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Los errores de la ideología de género

La condición fundamental para desarrollar la individualidad es darnos cuenta de que somos desiguales.

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Nuestra manera de ser es igual a la de otra persona. Ni nuestras preferencias ni el propio biorritmo. Así pues, la igualación que se aplica a nivel educativo la notamos por la falta de adaptación de la metodología y la evaluación a la diversidad de seres humanos. Bajo el pretexto de un mismo uniforme para todos, suele ser que los programas educativos desconsideran las diferencias individuales.

Educar en la diversidad es el lema de programas educativos que no saben interpretar lo que significa ser diferentes. Con una metodología homogénea y un sistema de evaluación para todos igual, los exámenes, es imposible enseñar a nuestros jóvenes, cuyo equilibrio personal depende de que se conozcan por dentro de verdad y expresen lo mejor de sí mismos a través de sus talentos y aptitudes. Por supuesto que todos los seres humanos somos iguales en cuanto a derechos pero no igualables a nivel de cómo aprendemos. Tampoco nuestra manera de ser es igual a la de otra persona. Ni nuestras preferencias ni el propio biorritmo. Así pues, la igualación que se aplica a nivel educativo la notamos por la falta de adaptación de la metodología y la evaluación a la diversidad de seres humanos. Bajo el pretexto de un mismo uniforme para todos, suele ser que los programas educativos desconsideran las diferencias individuales.

No somos igualables sino genuinos. Es más, la condición fundamental para desarrollar la individualidad es darnos cuenta de que somos desiguales. Sin un enfoque que considere que un individuo es desigual a otro individuo no es posible alimentar el alma ni se desarrolla el ser humano. Desigualdad quiere decir que dos personas tienen mentes y estilos de aprendizaje diferentes, por lo tanto, desiguales. De tal manera que, si la enseñanza no se adapta a cada persona de manera desigual, se descuida el noble principio de acompañar a ser el individuo que somos.

En las familias con varios hijos los progenitores, aunque crean que educan en la aparente igualdad, tarde o temprano se dan cuenta de que, para llegar a un mismo fin, no sirve la misma manera de relacionarse con un hijo que con otro. Cada uno es diferente y nuevamente el reto de la diversidad pone a prueba la conciencia dormida de los padres y su capacidad para vislumbrar el alma del hijo. Cuando un padre supone que un hijo ha de ser como tiene que ser y no lo ve como es, entonces la confrontación es la moneda de intercambio entre ellos, pues el alma del chico o la chica clama por ser como es: diferente y desigual.

Un modelo educativo que intentó prosperar en los años 80 para impulsar las diferencias individuales fue la teoría del norteamericano Howard Gardner, el autor de las inteligencias múltiples. Para este profesor de la Universidad de Harvard no existe un único tipo de inteligencia ni una única manera de abordar los problemas sino que los seres humanos tenemos enfoques diferentes en base a nuestro propio estilo de inteligencia, llegando a definir hasta 12 tipos (lógico matemática, analítico verbal, musical, creativa, espiritual, corporal, musical...) Con este modelo se abría un mundo enorme de posibilidades educativas que preservaba el principio de la desigualdad, dando cabida a una manera genuina de apoyar en la diversidad. Cuarenta años después del surgimiento de este enfoque, salvo muy específicas experiencias educativas y algún profesor innovador, la teoría ha caído en el baúl de los recuerdos. A nivel social casi nadie sabe que somos diferentes porque tenemos inteligencias diferentes. Poca publicidad se ha hecho de este aspecto que alimenta el respeto por las diferencias individuales. ¿Por qué no ha penetrado en la sociedad un modelo basado en este genuino elemento que hace diferente al ser humano por su estilo de inteligencia?

Curiosamente y con más éxito debido a la gran repercusión educativa y social además del apoyo político, otro enfoque que, a un determinado nivel, intenta abordar la diversidad y las diferencias individuales es la ideología de género. Sin basarse en los estilos cognitivos ni de inteligencia, la ideología de género propone un modelo de diversidad asociada a la autopercepción sexual. Según este enfoque, se es diferente, no por cómo somos sino por cómo nos sentimos sexualmente independientemente de la propia naturaleza y del rol social.

Tanto tipo de inteligencia como sentimiento sexual son ámbitos a través de los cuales se pretende un propósito aparentemente común, afirmar la propia identidad; uno sin impacto político alguno, otro con todo el apoyo de organizaciones y colectivos que aspiran a conseguir así el respeto por la propia diversidad. Pero ambos aspectos son limitados y no representan ni de lejos la esencia de lo que significa ser individuos. Es como tener hambre y creer que basta el aire para alimentarse.

Más allá de la inteligencia y del género es cuando somos genuinamente diferentes

Hay un lugar interior, incontrolable, que no es mente, no es inteligencia, tampoco es género ni hace referencia al ámbito sexual ni al rol social. Hablo del alma y de la conciencia. El alma no es ideología, no se piensa ni se decide. Su cualidad es Ser. Está por encima de las ideas aunque las abarca a todas así como abarca la inteligencia pero no se identifica con ella. Pues es en los valores y los principios donde navega.

Los valores permanecen mientras que los pensamientos van y vienen. Una teoría sobre la inteligencia prospera hoy y perece mañana; como la ideología, que hoy es una moda de un color y mañana se cambia por otra. Un ser humano no es un objeto que cambia de esencia porque se maquille con la apariencia. Buscar ser diferentes a través de atributos externos como la inteligencia o la sexualidad sólo es si acaso una fase en el movimiento de afirmación personal, un momento, un intento de identificarnos y reconocernos. Pero el desarrollo del individuo es mucho más amplio y va más allá de estos aspectos coyunturales que están quietos y son pura forma. Donde los programas educativos se acaban empieza de verdad la realidad. Porque sucede que el alma vuela, se mueve, se hace grande a cada instante. En realidad nace y se expande cada día pero, nosotros, ajenos al sentir genuino de lo que nos hace reales, nos conformamos con creer que nos hacemos diferentes por la apariencia de ser inteligente de este modo o afirmándonos a través de un género. Compramos la oferta educativa de turno o nos dejamos seducir por la fascinación política imperante. Pero esto no es suficiente, no.

SER un individuo no es cuestión de voluntad humana sino de descubrimiento permanente. SER no sólo involucra la pretensión de construirse socialmente, no es un ejercicio mental sino que sucede a través de la experiencia consciente. Ni la inteligencia ni la sexualidad pueden definirnos. No pueden decirnos lo que somos por mucho que los programas educativos insistan en ello pues son puras anécdotas, meros apoyos en los que basarnos para caminar. No son el fin del desarrollo del individuo sino una parada.

Ante la inmensidad de lo que significa Ser un individuo la educación organizada y la sociedad hacen propuestas de corto alcance, chatas y materialistas, que embelesan pero no convencen, pues su propósito último no es la expansión del alma ni el desarrollo del criterio propio sino la socialización y la adaptación del ser humano a lo políticamente correcto.

El individuo no cabe en una caja. Su guía es por encima de todo el entusiasmo. Se entrega al mundo cuando descubre y hace consciente sus cualidades que le son dadas. Entonces las acepta, respeta y venera, haciendo de la vida una inspiración permanente.

Antonio Galindo es psicólogo en www.asesoresemocionales.com