Terrorismo yihadista
El Estado Islámico obtiene 10.000 euros por ejecución
Inmediatamente después de cada ejecución, el Estado Islámico extrae los órganos de los asesinados para venderlos en el «mercado negro».
Los terroristas del Estado Islámico (EI) ofrecen la «felicidad» de vivir en un régimen guiado por la interpretación «exacta» del islam, e incluso ofrecen ayuda económica para que se integren en su organización «buenos musulmanes» procedentes de los más variopintos países, muchos de ellos europeos. Sin embargo, la realidad es bien distinta. Una vez que llegan a territorio del EI, los hombres pasan a integrar los grupos terroristas y las mujeres que llegan solteras se casan obligatoriamente con «soldados islámicos» o se convierten en esclavas sexuales. «Es un viaje sin retorno», o como describe muy simbólicamente la fiscal Dolores Delgado, fiscal coordinadora de Terrorismo Yihadista de la Audiencia Nacional, «la llamada al califato islámico es una llamada al infierno, van a morir, a matar, de donde no pueden retornar. Aquello es un infierno y todos los mensajes que lanzan son mentiras».
Pero para mantener toda esa infraestructura dedicada a matar y causar el terror en la población, los terroristas necesitan contar con una financiación suficiente que les permita tanto costear sus «operaciones» como mantener a las familias que se han desplazado o integrado en el EI. Ahora bien, ¿de dónde obtienen esos terroristas el dinero necesario para ello? Según fuentes de la Fiscalía de la Audiencia Nacional como antiterroristas, son seis las vías con las que obtienen esos ingresos: venta del patrimonio cultural y artístico que previamente han «destruido»; los «recursos naturales», principalmente, la venta del petróleo; las «limosnas» que reciben de sus oponentes religiosos, es decir, de aquellos que mantienen una interpretación coránica muy distinta de la de los suníes; las donaciones de millonarios que quieren ver hecho realidad su «sueño» de un califato islámico; los saqueos, sobre todo a bancos, y la venta de órganos que extraen a los que han asesinado.
Sobre esta última cuestión, las fuentes consultadas por LA RAZÓN coinciden en que los terroristas del EI obtienen un «beneficio» de cada asesinato de unos 10.000 euros. De hecho, las grabaciones que emiten con sus bárbaras ejecuciones duran sólo lo justo para que el mundo entero pueda observar un macabro espectáculo que muestra bien a las claras lo sanguinarios que son quienes las llevan a cabo y quienes las ordenan. A partir de ahí, las imágenes desaparecen. El motivo no es otro que, de forma inmediata, una vez perpetrados los asesinatos, las víctimas son trasladadas a un hospital donde se les extraen los órganos –corazón, pulmones, hígados, etcétera– que, posteriormente, son vendidos a familias pudientes que están a la espera de recibir un trasplante de para cualquiera de sus miembros. De hecho, fuentes antiterroristas señalaron que los yihadistas del Estado Islámico habrían llevado a cabo algunas de esas extracciones en un hospital de Mosul, y, a partir de ahí, se «comercializa» con los órganos en redes especializadas en el tráfico de seres humanos.
Pero ese tráfico de órganos de seres humanos no lo realizan tan sólo con los que ejecutan, sino también se aprovechan de sus «combatientes» que mueren en un enfrentamiento. En esos casos, los muyahidines fallecidos son trasladados también rápidamente a un centro donde médicos contratados realizan esas operaciones de extracción de órganos. A partir de ahí, el procedimiento es similar.
En lo que se refiere al patrimonio cultural y arqueológico (hay unos 20.000 yacimientos) que han destruido en Siria e Irak, muchas de las piezas no fueron demolidas en su totalidad. En este caso, sucede algo parecido a las ejecuciones. Así, los terroristas sólo difunden el inicio de esas destrucciones, que justifican porque se trata de representación de «dioses», lo que no se puede permitir en un verdadero e íntegro Estado Islámico.
Piezas en sacos numerados
Una vez que ya no se graba nada, se recoge lo destruido, que es una parte mínima de la escultura, imagen, etcétera, y se introduce en un saco numerado, mientras que el resto se oculta igualmente en otros sacos numerados, para que, de esa forma, no existan dudas de las «correspondencias» de las distintas partes. Después, según las fuentes consultadas por este periódico, se produce una especie de «oferta» de ese patrimonio en círculos donde los terroristas conocen que existe interés en adquirirlas, y, finalmente, las venden al mejor postor.
De hecho, la Unesco estima que el valor de mercado de las piezas vendidas podría superar los 10.000 millones de dólares (unos 9.200 millones de euros), aunque el precio que finalmente ha obtenido el EI ha sido sustancialmente menor. De esta forma, se ve el cinismo en ese terrorismo, donde bajo el lema de «destruir los ídolos de los infieles», lo que se busca fundamentalmente es lograr una buena financiación para sus planes de instaurar un califico islámico, aunque para ello no tengan el menos escrúpulo de asesinar o saquear. El destino de esas piezas arqueológicas han sido, principalmente, colecciones de Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania, Bélgica y Japón, por ese orden.
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