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Las 10000 caras del «barrio» Cañada Real
Los habitantes del asentamiento ilegal esperan la «regulación» prometida y piden soluciones personalizadas. Tras el censo de la vía, comenzará el desmatelamiento de 50 años de problemas sociales, de seguridad y urbanísticos
MADRID- Si lo medimos en distancia física, la Asamblea de Vallecas no queda demasiado lejos de algunos tramos de la Cañada Real, pero las decisiones que allí se han tomado para poner una solución real al conflicto urbanístico y social, que desde hace más de medio siglo se vive en esta antigua vía pecuaria, no han calado hasta ahora entre los (aproximadamente) 10.000 vecinos que allí residen, según un censo realizado por la Comunidad junto a las asociaciones de vecinos.
Desde que el pasado 15 de marzo entrara en vigor la ley 2/2011 –por la que se desafectó la vía pecuaria y pasó a ser «bien patrimonial» de la Comunidad de Madrid– poco o nada ha cambiado a lo largo de los 14,5 kilómetros de vía. Lo único que han notado los vecinos es que en los últimos meses les han visitado técnicos municipales preguntando habitantes por vivienda y tomando medidas de las mismas. Y es que ésta es la primera fase de aplicación de la Ley, o la Disposición Transitoria primera, en la que los ayuntamientos deben elaborar los censos correspondientes a su término municipal. Lo que ha trascendido por el momento es que de los 40.000 vecinos de los que se hablaba –y que convertían a la Cañada en el mayor asentamiento ilegal de Europa– la cifra se habría reducido a la cuarta parte, a falta de confirmación por los ayuntamientos. Se da así el primer paso para crear, de una vez, un acuerdo marco para poner en orden este batiburrillo de edificaciones, gentes y realidades tan diversas que conviven en la Cañada y que por, el momento, ha puesto freno a los derribos. El problema es que cada caso es distinto y son 10.000.
Escala de aspiraciones
Las aspiraciones de los vecinos son más halagüeñas a medida que se avanza de sur a norte, porque las edificaciones van mejorando –pasando de las infraviviendas del sector 6 a los chalés del sector 1– y porque la marginalidad del último tramo nada tiene que ver con el barrio perfectamente integrado al núcleo urbano del primero.
El último sector (el 6) es el más oscuro de todos y del mismo tono pinta su futuro. Pertenece a Vallecas y viven unos 5.000 vecinos (en su mayoría españoles de etnia gitana). A la entrada y patrullando la calle siempre hay patrullas policiales. Pero la paradoja es que al menos un par de kilómetros del tramo albergan el mayor hipermercado de la droga de la región. Es una zona marginal, llena de escombros por las edificaciones derribadas y donde comparten espacio niños descalzos con toxicómanos explotados por los clanes de la droga que, a cambio de una dosis, realizan labores de vigilancia y captación de clientes a las puertas de las narcosalas (a menudo, verdaderos búnkeres a prueba de registros).
Pero, pasada la planta de Valdemingómez, se acaba la droga y comienzan las parcelas de familias gitanas que, aparentan y aseguran vivir sólo de la chatarra y la venta ambulante. Como Pilar Pardo, de 28 años, que «heredó» la parcela 178 de un familiar y ahora vive a duras penas con Enrique y Dolores, sus hijos de seis y diez años. Percibe 523 euros al mes de renta mínima. «Vinimos de El Cañaveral y no quiero volver a la chabola. Yo espero que tiren esto abajo y nos den un piso», dice. No comparte opinión con la mayoría de sus vecinos, vendedores de chatarra que quieren quedarse en sus parcelas para poder amontonar cómodamente lavadoras y neveras a desguazar. Como Javier Vargas, de la parcela 117. Allí hicieron seis casas, una para cada hermano.
«Queremos comprar terrenos»
El «movimiento» que hay últimamente es el tema de conversación en la Iglesia Evangelista del Poder; y el pastor, Diego, se ha convertido en el consejero de todos sus miedos. Aunque para las cuestiones técnicas suele derivarles a Elena Martín, que vive unos metros más adelante desde hace 27 años, y es la presidenta de la Asociación de Vecinos Sector 6. Como ya explicó al consejero de Asuntos Sociales, Salvador Victoria, el pasado jueves, su intención es clara: «Queremos comprar los terrenos», resume. Algo que depende de la ordenación urbanística que realice en esa zona, en este caso, el Ayuntamiento de Madrid.
El sector 5 no tiene nada que ver con el anterior. Hay unos 1.800 vecinos: españoles y árabes. Al contrario que en el 6, la ordenación del terreno la han hecho a lo alto y no a lo ancho; sobre una misma parcela se levantan varias alturas en las que viven hasta tres y cuatro familias. Es el caso de la 17-B. Aquí viven Chadi (sirio de 31 años) y Eva (marroquí de 30). La familia del hermano de Eva vive arriba y la pareja, con su hijo, en la planta de abajo. «Queremos que regularicen esto para que podamos instalar de forma legal la electricidad. Hemos estado hasta tres días sin luz, se estropea comida y no podemos cocinar».
El sector 4, al igual que el anterior, pertenece a partes iguales a Rivas y a Vicálvaro y ya no son viviendas. Aquí viven, por ejemplo, dos familias bolivianas desde hace seis años. Lo hacen de alquiler y pagan 150 euros al mes. Hay unos 1.500 vecinos. Poco más que en los sectores 2 y 3, donde residen, en su mayoría, familias españolas trabajadoras de clase media, que tuvieron la costumbre de aumentar la caseta de la huerta de los abuelos hasta convertirla en chalés de hasta tres alturas y con ocho habitaciones donde viven tres generaciones. Se nota que hay dinero y, por eso, quieren comprar los terrenos y pagar los suministros (luz y agua) que han estado robando de la red municipal y del Canal desde hace décadas. Eso sí, insisten en que ellos llevan buscando su regulación desde la época de Leguina.
Lo mismo ocurre en el sector 1, que pertenece en su mayor parte a Coslada. Son viviendas totalmente integradas en el barrio (a la altura de la calle Júcar del municipio) y muchos llevan años pagando IBI, como el dueño del hostal La Mancheguita, Apolonio Moreno.
Del bar de toxicómanos al hostal dos estrellas
Además de 2.641 viviendas que se estima que hay en los 14,5 kilómetros de la Cañada, tratan de sobrevivir 230 negocios. Naves industriales, talleres de carpintería, bares para atender la necesidad de azúcar de los toxicómanos y hasta hostales. Pero, sobre todo, pequeñas tiendas de ultramarinos. Algo muy demandado en la Cañada, apartada de comercios y gasolineras. Además de bares y restaurantes humildes, también hay hostales. Uno de ellos es La Mancheguita, otro, en el sector 2, Las tres J, de buen aspecto.
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