Casa Real
Muere a los 77 años el infante Carlos de Borbón-Dos Sicilias, primo del Rey Juan Carlos
He escrito muchas necrológicas de príncipes europeos. Pero seguramente ninguna con la pena con la que redacto ésta. Su Alteza Real Don Carlos de Borbón Dos Sicilias y Borbón Parma, Infante de España, Duque de Calabria, ha sido un ejemplo de lo que debe ser alguien de la realeza. De una discreción y modestia enormes, se sabía sin embargo Jefe de la Real Casa de las Dos Sicilias, aunque jamás alardeó de ello a pesar de que siempre sustentó sus derechos y los de su linaje. Continuamente al servicio fiel de España y de su Rey, de su primo Don Juan Carlos, su coetáneo, con quien compartió escuela y juegos en Las Jarillas. Nuestro anterior monarca le hizo Infante de España, pero había nacido Alteza Real, hijo del Infante Don Alfonso, Duque de Calabria, y de la Infanta Doña Alicia, que estará sufriendo uno de los mayores y antinaturales dolores posibles: la pérdida de un hijo.
Tengo muchos recuerdos de Don Carlos, de su afecto para conmigo, de su gentileza, de su señorío, de su saber escuchar. Hace ya muchos años me pidió que formara parte del Consejo de Gobierno y Real Diputación de la Sacra y Militar Orden Constantiniana de San Jorge. Desde entonces servir a la Orden de la que era Gran Maestre, y servirle a él, ha constituido un honor y ha sido fácil –como lo es servir a los grandes señores- y como lo es servir a su hijo Su Alteza Real Don Pedro de Borbón Dos Sicilias y Orléans, Duque de Noto, ya nuevo Gran Maestre de dicha Orden.
Recuerdo que una vez, tras un almuerzo en su casa, tuvo la deferencia de bajar en el ascensor para despedirme en la puerta de la calle. Y una vez allí me dijo, en relación a la Orden Constantiniana: Amadeo, pocos y buenos. Se refería a la bondad, a esa bondad que le caracterizaba a él mismo y que no estaba reñida con la firmeza y una regia actitud natural. Don Carlos, cuyos antepasados fueron Reyes de las Dos Sicilias, se sentía muy español. Fue Presidente del Real Consejo de las Órdenes Militares de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa, cuyo elenco estaba siempre sobre su mesa. Era alcantarino como lo son su hijo Don Pedro y su nieto Don Jaime, Duque de Capua. Fue Presidente y luego Presidente de Honor de la Real Asociación de Hidalgos y consejero de varias sociedades. Trabajador incansable, iba a su despacho incluso cuando ya le costaba mucho caminar.
Cazador certero y como tal, amante del campo y de la naturaleza. Probablemente su mayor gozo era recordar los cigarrales y hondonadas, los meandros y los árboles, de la Toledana o de los muchos lugares donde cazó hasta hace poco. Nada le hacía más feliz que hablar de la belleza de los animales y de la riqueza de los caminos circundados de arbustos y matorrales.
Su dedicación a los necesitados, a los niños de Aldeas Infantiles o a los seminaristas sin recursos para los que impulsó la concesión de becas por parte de la Orden Constantiniana; su fuerza de voluntad, cuando las enfermedades le asediaban y, con la ayuda y apoyo constante de Su Alteza Real la princesa Doña Ana, su mujer, hacia sus ejercicios y luchaba denodadamente contra ellas. Padre afectuoso de cuatro hijas y de un hijo que ahora debe tomar el testigo y la antorcha que su padre dejó tan alta. Ha muerto el único infante varón que aún quedaba. Don Pedro fue hecho por Don Juan Carlos I Presidente del Real Consejo de Órdenes Militares. Seguramente en el ánimo de Don Felipe VI estará en hacer a su primo Infante de España y continuar así una tradición de unión y cariño entre los Jefes de esas dos ramas de la Casa de Borbón.
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