Cataluña
Tensión en Podemos por la «fuga» de Iglesias
El secretario general no sólo no ha hecho una rueda de prensa para analizar los malos resultados de su candidato en Cataluña, ni siquiera ha convocado a su Ejecutiva tras el fracaso.
El secretario general no sólo no ha hecho una rueda de prensa para analizar los malos resultados de su candidato en Cataluña, ni siquiera ha convocado a su Ejecutiva tras el fracaso.
Pablo Iglesias está lejos de necesitar un epitafio muy rebuscado. Basta la elocuencia de los datos. Retener los 11 escaños de 2015 (8,9% de los votos) era su objetivo y Catalunya en Comú se quedó en 8 (7,4% de los sufragios). Ni siquiera logró empatar el partido en el último minuto y de penalti injusto. Salió derrotado de Cataluña. Y eso a pesar de una participación histórica en las elecciones de este 21 de diciembre. El líder de Podemos sumó así otro fracaso más.
El candidato Xavier Domènech arrancó la precampaña compartiendo cafés con los periodistas en el famoso Bar Manolo de Madrid, cercano al Congreso de los Diputados, y aseguraba que su meta era alcanzar los 25 diputados. Poco tardó en rebajar esas expectativas hasta los 20. Durante la carrera hacia las urnas, su confianza fue tropezando con los sondeos y, sobre todo, con la escasa afluencia a sus mítines. En la jornada de reflexión, los comunes firmaban con los ojos cerrados la cosecha de 11 asientos en el Parlamento autonómico. Ni eso lograron. Peor aún: pasaron de pintar poco a no pintar nada.
Porque la apuesta de Iglesias siempre transitó por la llamada «Operación Roures». Esto es, tal y como concertó con Oriol Junqueras en casa del empresario Jaume Roures, se trababa de sellar un tripartito con independentistas y constitucionalistas. Para, contando de antemano con los vetos mutuos de ERC y PSC ofrecer luego a Domènech como presidente. Sin embargo, la mayoría absoluta que suman JuntsXCat, ERC y la CUP ha condenado a los comunes a la irrelevancia entre bloques.
Mientras nombres de referencia asociados a Podemos bullen en un intenso debate sobre las causas del descalabro, Pablo Iglesias ha optado por parapetarse en la falta de autocrítica. Ni asumir el discurso secesionista, ni su guerra declarada al 155 –con recurso al Tribunal Constitucional incluido–, ni el referéndum pactado como bandera, ni la defensa cerrada de los denominados «presos políticos», ni la ruidosa voladura de la marca en la comunidad autónoma en favor de Ada Colau le han permitido salir airoso de la contienda. Todo lo contrario. La entrega a la alcaldesa- fetiche se reveló como un rotundo fracaso y, lejos de sumar más, se perdieron 47.000 votantes.
Naturalmente, hubiera sido de esperar que Iglesias convocase inmediatamente la Ejecutiva del partido. Claro. Aunque, para decirles... ¿qué? Tal vez que las cosas mejorarían a partir de ahora, que han sido víctimas de la enésima «conspiración» mediática, que «Cataluña no hay que ganarla en las autonómicas, sino conservarla en las generales»... De hecho, el núcleo duro del pablismo lleva días machacando con argumentarios similares y refrescando datos anticuados de diciembre de 2015 –más de 900.000 votos– y junio de 2016 –unos 820.000 sufragios–, cuando lograron ser primera fuerza en Cataluña. Argumentos para incautos. Sin duda. Porque, el líder morado, o al menos los suyos más rendidos, aún parecen ingenuamente creer en su capacidad de ser el relevo de un PSOE en declive. Por más que los datos electorales de este 21-D digan que una cosas son las ganas y otra la cruda realidad.
Sea como fuere, Iglesias echó mano de un tuit la noche de autos: «Con DUI y 155 ganan la derecha y el bloqueo. Liderazgo de derechas en el procesismo y de la derecha reaccionaria en los monárquicos. Orgulloso de Domènech por defender los derechos sociales, el diálogo y la democracia. Somos oposición y futuro». A partir de ahí, puro escapismo, o sea... la nada. Paradójicamente, en una nueva edición de su espacio televisivo «Fort Apache» Iglesias ha insistido en que en España resurge la extrema derecha. Seguramente expandir ese miedo sea la mejor fórmula que ha encontrado el secretario general de los morados para intentar maquillar su fracaso.
Pero, más de uno en sus filas se ha acordado en estos días del proyecto templado del otrora «número dos» de la formación, Iñigo Errejón, o de la purgada cofundadora, Carolina Bescansa y de su aviso sobre los riesgos para Podemos de la aventura separatista de Pablo Iglesias. Lo cierto es que la deriva de Iglesias ha ahuyentado a votantes defensores de la unidad de España. No en vano muchos de sus electores fueron en algún momento partidarios de un PSOE no precisamente independentista.
El impacto del fiasco del 21-D promete disparar enormemente las tensiones entre las distintas familias mancomunadas a Iglesias. De hecho, ya ha comenzado Compromís a exteriorizar el distanciamiento. Y, ojo, las desavenencias resurgirán con mayor fuerza a la hora de diseñar la estrategia para el futuro. Es decir, las fracturas internas van a tomar carta de naturaleza estas semanas. Es la obra de Pablo Iglesias, un líder que camina, henchido de seguridad, hacia la derrota final.
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