Valladolid
Ágata Lys: «Le debo más a mi talento que a mi cuerpo» por Amilibia
Primero: si habla conmigo, dice, es porque cuando ella empezó, a los 17 años, yo estaba ahí, dando testimonio en los papeles de sus primeros, segundos y terceros pasos, «y eso no se olvida nunca; pero no concedo entrevistas porque no tengo nada que promocionar; vivo alejada de todo eso». Segundo: ha vuelto a llamarse Margarita García San Segundo, «he recuperado mi nombre, mi verdadera identidad, después de casi 40 años interpretando otros personajes; he vivido poco mi propia vida: ahora me toca vivirla». Debutó en el «Un, dos, tres» de Chicho y a las siete semanas ya la estaba llamando el cine, dice que por su físico y su actitud:
–Yo era muy transgresora para la época. Era la chica que brillaba en aquella España gris. Si de joven no eres transgresora y rebelde, ¿cuándo lo vas a ser?
–Fue precoz: la primera palabra que dijo a los seis meses fue «¡coño!».
–Sí, es verdad, y mi madre se sonrojó. Yo lo sé por ella, naturalmente. Dije esa palabra varias veces, o sea, que fue algo así como «¡coño, coño, coño!».
–Recuérdeme cómo vivió la etapa del destape...
–Yo no me desnudaba por dinero, sino por reivindicar la normalidad del desnudo. Así que viví muy bien aquella etapa. Cuando, con 15 años, en Valladolid, me puse un bikini, mi padre estuvo sin hablarme dos meses. Nunca tuve vergüenza de mostrar mi cuerpo y siempre tuve claro que el desnudo no era algo impúdico. Impúdico es robar, mentir, estafar.
Fue un mito erótico y está encantada de haberlo sido, «por eso ahora gozo de una madurez espléndida y puedo envejecer con dignidad: ya hice lo que tenía que hacer de joven». Margarita (Ágata) siempre fue mujer de palabra vehemente y clara. Lo sigue siendo. Se le notan las lecturas y meditaciones que se ha echado a la cabeza de pelo castaño sin una sola cana, la que ya no necesita teñir. Del 72 a 2004 hizo unas 50 películas. Y me dice que salvaría todas, «sí, porque todas forman parte de mi vida».
–Algunas fueron muy buenas –cuenta–, ahí están «Los santos inocentes», «Taxi», «Familia», etc. Otras fueron malas. Pero las salvo todas: en ellas está la España que fue como fue y nuestra juventud.
–O sea, que no se avergüenza de nada...
–De nada. Siempre he sido una mujer que ha llevado la dignidad por bandera. Me iré desnuda de este mundo, como vine, pero con la dignidad intacta.
–¿Le debe más a su cuerpo que a su talento?
–Le debo más a mi talento, que es múltiple. En mí, el físico no ha sido lo más importante, aunque supe sacarle partido. Lo más importante ha sido mi cabeza, mi capacidad para aprender cada día. Sigo aprendiendo.
Fue una Doña Inés rubio platino en el teatro Lope de Vega de su tierra, «entonces yo me atrevía con todo». Se arrepiente de no haberse atrevido más, «pero todavía puedo atreverme con muchas cosas». ¿Por ejemplo? «Quizá debería estudiar Económicas para ser una tertuliana de excepción en la tele, o sea, que hablara sabiendo de lo que hablo». En 2006 y sin decir adiós (ella nunca dirá adiós), se fue a vivir a la Costa del Sol, frente al mar. Quería desconectar.
–Necesitaba tiempo para mí –dice–. Quería desconectar, sí, y vivir, leer todo lo que tenía sin leer, navegar, escribir, estar con Fernando, con quien llevo 30 años. Estoy haciendo todo lo que antes no había hecho gracias a que tenía ahorros. He sabido guardar de 100 por lo menos 80. Nunca tiré el dinero: sabía que lo iba a necesitar para pagar mi libertad. Vivo bien porque tengo pocas necesidades.
–Algunos pensarán que se ha retirado...
–Una actriz de verdad no se retira. Nunca he tenido miedo a que me olviden. Si tuviera miedo al olvido no sería libre. Estoy en la retaguardia, viviendo. Necesitaba un tiempo de silencio y me lo he dado. Si me ofrecen algo interesante, que me haga crecer, lo voy a hacer aunque tenga 80 años. Estoy en la reserva; si vuelvo, bien, y si no vuelvo, pues no pasa nada.
–¿Y qué tal lleva el paso de los años?
–Muy bien. Todos me dicen que estoy guapísima. No tengo estrés, me cuido mucho, soy vegetariana. Bueno, tomo leche y huevos, pero nunca alimentos de animales muertos, nunca carne. Lo hago por solidaridad con los animales. Son mis hermanos.
Dejó el tabaco hace once años después de seis intentos fallidos. «Cuesta más dejar el tabaco que a un hombre». Nunca se aburre. Pinta cuadros surrealistas desde los 15 años, y recuerda que Dalí le enseñó el museo de Figueras mientras le daba caramelos de menta. Ella le mostró un dibujo, él lo rectificó y le preguntó si quería que se lo firmara, y ella –«fíjate qué tonta»– le dijo que no. Vive, me dice, sin el agobio de pretender hacer lo que no ha hecho. Es dueña de su tiempo. Es, por fin, Margarita.
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