Italia
Los últimos de la División Azul
Se cumplen 70 años de la División 250 que luchó junto a los nazis contra el comunismo en Rusia. Fueron 48.000 españoles, murieron más de 5.000 y se estima que ahora quedan 500 supervivientes
Nada nos importa el frío/ tenemos la sangre ardiente,/ si se nos hiela el fusil/ el machete es suficiente/ para que el mundo se entere/ que el soldado español/ sabe morir en la nieve/ y lo mismo que cara al sol». No hay canción que mejor describa lo que fue la División Azul. Los veteranos que sobreviven 70 años después recuerdan varias melodías con las que se entretenían mientras marchaban interminablemente de Polonia a Rusia a luchar, junto con los nazis, contra el comunismo de la URSS. Pero es esa canción la que mejor explica cómo eran los primeros voluntarios que marcharon al frente como quien va a una cruzada. En su mayoría eran falangistas, pero había también seguidores de Calvo Sotelo, carlistas, militantes de organizaciones católicas, y todos eran, principalmente, anticomunistas.
Tras ganar la Guerra Civil, seguían pensando que el comunismo era el demonio. Estaban, y están, orgullosos de ser cómo eran. Representan a la España de la furia, la que considera el valor y el honor como valores inscritos en nuestra genética: «Fuimos a combatir y una vez allí no te echabas para atrás», explica uno de ellos. Si la instrucción tenía que ser de tres meses, el general Muñoz Grandes, que estaba al cargo de la División Azul, decía que eran españoles: que ellos la hacían en dos. Si había que caminar 1.000 kilómetros desde Polonia al frente ruso, se hacía, pese al dolor de los pies y las botas inadecuadas. Si había que helarse en el invierno ruso, sin apenas protección y morir congelado, se moría, como les sucedió a bastantes.
Indisciplinados
Presumían de valor y también de indisciplina, contentos y orgullosos de lo que, piensan, que es la naturaleza española. «Si ves a un soldado que va descamisado, decía Muñoz Grandes, cuando lo veais, saludadle, que es un héroe», cuenta el general Díaz del Río, que fue con los Zapadores. «Hasta el punto que esa indisciplina influyó en la decisión de Hitler de enviarlo al sector Norte del frente (Novgorod), en septiembre de 1941. Pesaban malos informes de la Plana Mayor de Enlace alemana en la División (que si iban con botones de la guerra desabrochados, que si la gorra la llevaban ladeada, que si iban en bicicleta por donde no debían...). En resumen: que se comportaban como lo que eran, latinos, frente a la rigidez germánica, que no lo soportó», explica el historiador Xavier Moreno Juliá, autor del libro «La División Azul. Sangre española en Rusia, 1941-1945» y de «Hitler y Franco. Diplomacia en tiempos de guerra (1936-1945)» de Planeta. Y estaban dispuestos a dejarse la vida en una guerra donde para ellos los nazis no eran los malos.
«Nosotros éramos anticomunistas. No sabíamos lo que era el nazismo, o al menos la gran mayoría. Íbamos a luchar contra el comunismo, a salvar al pueblo ruso», asegura Juan José Sanz Jarque, que ha escrito una trilogía sobre sus experiencia en la División Azul y quizá el veterano con mejor memoria. «Su opción fue la de ir a combatir contra la Unión Soviética, no tanto como parte del engranaje nazi-alemán, sino como realidad española específica, continuadora de nuestra Guerra Civil. (Fue una unidad del Ejército, no del Partido. Tuvo plena autonomía jurídica. Y se da el hecho de que juraron fidelidad a Hitler como jefe de las Fuerzas Armadas en su "lucha contra el comunismo", no como jefe del Partido Nazi)», dice Moreno. «Ellos no vieron al nazismo desde la perspectiva en la que hoy lo vemos nosotros, la de sus crímenes. Para haber visto eso tendrían que haber sido adivinos», añade Carlos Caballero Jurado, autor del libro «Morir en Rusia. La División Azul en la Batalla de Krasny Bor».
Rusia, culpable
El 24 de junio de hace 70 años Serrano Suñer gritó: «¡Rusia es culpable! ¡Culpable de nuestra Guerra Civil!....» y «los jóvenes de aquella época, como los ‘‘indignados'' de ahora», cuenta Juan José Sanz Jarque, sin reparar en que están en las antípodas, «salimos a la calle y nos apuntamos». En el primer viaje, el 13 de julio de 1941 hubo más voluntarios que plazas: se apuntaron 18.104.
Juan Serrano tenía 15 años, una edad con la que no se le permitía marchar al frente. Pero lo hizo con los documentos de su hermano mayor. «Salimos de España con el cariño de la gente, aunque al pasar por Europa, los exiliados españolas a veces nos silbaban y había intercambio de insultos», cuenta Juan José Sanz Jarque. Cuando a Juan Serrano le pillan, ya allí, es repatriado y cuando está en edad de volver, regresa. Los que llegaron los años siguientes, ya no estaban tan convencidos. «Algunos mandos se apuntaron para contraer méritos y ascender (al margen de que realmente creyesen en ello, como efectivamente era).
