Nueva York
Eduardo Naranjo: Difícilmente podría llegar a pagar uno de mis cuadros
Acaba de venir de Rusia, de un crucero y de visitar el Hermitage. Irá a su «casa», a Monesterio. Allí va cada año con su mujer. Lleva los pinceles, música clásica, jazz y flamenco y una raqueta: «Tengo amigos con los que me relajo jugando».
Sus cuadros son inquietantes, complejos. Su dibujo, perfecto, y el conjunto de su obra está plagado de metáforas, fantasía y onirismo.
–¿Los pintores padecen recortes?
–No al uso, como los funcionarios o autónomos, pero nos afecta. Confío en que caminemos juntos para salir de ésta.
–¿Con la belleza por montera?
–¡Y con la luz! Ambas cosas lo son todo para mí. Me satisface haber contribuido a expresar parte de ambos conceptos y que sea singular.
–Si tengo que explicar a un marciano qué tipo de pintor es... ¿surrealista, figurativo, hiperrealista, onírico...?
–De todo un poco, pero lo de onírico me gusta. Soy un gran soñador.
–¿Un poeta de los pinceles?
–En mí pesan tanto las presencias como las ausencias, que es la realidad de la vida bajo un prisma lírico. Podría contarlo en palabras pero prefiero los pinceles.
–Tengo un amigo que pasó dos años ahorrando para comprar un cuadro suyo.
–Cuando alguien invierte en mi obra, siento que es la mayor expresión de identificarse con el arte: poseerla.
–Lo peor es que, cuando vamos a verle, está embobado mirando su cuadro y no nos hace caso.
–Me alegra muchísimo que se haya convertido en una «adicción de paz». Porque sin ese alimento para el espíritu, la vida sería más cruel y aburrida.
–Hizo una serie de grabados de «Poeta en Nueva York», ¿después de Lorca, nadie, como decía Gamoneda?
–Lo elegí porque de joven me impresionó mucho. Hay un texto de Félix Grande que versa sobre una hipotética conversación entre Federico y yo, que fue una rica fuente de ideas. Aun siendo distintos, nos une el grito de la belleza y la denuncia de las cosas fatales.
–Si tuviera que comprarse un cuadro, ¿sería de Dalí, Bacon, Tapies, Antonio López...?
–¡No podría el de ninguno! Difícilmente podría llegar a pagar por uno mío.
–Pongamos que yo puedo regalárselo.
–Ha citado a artistas que siempre me interesaron. Si pudiera, no lo dudaba, pero soy un gran coleccionista de los jóvenes. Los mayores nos ponemos muy caros.
–¿Cuántos cuadros puede haber pintado en su vida?
–¡Uf! Desde luego soy un gran trabajador. No tantos como Picasso o el propio Dalí, pero es que la obra de los figurativos lleva mucho tiempo.
–El pintor, una vez acabada su obra, ¿la contempla como un espectador?
–Es buena la opinión de los demás, sobre todo si son inteligentes y están al tanto de tus expectativas. Aunque una obra se deja por imposibilidad, aburrimiento o porque te gusta algo más de lo que te gustaba en el reto del proceso. Una obra no termina nunca.
–¿Cómo pintaría la realidad actual de España?, ¿sería una especie de color hueso, tipo «Yo pintando plato de pescado»?
–Desde luego no sería nada amable. El cuadro que reseñas estaría bien, aunque sin raspa, siquiera. Pero de todo se sale.
–¿Con qué obra le estudiarán dentro de 100 años?
–«El sueño con las musas» –quizá– que hoy pertenece al Reina Sofía, es decir, a todos. Y otro importante, que nada tiene que ver: «Vanesa desnuda».
–¿Funciona por encargo o por inspiración?
–Por lo segundo, aunque sólo hago por encargo retratos. No me apetece que me pidan un tema. Mañana me levanto y pinto lo que quiero, y es una delicia. Ahora estoy con una serie de obras inspiradas en Fuerteventura.
–¿De qué depende exponer en importantes centros de arte contemporáneo?
–De premios internacionales, modas. Y, sobre todo, y duele decirlo, de tener admiradores poderosos.
–¿Cómo lleva que Marta, su mujer, pase horas en su estudio?
–Agradezco esa presencia sobre todo cuando necesito su apoyo. Las mujeres sois más realistas y el ojo de Marta está muy entrenado en arte. Pero también el pintor debe estar solo.
–Además de jugar al tenis, ¿qué hace cuando no pinta?
–Soy un vicioso de la lectura. No pude acabar el bachillerato y el placer de leer cubrió muchas lagunas. Lo que más me gusta leer ahora es el ensayo o la novela histórica. Acabo de releer a Roa Bastos y una biografía de un profesor sajón sobre Ortega. Pero ser pintor o poeta, o incluso religioso, es una actitud. Si dejas de expresarlo, la vida pierde sentido. Sólo pinto.
–¿Dónde le encuentra su familia cuando ha secado los pinceles?
–¡En la cama! La tecnología se me da mal, no meto la cabeza dentro del capó de un coche, ni soy manitas. ¿O quizá no quiero hacerlo?
–¿«Mi mundo pertenece a otra ley»?
–(Risas) Bueno, podría suscribir ese verso de Pessoa.
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