Barcelona
Tabarnia, patria querida
La ocurrencia de la independencia de Barcelona y Tarragona es útil para reflejar la verdadera demografía catalana, el multiusos perfecto para evidenciar al independentismo y abrir un agujero gigantesco en su relato. Es como la Alicia ante el espejo del nacionalismo.
La ocurrencia de la independencia de Barcelona y Tarragona es útil para reflejar la verdadera demografía catalana, el multiusos perfecto para evidenciar al independentismo y abrir un agujero gigantesco en su relato. Es como la Alicia ante el espejo del nacionalismo.
Lo dijo el escritor y humorista Mark Twain: «La irreverencia es siempre el paladín de la libertad». Los que están oprimidos por una situación social, el primer camino que encuentran siempre hacia la libertad es el ingenio y el humor. Frente a todos los discursos ampulosos de las esencias, la identidad, la tierra, y los himnos del catalanismo, era cuestión de tiempo que la calle reaccionara en Cataluña a través del humor zumbón que siempre le ha caracterizado. La broma de humor más negro que se les puede gastar a los secesionistas, es independizarse del independentismo. Menuda picardía.
Por supuesto que todo esto de Tabarnia, que tras las elecciones del 21-D está en boca de todos, es sólo una ocurrencia, tal como dicen todos los líderes políticos a los que ha molestado este nuevo término acuñado por la plataforma Barcelona is not Catalonia– que defiende la creación de una nueva comunidad autónoma con Tarragona y Barcelona–, pero hay que reconocer que sin duda es una ocurrencia genial. Es útil en muchos sentidos para reflejar la verdadera demografía catalana; el multiusos perfecto para poner en evidencia al independentismo y abrir un agujero gigantesco en su relato. Pone de relieve las claras diferencias entre el litoral y el interior de la región catalana. Señala y recuerda con precisión que Cataluña es un territorio donde la mitad de su población vive en una sola ciudad. Refleja las diferencias de costumbres y tradiciones entre el medio urbano y el medio rural catalán. Pone el dedo en la llaga en el injusto sistema de la ley electoral, basado todavía en una regulación aún provisional que toma como base la población de hace cuarenta años. Permite también un camino dialéctico amplísimo e inacabable, ya que cualquier trampantojo legal catalanista, fundamentado en pensamiento telúrico y mágico, hace posible la aplicación del mismo marco para las reivindicaciones de los tabarneses (perciban que ya acabo de poner en circulación el gentilicio; uy, cómo nos vamos a divertir con esto).
Tabarnia es como la Alicia ante el espejo del nacionalismo catalanista, porque cualquier eslogan secesionista resulta susceptible de ser vertido inversamente al tabarnés. La principal fuerza de su argumentario encuentra refugio en un error inmenso que ha cometido el catalanismo en los últimos treinta años. Todas las series de la televisión regional del último cuarto de siglo han evitado cuidadosamente localizarse en el cinturón metropolitano de Barcelona como si toda la población catalana, en lugar de ser bilingüe, nos expresáramos únicamente en catalán y viviéramos todos en comarcas. Ofrecían así una representación del país interesada para sus propósitos propagandísticos, pero delimitada de una manera discriminatoria. El problema es que han creado una invisibilización de una gran parte del territorio, precisamente aquella en la que vive más gente.
En cierto modo, la propaganda oficial del catalanismo ha sido víctima de sus propias trampas. Se han creído su propia publicidad. Cualquiera que quisiera hacer en la cadena pública TV3 una serie sobre el cinturón metropolitano se encontraba imposibilitado, porque era inverosímil mantener como lengua vehicular irrenunciable el catalán para representar un lugar nuestro donde el castellano era la lengua de expresión más usada. Nadie se lo hubiera creído y los espectadores nos habríamos partido de risa. Así, el público fue abandonando los productos de ficción regionales porque no le ofrecían cosas que hablaran de ellos y se fueron a Antena tres y Telecinco. Ese fue el gobierno de los mejores, según el ex president de la Generalitat, Artur Mas. Eso fue la buena manera de hacer las cosas de los independentistas. Pues vaya manera más tonta y miope de perder un mercado y un público.
Hay, finalmente, todavía una carga de profundidad más importante en el concepto de Tabarnia. Y es la discusión del relato regional hegemónico, la muestra de que no existe una nación indivisa. Durante muchos años, a todo aquel que, en la región, no aceptara refugiarse bajo el paraguas del relato catalanista se le conducía al cercado de los represores centralistas o al de los apátridas. Tabarnia crea otro espacio mítico, un espacio de risa, sin himnos tétricos ni banderas sacras, un espacio de libertad muy siglo XXI, muy república independiente de tu casa. Indefectiblemente, al usar de manera inversa el sumario independentista, cuanto más intenten hacer crecer la idea de la república catalana, más estarán provocando que la gente lo aplique a la idea de la república de Tabarnia. El bienhumorado éxito que el término ha conseguido en las redes en cuatro escasos días es inequívoco. Las grandes ventajas de los partidarios de Tabarnia es que son más y que saben que su predica va en broma. Sus adversarios, en cambio, lo hacen de chiste creyéndose que van en serio. Los independentistas quieren que su república sea real, pero como la defienden con cómicos artículos de broma (desde impresoras a esposas de sex-shop) la calle siempre entenderá como más lógica la burla simbólica directa, the real thing. Preferirá, como es normal, el nuevo original a la vieja copia.
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