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Enrique Loewe: «El lujo es hacer las cosas bien»

DE CERCA«Si Loewe es hoy lo que es y ha sido de verdad durante estos últimos 40 o 50 años, la ‘'culpa'' es de mi padre, que pronto cumplirá 100 años y tiene una personalidad arrolladora».

Enrique Loewe: «El lujo es hacer las cosas bien»
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L a historia de Loewe tiene «mucho que ver con la historia de España», según el tataranieto de su fundador, porque «abarca 162 años». Fue en 1870 cuando la familia del mismo nombre se instaló en Madrid, «donde encontró un caldo de cultivo fantástico para todo lo que tenía que ver con la piel, la artesanía, la alegría de vivir, la luz y el color» y abrió un primer tallercito, con mucha ilusión..

–¿Y cuanto tardó en consolidarse como negocio?
–En 1906 alcanzó una cierta madurez. Se consiguió por ejemplo que fuese proveedor de la Real Casa, que en aquel entonces era importante. Ahora ya no, porque la actual Familia Real no tiene estas experiencias…, pero entonces era tan importante como lo es hoy ser «supplier» de la Royal Court inglesa.

–¿Y qué pasó con Loewe durante la Guerra Civil?
–El taller fue incautado, para hacer correajes y estucheras para el ejército de la República…Tanto la memoria de Loewe, como los productos que se atesoraban se volatilizaron. Pero mi abuelo, que murió poquito antes de que empezara la guerra, le hizo prometer a mi padre que seguiría con el negocio. Y mi padre, que entonces estudiaba Astronomía en Alemania abrió un local en 1939, que se había medio apalabrado antes de la guerra, en la Gran Vía, donde está la actual tienda, y ahí empezó la historia moderna de Loewe.

–Las condiciones no debían de ser nada fáciles…
–En la posguerra mi padre traía barras de pan de las del racionamiento a mi casa. Pero ya entonces, cuando la gente estaba desesperada, mi padre, a través de una estética depurada en las tiendas de Madrid y Barcelona, creó un espacio para soñar.

–¿Entonces la situación era más dura que ahora?
–Lo de entonces lo viví como un crío y luego, cuando empecé en Loewe no vi nunca unas condiciones tan tremendas. Se vivieron crisis de gran impacto, pero se sabía que había que jugar a estos juegos de crisis y crecimiento. Ahora el problema es que está en juego el esquema de valores, el concepto de una economía global.

–A partir de su 150 aniversario, Loewe deja de pertenecer estrictamente a la familia Loewe y se incorpora al grupo LVMH, ¿qué pasó?
–Que hubo una disputa familiar. En el año 80, las dos ramas de la familia Loewe, una ubicada en Madrid y la otra en Barcelona, no se entendían. La de Barcelona vendió a Rumasa su participación en Loewe y de la noche a la mañana nos encontramos con que la mayoría de Loewe se repartía entre la parte de la familia que no había vendido, que se quedó en minoría, y la parte de Rumasa. Luego vino el tema de la expropiación de Rumasa y Loewe se quedó en una situación muy compleja. Fue muy alucinante.

–¡Qué disgusto! ¿no?
–Al principio es un shock, un cambio verdaderamente fundamental y una experiencia nueva. Una vez superado ese estado de shock y de coma profundo luego viene, que todo sigue, que la vida funciona, que Loewe tiene ya, cuando llega Vuitton, una gran implantación a nivel internacional y que, bueno, es simplemente acostumbrarse a que los que toman las decisiones son otros y procurar, como ha sido mi caso, colaborar lealmente con esta nueva situación, para hacer que no haya palos en las ruedas de la bicicleta.

–De hecho, Loewe tuvo presencia internacional antes de que la soñaran siquiera grandes marcas como Zara o Mango, ¿cómo se ven estas otras marcas Españolas desde Loewe?
–Son planteamientos de negocio imposibles de soñar hace años. Y me parece que los empresarios españoles tienen un enorme mérito, aunque estas empresas no hablan mucho de España. Por eso quizás no me veo muy capaz de asimilarlos a Loewe, que siempre ha mantenido una filosofía relacionada con la calidad, con la búsqueda de emociones dentro del mundo de la piel y lo ha sabido trasladar a otros países. Además es como del orden de quinientas veces más pequeña que las otras que has mencionado, así que es otra historia.

