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Nueva York

Los milagros de las células de Henrietta

Murió de cáncer y está enterrada en una fosa común, pero sus tejidos, las células HeLa, se han utilizado para medicamentos contra el cáncer, el sida o la leucemia 

Henrietta Lacks murió sin conocer que gracias a sus células salvaría a miles de personas
Henrietta Lacks murió sin conocer que gracias a sus células salvaría a miles de personaslarazon

Las células cancerígenas de Henrietta Lacks han salvado la vida de muchos. Y lo seguirán haciendo. Esta mujer afroamericana y sin recursos, de Virginia (EE UU), sin saberlo, causó una revolución científica que llega hasta nuestros días. Corrían los años 50 y la segregación racial era un hecho. Los afroamericanos ni siquiera podían entrar en los hospitales. El Johns Hopkins, en Baltimore, era una excepción. Por eso Henrietta, de poca estatura (1,50 metros) pero mucha determinación, aunque debía hacer un largo viaje desde los campos en los que recogía tabaco, empujada por los brutales dolores que sufría, acudió al centro. «Por la puerta de los negros», eso sí. Tras varios intentos fallidos –en los que la mandaban a casa sin apenas tratar–, fue ingresada. Diagnóstico: cáncer galopante de cuello uterino. Nada qué hacer. Ajenos al caso particular, médicos y científicos de la época estaban inmersos (casi obsesionados) en lo que podría convertirse en el mayor de logro médico del siglo, la piedra angular de la investigación clínica: mantener células con vida fuera del cuerpo humano.

Células resistentes
Había funcionado con otros mamíferos pero las del hombre resultaban frágiles. Perecían unos minutos después de apartarlas de su medio natural. Hasta que llegó Henrietta. La campesina, ajena a toda ciencia, aportó parte de su tumor, sangre y órganos a la ciencia. Sin consentimiento. En la América de los 50 era una práctica normal quedarse con material biológico de pacientes (tampoco los médicos se deshacen ahora de tejidos celulares). Las células de esta mujer fuerte y coqueta, con cinco hijos y aquejada de otras mil dolencias sin tratar (como sífilis), mostraron una resistencia inaudita. En los tubos de ensayo, cada minúscula célula se multiplicaba en cuatro, ocho, 16, 32... Éxito total. Con material biológico de estas características, los científicos podrían comprobar reacciones de todo tipo. Los tejidos de Henrietta Lacks, denominados por sus iniciales, células HeLa, años después, intervinieron en la elaboración de medicamentos contra el párkinson, la leucemia, el cáncer, el sida, la gripe, herpes, la hemofilia, la tuberculosis y la apendicitis, entre otras.

Las HeLa, usadas aun con normalidad, terminaron con la mortalidad de enfermedades (como la poliomielitis) y generaron millones de dólares tras su comercialización. Mientras tanto ella, de 32 años, era enterrada en una fosa común. Olvidada por todos menos su familia. Ninguno recibió un centavo por la rentable donación (forzada) de la matriarca. Muchos de ellos, hasta hace poco, ni siquiera podían costearse un seguro médico. Durante años, no supieron qué le habían hecho a su madre. Y no lo hubieran sabido nunca si no llega a ser por un segundo intento de los doctores que, en la década de los 70 quisieron experimentar con los descendientes de Henrietta. Su nombre, que debía ser anónimo, se filtró, a pesar de que los médicos inventaron uno falso (Helen Lane).

Quién era HeLa
La periodista norteamericana, Rebecca Skloot (1973), experta en temas científicos, ha dedicado diez años a la búsqueda de la mujer escondida tras las células HeLa. «Cómo vivió, si tenía hijos, quién era de verdad...», explica con entusiasmo la autora, vía telefónica, desde Nueva York. El año pasado publicó «La vida inmortal de Henrietta Lacks», ya traducido en español (ediciones Temas de Hoy, Grupo Planeta). Skloot recorrió todos los lugares (ciudades, pueblos, universidades, delegaciones, hospitales, instituciones mentales...) en los que, quizás, alguien pudiera saber algo de aquella Henrietta, cuyas células siguen vivas –en toneladas– repartidas por los centros médicos de todo el planeta.

Como explica el libro, las células cancerígenas pueden dividirse indefinidamente, si tienen un suministro continuo de nutrientes, y por eso se dicen que son inmortales. «En la actualidad, cuando oímos la palabra ‘‘clon'', imaginamos a científicos creando animales vivos completos –como Dolly, la famosa oveja clonada–a partir del ADN de un progenitor», escribe Skloot. «Sin embargo, antes de la clonación de animales completos se produjo la clonación de células individuales: las de Henrietta. Para comprender por qué la clonación celular fue importante, tenemos que saber dos cosas: primera, que las HeLa no crecieron a partir de una célula de Henrietta. Crecieron de un fragmento de su tumor, lo cual es un racimo de células. Segunda, que a menudo las células se comportan de manera diferente. Los científicos querían cultivar clones celulares y en Colorado lo lograron con células HeLa. Pronto el mundo científico no solo tuvo células HeLa, sino también sus cientos, después miles, de clones».

Un libro de éxito
El trabajo de Skloot se presenta con saltos temporales y técnicas narrativas propias de una novela. Hay drama, sexo, amor, escándalo, secretos, historia, ciencia... El éxito fue arrollador. 32 semanas en la lista de best sellers de The New York Times. «La historia de Henrietta no había sido contada». El beneficio de aquellas extracciones es incalculable. «A pesar de ser cancerosas», escribe Skloot, «seguían compartiendo muchas características básicas con las células humanas: eran susceptibles a infecciones, lo que las convertía en un instrumento óptimo para sintetizar y estudiar infinidad de cosas en cultivo, como bacterias, hormonas y, sobre todo, virus». Los científicos, señala el libro, estaban encantados de pedir células por teléfono o correo. Nació una industria multimillonaria .

Una de sus peores experiencias, cuenta la escritora, fue la visita a una institución mental a la que llamaban «la casa para los negros locos». Allí vivió y murió Elsie, la hija discapacitada de Henrietta. «Nos mostraron fotos terroríficas, con la niña llorando, la mano al cuello, atada. Habían utilizado a la niña para todo tipo de experimentos». La historia de la familia Lacks –repleta de abusos– desentierra la oscura historia de la experimentación médica en los afroamericanos en los años 50/70.

La mayor parte de la familia Lacks leyó la obra antes de su publicación. La aprobó. La primera frase del libro dice: «Esta es una obra de no ficción». Y ellos están de acuerdo. Los personajes mantienes sus acentos, incluso su precaria forma de expresión. «Si las hubiera modificado, no habría sido fiel a su personalidad, su historia, su realidad...», afirma Skloot. «La familia ha sufrido muchísimo», sostiene. Pero, a pesar de todo, quisieron llegar al final. «La hija de Henrietta, Deborah, me dijo que siempre, por muy doloroso que sea, es mejor saber que no saber». La autora del best seller ha creado una Fundación de ayuda para los Lacks. «Es lo mínimo que se puede hacer», remata Skloot, que también organiza clases, congresos y seminarios internacionales en torno a Henrietta, una campesina enferma que murió sin saber que muchos, gracias a ella, sanarían.