Papel

La mujer coraje de la derecha

Su pasión era Valencia y sus relaciones con los líderes del PP, estupenda. Fraga, Aznar y Rajoy la admiraban y respetaban. La historia de la Comunidad Valenciana y del PP no puede escribirse sin su nombre.

Barberá, en un cartel de joven en la sede del Ayuntamiento de Valencia
Barberá, en un cartel de joven en la sede del Ayuntamiento de Valencialarazon

Su pasión era Valencia y sus relaciones con los líderes del PP, estupenda. Fraga, Aznar y Rajoy la admiraban y respetaban. La historia de la Comunidad Valenciana y del PP no puede escribirse sin su nombre.

Muy poca gente lo sabe. Pero en aquel año de 1987, cuando José María Aznar era presidente de la Junta de Castilla y León, una mujer valenciana de nombre Rita Barberá Nolla llegó a Valladolid para verse con el entonces número dos del gobierno autonómico, Juan José Lucas. Venía con el predicamento de Manuel Fraga, que acababa de renunciar a Isabel Tocino como sucesora, tras la reunión en la localidad gallega de Perbes liderada por Federico Trillo, Rodrigo Rato, Paco Álvarez Cascos y el propio Lucas. Después de esa expedición, conocida como la de los «Cuatro jinetes del Apocalipsis», el PP iniciaba su refundación hacia el centro-derecha político español. «Vengo a daros mi trabajo para ganar votos en Valencia», le dijo Rita a Lucas, que sería vicesecretario del partido y la nombraría nueva jefa popular en Valencia. Así se escribe la historia de quien fue el estandarte absoluto del PP en el Ayuntamiento de Valencia durante veinticuatro años. Cuando hoy, el vicepresidente del Senado Juan José Lucas lo recuerda, su definición es clara: «La mujer coraje de la derecha española».

Es el suyo un perfecto retrato de Rita Barberá, muerta por sorpresa en la soledad de un hotel. Según su entorno familiar, el poco que aún le quedaba, hace días que estaba abatida y muy triste. No tanto por su comparecencia ante el Tribunal Supremo, donde tenía a gala defender su inocencia, sino por el enorme vacío que le habían propinado durante la apertura de la legislatura. «Margui, ya ni me saludas», le dijo a José Manuel García-Margallo en el Congreso, ante la indiferencia de sus compañeros. Fue el comentario general de muchos testigos en ese acto solemne, máxime ante el miserable comentario de Pablo Iglesias y su «profundo asco» por el hecho de que Barberá participara en el besamanos del Rey. Aquello, según su familia, la dejó muy tocada. Le habían aconsejado que no fuera, que pasara de todo y de todos. Pero ella, segura de su proceder inocente, acudió y quiso mantener su papel institucional hasta el final.

Alabada y admirada, repudiada por aquellos que todo le deben. Es la dolorosa reflexión de algunos dirigentes en el PP, los escasos que en público aún la defendían y a los que tal vez ahora «les pese la conciencia», admiten en su entorno. Con independencia del proceso judicial, nadie puede negar que Barberá fue sometida a un sangrante linchamiento político y mediático. «Peor que a cualquier terrorista», dice uno de sus familiares directos en estas luctuosas horas. La sombra de esos mil euros, base de su supuesta condena, causa estupor y risa ante otros casos de corrupción. Los leales a los que aupó y otorgó un poder omnímodo en el PP y el Ayuntamiento de Valencia le dieron la espalda. La mejor regidora, la que abarrotaba el Campo del Mestalla y a quienes hacían la pelota hasta la saciedad en el balcón de las mascletás falleras, era una apestada en sus propias filas. Aceptó, tras una dura conversación personal con Mariano Rajoy, dejar la militancia del partido al que había entregado su vida. Se marchó al Grupo Mixto pero era el colmo lo último que la esperaba: unas huestes de Podemos pensaban instalar unas barricadas para impedirle el acceso a la Cámara Alta. Nadie podrá nunca negarle que ha sido la mejor alcaldesa de Valencia y la más popular de España. Que puso a su ciudad en primera línea con un vuelco de modernidad. Que fue una de las fundadoras del partido desde que de la mano de Fraga llegó a las filas de Alianza Popular. Y que su figura política era admirada durante los veinticinco años que estuvo al frente de la Ciudad del Turia. Pero todo este capital político se derrumbó de cuajo en medio de un acosador horizonte judicial. Las presiones eran ya tremendas y el ambiente irrespirable. Por ello, con un sentimiento de rabia y dolor, Barberá dijo adiós a 40 años de militancia en el partido al que consagró su vida y decidió mantenerse en el Senado. Pero tampoco ello bastó para dejarla tranquila. Se había convertido en una especie de «bestia negra» entre el rencor de los adversarios y la pavorosa indiferencia de los suyos.

