquietante». La estructura presentada por Mas no convence por estar «teledirigida». Por ello, un sector no descarta una enmienda a la totalidad que permita a Jordi Turull acceder a la secretaría general, como freno al poder unívoco del ex presidente. Algunos van más lejos y pronostican una escisión para articular otra formación que recoja el espacio socio-liberal centrista de CIU, incluso con militantes de Unió Democrática, el partido del antiguo socio Josep Anton Durán i Lleida.
Los problemas convergentes traspasan a Cataluña, dado que sus ocho diputados en el Congreso pueden no alcanzar grupo parlamentario propio, algo insólito en su historia. El portavoz Francesc Homs juega al despiste sobre sus contactos con el PP, cuya ayuda necesitaría, aunque algunas fuentes reconocen «conversaciones privadas» en los últimos días. Lo cierto es que el presidente Puigdemont telefoneó a Mariano Rajoy tras el 26-J para felicitarle por el resultado. Según fuentes de La Generalitat fue una charla «correcta y de cortesía». A pesar de las diferencias políticas, la relación entre ambos presidentes es más fluida que con el antecesor.
Según dirigentes de varios partidos en Cataluña, Carles Puigdemont es mucho más pragmático que su antecesor y tiene algo claro que ha transmitido a sus interlocutores: una cosa son los gestos y otra la realidad. Por ello, aunque en público abandera «el procés» independentista y la creación de estructuras de estado, ahora tumbadas por el Tribunal Constitucional, sabe perfectamente que necesita la ayuda del Gobierno español: «Aquí no hay un duro, necesitamos al Estado español y éste, a su vez, depende de Bruselas».
El escenario que vive Convergència es muy complicado y, según algunos empresarios que se han visto recientemente con Puigdemont, éste no renuncia a su liderazgo institucional. Fuentes de CDC explican que Artur Mas «está como loco por liderar el nuevo partido y enfadado por el rechazo de Puigdemont a acompañarle». De momento, al primer intento, se ha llevado un sonoro bofetón.
Aquella formación fundada en Montserrat bajo el lema «Todo por Cataluña», agoniza tras cuarenta años de protagonismo indiscutible. Un veterano convergente que lo vivió de cerca lanza un dardo envenado sobre el posible nombre del nuevo partido: «Todos con el tres por ciento». Aquí empezó la verdadera agonía.
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