–Bueno, claro, es que Loewe pertenece al mundo del lujo ¿no?
–Yo decía hace algún tiempo que me había enterado de que estaba en una empresa de lujo hace no mucho, porque la verdad es que yo no he trabajado para el lujo y llevo 47 años en Loewe

–Pero en España decir Loewe ha sido siempre decir lujo.
–Sí, no me podría negar a admitir eso, pero lo que hemos hecho es hacer las cosas bien, creo.

–Loewe pertenece al grupo del lujo más importante del mundo y el presidente de su Fundación, es decir usted, es presidente de Honor del Círculo Fortuny, que promueve el lujo, como parte de las industrias creativas, dentro y fuera de España.
–Sí, y creo que es un intento muy inteligente de trabajar para que la gente comprenda el mérito que tiene este mundo, que es el de rescatar tradiciones valiosas, historias fantásticas, recoger trozos de vida de nuestro país y proyectarlos a la máxima altura posible en un panorama mundial, para conseguir hacer del mundo del lujo español algo serio y real, no algo superficial.

–Pero, ¿ahora está de moda?
–Es que habría que definir qué es.Yo creo que el lujo asiático, el lujo de lo que brilla, de lo que cuesta muy caro, probablemente está menos de moda que nunca. Pero hay otro lujo, el lujo de la experiencia, del conocimiento, que es todo menos «nuevo-riquismo». Y ese lujo como artesanía, como cultura, como raíces de un país es el que tiene pendiente el Círculo Fortuny.

–¿Se traduce también en puestos de trabajo?
–No tengo ahora muy frescas las cifras, pero creo que a nivel europeo hay más de un millón de personas trabajando en industrias del lujo; y a nivel español, en cuanto consigamos revitalizar la artesanía, sacarla de las puertas de las catedrales y del concepto de souvenir y enorgullecernos de hacer cosas bellas con diseño, con nuevos materiales y con una visión actual del mundo, creo que tenemos grandes posibilidades.

–Tal y como está la situación resulta muy optimista escuchar hablar de grandes posibilidades.
–Sería muy novedoso y desde luego muy desagradable que esta situación durase mucho tiempo. Si dura más de 2 o 3 años, no tengo nada que decir. Me apoltronaré en otro púlpito y venderé cacahuetes, no lo sé… Pero no creo que sea así. Las crisis tienen sus procesos, sus curvas y creo que con enorme dificultad pasaremos el sarampión en uno, dos o tres años, y entonces tendrá que haber gente que realmente quiera arriesgar.

–¿Ayudará la reforma laboral?
–Yo creo que es importante una reforma laboral, como también lo es redefinir el papel de los sindicatos y buscar una frescura, una flexibilidad en la forma de hacer las cosas. Quizá sea importante que no se considere un bien inamovible tener que vivir siempre en la misma ciudad. En EE UU, el 25 por ciento de la población cambia de un sitio a otro. Pues, lo siento mucho, pero tenemos que competir, nos guste o no. Luego dice el señor este de Mercadona que dónde están los españoles que recogen las naranjas, que no hay… Es que nos hemos acostumbrado a vivir de una manera muy especial y a lo mejor hay que volver a recuperar el espíritu de aquellos sacrificadísimos inmigrantes españoles que viajaban a Alemania buscando las posibilidades donde las hubiera.

–¿Hay que reaccionar con una huelga?
–No, claro que no. Eso va a ser otra vez un porrón de miles de millones que lo único que hará es complicar todavía más el círculo vicioso: Más gastos, más problemas, más recortes y más dificultades… Ése no es el ambiente, pero es inevitable. Yo pienso que esto hay que sufrirlo, hay que pasarlo y hay que demostrar que las medidas que se proponen, si es que es cierto, sirven para ayudar a salir de la problemática actual.

 

Personal e intransferible
Enrique Loewe es un hombre elegante y delicado… ¡Casi parece un bolso de la firma familiar! Exquisitamente educado y orgulloso de su esfuerzo por mejorar cada día, pese a no ser tan equilibrado como le gustaría –«soy un ciclotímico y atravieso por fases de enorme ilusión y de enorme depresión»–, a sus 71 años, con tres hijas y las ganas de seguir descubriendo talentos como jurado del Premio Nacional de Artesanía del Ministerio de Industria, sigue creyendo que hacer bien las cosas tiene premio.