La historia de Valencia y del PP no podrá nunca escribirse sin el nombre de Rita Barberá Nolla. Hija de Carmen Nolla, perteneciente a una conocida familia de ceramistas e industriales de la tierra, y del prestigioso periodista José Barberá, la «Ritona» como la llaman en familia, creció bajo el olor a tinta de los periódicos. Su padre fue director de cabeceras como «Levante», «Hoja del Lunes», «Jornada» y estuvo al frente de la Asociación de la Prensa valenciana hasta su muerte. El periodismo corría por sus venas y le inculcó el interés por la política. No obstante, cuando llegó la hora de escoger carrera se decantó por Económicas. Segunda de cuatro hermanas, en su familia reinaba un matriarcado que le forjó su carácter fuerte y extrovertido. «Soy muy mandona», decía esta mujer que amaba su ciudad por encima de todo.

Durante algún tiempo, Rita ejerció de periodista y colaboró en varios medios escritos y en la radio. Su inquietud por la cosa pública la llevó a militar en Reforma Democrática, germen de la futura Alianza Popular fundada por Manuel Fraga. Fue diputada en las Cortes Valencianas, conoció a Aznar cuando éste era secretario de Autonomías y, al llegar a la presidencia de Castilla y León, empezó una carrera fulgurante que la llevaría al Ayuntamiento de Valencia en 1991 y cabeza emergente del partido en esas tierras. Desde entonces nunca lo abandonó, pese a que su nombre sonaba con fuerza en ocasiones para dar el salto a la política nacional. Ella jamás se lo planteó. La alcaldesa era una piedra más de la urbe, con su perfil callejero y enérgico. Para sus devotos era un mito municipal y para sus adversarios una mujer autoritaria. En todo caso, una política de primera indiscutible.

Siempre se definió como liberal y gobernó el consistorio con mano de hierro. Su figura oronda y campechana visitaba mercados, recibía vecinos, aplastaba dialécticamente a la oposición y emergía con furor en las fiestas populares de las Fallas. En el año 1995 fue presidenta de la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP), en sustitución de otro alcalde mítico, el socialista de La Coruña Paco Vázquez. Con una personalidad tan fuerte como la suya, ambos sellaron el relevo con un beso que acaparó todas las portadas. Para Rita, un buen regidor estaba por encima de ideologías y sólo se debía a su ciudad. Su pasión era Valencia y sus relaciones con los líderes del PP estupenda. Fraga, Aznar y Mariano Rajoy la admiraban y respetaban. Y todos ellos la arropaban en el balcón del ayuntamiento durante la Mascletá de las Fallas. Era una mujer imbatible con todo su tiempo dedicado a Valencia y a la que ninguno de los presidentes autonómicos, Eduardo Zaplana y Francisco Camps, la tocaban un pelo. El poder municipal, el único que ambicionaba, era suyo por derecho.

Pero el destino ha sido cruel y el calvario judicial se cebó con ella. El ocaso de Rita Barberá fue lento pero implacable. Mujer de costumbres sencillas, sin cambiar de casa ni de coche, se vio inmersa en una trama de corrupción y blanqueo de capitales, que muchos atribuyen ahora a deslealtades espúreas. Defendió su inocencia y se resistió dimitir como una leona, pero su corazón no aguantaba más. En los últimos días, los mensajes a su móvil eran terribles y vagaba por Madrid, junto a una de sus hermanas que vino para hacerle compañía, como alma en pena. Quienes estuvieron bajo su mando y la adulaban con reverencia, la señalaban con el dedo acusador. Aquellos que le debían todo, deseaban arrastrarla en su desdicha. Es la suya una historia de poder inmenso y terrible agonía. El día que dejó el carnet del partido que ella fundó se vino abajo. Y la gota final fue el despego de ese Congreso vacío en torno a su persona.

El día que Fraga decidió desechar a Isabel Tocino como sucesora y optar por Aznar comentó algo a sus leales: «Queridos amigos, la política está hecha de halcones y garzas, hoy me queda sólo una, Rita Barberá». Sobre su persona quedarán siempre la ingratitud y las sospechas de juego sucio. Triste final para quien fue una incansable trabajadora, una gran regidora. Y desde luego, la última «garza real» de una derecha española cainita y cobarde.