Algunos, fundamentalmente tropa, que habían hecho la guerra al lado de la República, fueron a Rusia a «limpiar» el pasado (en mayo de 1942 se decretó que cuatro meses de frente ruso o la repatriación por herida generaban la condición de "excombatiente"en el bando nacional). Y ya al final, en 1943, hubo conmutaciones de condena por prestarse a ir a luchar», asegura Xavier Moreno. De 1941 a 1943 fueron unos 47.000 españoles, 5.000 murieron, hubo más de 10.000 heridos y más de 300 fueron hechos prisioneros por los soviéticos.
Ahora se estiman que quedan 500 divisionarios vivos y 70 años después, los supervivientes cuentan su paso por la División Azul como la gran experiencia de su vida. Hay un tono de orgullo en una memoria que confunde la realidad con lo que se ha leído. Sobrevivieron la Guerra Civil, la División Azul (en el caso de Juan Serrano también la Legión Azul, los que se quedaron para seguir luchando con los nazis), pero lo que les está venciendo al final es el paso del tiempo: los dolores de la edad, la respiración costosa, los bastones. Son sus batallitas lo que les preocupa.
El frío terrible
Pero recuerdan al «Orejas», a Muñoz Grandes, y sobre todo la marcha, los 1.000 kilómetros que caminaron hasta llegar al frente, los «pepinos» que mandaban los rusos y cómo ellos aguantaban el frío, mientras los españoles dormían como podían en las trincheras, dos bajo una manta, hasta que llegó material de España. «La realidad es que en el frente se estaba eternamente hambriento. Como al final lo que se libró fue una guerra de trincheras, el hacinamiento en los "búnkeres"de primera línea, durante meses, fue horrible. La nostalgia fue muy fuerte», cuenta el historiador Carlos Caballero. «Cuando llegábamos por la noche a la hoguera, acercábamos pies helados y era eso lo que más dolía, el cambio de temperatura. Se nos quemaba la bota y no había de recambio», explica, con algo de añoranza, el veterano Serrano.
«Lo peor –añade otro veterano– era cuando salías a hacer tus necesidades, fuera, a toda prisa y con las risas de los compañeros que estaban dentro. Lo que salía se quedaba congelado. Tenías que hacerlo y volver sin tiempo para casi nada». Durante la marcha en verano de 1941, apenas tuvieron tiempo para nada más que caminar, descansar y caminar.
En el frente, la vida era distinta según fuese un frente estable o no. En el primero se podía descansar, escribir cartas a sus madrinas de guerra llenas de mentiras sobre lo bien que lo pasaban o, incluso, ir a algún burdel, como cuenta un veterano: «Entrabas, veías a un cabo y te daba tu cartilla, te apuntaba y salía una mano que te daba una ficha. Decían tu nombre, pasabas frente a un cabo y un soldado, que con un foco y un palito y te miraban. Te lavaban, te metían un líquido verde, antes y después, y te daban una tarjeta con el nombre de la chica que había estado contigo. No volví».
El regreso
El ocio apenas existió. Aunque el tiempo haya maquillado los recuerdos de los supervivientes, «la lucha se convirtió en un martirio –explica Xavier Moreno–, con temperaturas por debajo de los veinte grados bajo cero. La recuperación de la primavera y verano de 1942 fue sólo parcial, y el ataque alemán se centró en el sector del frente del Sur, con motivaciones económicas (fundamentalmente, petróleo). Y ya desde 1943 se impuso la defensa al ataque».
Los que sobrevivían eran reemplazados por otros, pero estos ya sabían dónde se metían. Resulta que el Ejército alemán no era tan poderoso y que España estaba cambiando. «Los repatriados lo hacían formando batallones, que fueron objeto de recibimientos multitudinarios, especialmente los primeros. Después, el cambio de signo de la guerra forzó a hacer recibimientos más discretos. Los últimos batallones que regresan en abril de 1944 (con los aliados ya en Italia, etc.) lo hacen casi de tapadillo», explica Carlos Caballero. Juan Serrano, que fue de los últimos, al quedarse con la Legión Azul, reconoce que al volver «ni siquiera me admitieron en el hospital del Ejército, porque consideraban que yo no era militar».
Había que olvidarlos. El nazismo descubría su cara y el franquismo se acercaba a los vencedores de la guerra. Fue en 1954 cuando regresaron los 248 divisionarios y afines prisioneros de los rusos, en el barco Semíramis. Ya pocos los veían como héroes.
Aniversario con libros
La División Azul inunda las librerías. Carlos Caballero Jurado publica en Galland Books: «La División Azul: estructura de una fuerza de combate». La editorial Actas prepara «Caídos en combate de la División Azul», del General Fontenla, «Historia General de la División Azul», de Francisco Torres y «Enfermeras de la División Azul», de Carmen Collado. Además de «Alas de Aguila. La División Azul en Rusia», la segunda parte de la trilogía de Juan José Sanz Jarque, que también tiene listo el tercer libro. Pablo Sagarra publicará «Capellanes en la División Azul: los últimos cruzados». Además, Sagarra sacará otros dos libros: uno junto a Óscar González, de entrevistas con divisionarios y otro de fotografías con Víctor Castillo. Poyato Galán tiene casi listo uno sobre los servicios de sanidad, mientras que Blanco Correidora publicará «Añoranza de guerra, la novela de un viejo soldado de la División Azul».
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