El desafío independentista
La determinación de volar
Los secesionistas deseaban con todas sus fuerzas la imagen de un joven catalán poniendo una flor en un fusil de un policía, pero lo único que se encontraron es con un antidisturbio protegiendo a un niño para que se apartara de la protesta.
Los secesionistas deseaban con todas sus fuerzas la imagen de un joven catalán poniendo una flor en un fusil de un policía, pero lo único que se encontraron es con un antidisturbio protegiendo a un niño para que se apartara de la protesta.
Un antidisturbio protegiendo a un niño. Esa fue la imagen más chocante de ayer en Barcelona. No será la más llamativa, ni la más sensacional, pero sí la más interesante. Los secesionistas deseaban con todas sus fuerzas la imagen de un catalanista (a poder ser joven) poniendo una flor en el fusil de un policía para difundirla al día siguiente en la prensa mundial. Pero, a media mañana, lo único que tenían para llevarse a la boca era el video de un antidisturbio protegiendo a un niño para que no tomara daño en las protestas. Sucedió pronto, en uno de los primeros tira y afloja del día, frente a una de las sedes flotantes publicitadas por la Generalidad para votar. A un peatón no se le ocurrió otra cosa que aparecer en medio del tumulto con un niño de unos tres años sobre los hombros. A él se acercó un corpulento agente de antidisturbios –un verdadero armario– y con una enorme asertividad y tranquilidad lo separó del lugar más agitado, dándole paternales recomendaciones de que a dónde iba, hombre, con una criatura a hombros.
En el video no se oye lo que le dice, pero llama la atención su postura gestual conciliadora y tranquila y con qué tacto ayuda a descabalgar al niño en medio de todo el lío. El agente lleva toda la pesada armadura de estos casos (casco, visera, chaleco...) y, cuanto más gigantón es, más conmueve la delicadeza que muestra con ambas criaturas (la de arriba y la de abajo). Yo no sé quién sería ese agente anónimo, pero quiero enaltecerlo porque me parece un ejemplo de cómo no perder la cabeza en estas situaciones tan delicadas y saber moverse con tanta firmeza como sensatez.
A esa misma hora, se podía pasear con toda normalidad por Las Ramblas. Si eso era la rebelión, más que pacífica parecía soñolienta. Hasta que, girando alguna esquina, te acercabas a alguno de los locales designados por la Generalidad. Allí, según hubiera llegado ya o no la autoridad a retirar el material, la cosa estaba pacífica o movida.
En la mayoría, el ambiente era ocioso y los independentistas, prietas las filas, hacían cola pacientemente para aquello que se les necesitara; fuera fingir que presidían una mesa o esconder si viniera la poli uno de los «tuperware» que hacían las veces de urna. La informática iba solo a ratos.
En casa se podía presenciar cómodamente la batalla mediática. Unas emisoras se dedicaban a recordar que un gobierno regional ha invitado irresponsablemente a sus seguidores a ocupar las calles. Las contrarias se centraban en rasgarse las vestiduras, entre grandes lamentos de represión, pintando de una manera un tanto novelesca a policías con colmillos puntiagudos y ojos inyectados en sangre. En las de más allá, la culpa de todas las cuitas del género humano desde el pleistoceno se le atribuía a Rajoy. Algunas simplemente buscaban dar noticia de si se votaba y cómo se hacía.
Entre las doce y el mediodía, consciente el secesionismo de que aquello como Apocalipsis represor no lucía mucho, se animaron los tumultos. Coincidieron, obviamente, con los requisamientos de urnas y papeletas. Fueron llegando entonces cifras de heridos y contusionados, entre ellos uno grave; pero las televisiones catalanistas insistían más en las fracturas que sufrió una puerta de vidrio en el colegio donde pretendió votar Puigdemont.
Sobre el mediodía, todo pasó a segundo plano ante uno de esos asuntos de vital importancia que realmente preocupan a todos los catalanes: la posibilidad de que se suspendiera el partido del Barsa por cuestiones de seguridad y que perdiéramos seis puntos en la liga. Algunos medios catalanes dieron la suspensión como cosa hecha y entonces en TV3 se dio uno de los momentos cómicos del día cuando el presentador estrella tuvo un lapsus lingue y llevado de su entusiasmo reivindicativo dijo que era «un jornada marcada por la violencia ante la determinación de volar». Obviamente, quería decir «votar» y no «volar» y lo corrigió enseguida, pero reconozcan conmigo que la frase es impagable.
Me acordé entonces de cuando, de joven, algún amigo que había consumido estupefacientes sufría la sugestión, cerca de alguna ventana, de que podía volar. Y pensé lo bien que nos hubiera venido entonces algún cachas asertivo para evitar con firme suavidad algún batacazo. Irse de protesta callejera con un niño a hombros no es muy buena idea de cara a los peligros que pueda correr la integridad física de una criatura. Cabe recordar que ese agente el cual ayudó a nuestro insurgente, es el guardián de las leyes de todos. La misma ley que hará que le defienda y le salve la vida cuando, exponiendo a los niños a la revolución, cualquier Pol Pot vaya a despedazarlos con muchos menos miramientos.
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