Estados Unidos
Así sería EE UU con un «antisistema» en la Casa Blanca
El multimillonario Trump expulsará a millones de mexicanos, sellará una alianza con Putin y mimará a la castigada clase media
La revolución de las primarias ha situado a dos «outsiders», dos forajidos de la partitocracia, en primera línea. Ambos han barrido a sus oponentes en Nuevo Hampshire y afrontan con multiplicada esperanza las próximas citas electorales. Nevada y Carolina del Sur brillan con potencia fluorescente en sus agendas. El llamado «supermartes», el próximo 1 de marzo, dilucidará el número de votos en otros 14 Estados. Es muy posible que ambos pierdan resuello, bien por inexperiencia, bien por el ataque combinado de sus oponentes, o bien porque el electorado decide que ya vale de experimentos con la quiminova política, y no alcancen la convenciones republicana y demócrata con posibilidades de hacerse con la candidatura. O bien podrían hacer buenos los pronósticos más locos y combatir, cara a cara, por la Casa Blanca. Pero, ¿cómo sería un EE UU gobernado por cualquier de ellos?
La América de Trump-De cómo el magnate promete regresar a los dorados años 50
Donald Trump acaudilla a las masas bajo un revuelo de tuits incendiarios, incorrección política, salidas de tono y grandes aspavientos. También mediante la invocación de un pasado legendario, el del EE UU posterior a la II Guerra Mundial. Una etapa de grandes coches, gasolina barata, trabajos bien pagados y confianza en el futuro, algo que sus partidarios, clase trabajadora y blanca –en franco retroceso–, contempla con idealizada nostalgia. Destacan sus promesas de levantar un muro de más de 3.000 kilómetros en la frontera con México. Ya hay uno, de 1.000 kilómetros, pero no es suficiente. La suya será una construcción ciclópea. Estrangulará, dice, el flujo de inmigrantes ilegales. Los costes correrán a cargo de México.
También promete enviar de vuelta a once millones de indocumentados, miles al día, en una operación que requeriría una inversión multimillonaria. Por no hablar de las pérdidas económicas que la medida generaría en sectores como la construcción, la hostelería o la agricultura, principales empleadores de los inmigrantes sin papeles. Eso sí, tiene razón al detectar asombrosas ineficiencias en el sistema que controla la llegada de inmigrantes a EE UU por vías convencionales, esto es, previo paso por las ventanillas de inmigración. Huelga decir que Trump considera lamentable el «Obamacare», que procederá a laminar no bien alcance la Presidencia. En el campo económico nadie sabe cómo logrará convencer a China para que no devalúe su moneda o falsee las cuentas de resultados, o cómo revertirá el flujo de capitales y la imparable deslocalización de empresas. Si está clara su intención de dar vía libre a la perforación del Ártico en busca de gas y petróleo.
El multimillonario, no sin antes acusar a los actuales dirigentes de «vagos, inútiles e imbéciles» (lo ha repetido tantas veces, con añadidos que van de «ineptos» a «blandos» e «idiotas», que ya parece un mantra), alardea de que persuadirá a Putin para que deponga su actitud en Siria y acepte negociar una salida honorable al conflicto en Ucrania. De paso boicoteará el Acuerdo de Asociación Transpacífico. Sin olvidar que pretende renegociar el pacto alcanzado por la comunidad internacional para el desarme nuclear de Irán.
La América de Sanders- El socialista democrático o la herejía norteamericana
Que alguien admita que está a favor del aborto y del matrimonio homosexual y el control de las armas (aunque con matices, a los subfusiles de asalto) parece la mejor carta de presentación en Brooklyn y San Francisco. No tanto en Alabama, Texas o Arizona. Pues bien, Bernie Sanders, judío, descendiente de víctimas del Holocausto, en política desde principios de los ochenta, senador independiente durante años y cantante ocasional (de folk en la escuela de Woody Guthrie, claro), amenaza lo que todos creyeron que sería un paseo militar para Hillary Clinton. Que continúa siendo la favorita, encuestas mediante, pero con Sanders más cerca de lo que nunca imaginó. Un vistazo al programa de Sanders permite concluir que su modelo de Estado está más cerca de Canadá, o de la cuasi legendaria Dinamarca, que de la tradición libertaria de EE UU. Promete crear un sistema de sanidad gratuito y universal. Para costearlo necesitará subir los impuestos, sobre todo, a las rentas más altas, aunque todos los estadounidenses tendrían que cooperar. Hablamos de un coste para la próxima década que el «Wall Street Journal» cifra en 15 billones de dólares. En un intento de emular el New Deal, y convencido de que las infraestructuras públicas de EE UU se encuentran en un estado de conservación alarmante, pretende impulsar planes masivos de contratación pública. Firme defensor de las energías alternativas y la lucha contra el cambio climático, Sanders promete multiplicar las inversiones y los empleos. Al igual que Trump, Sanders cree que la globalización y la facilidad con la que las empresas deslocalizan activos y saltan a otros países perjudica a la clase trabajadora de EE UU. En lo que parece más una declaración de intenciones que un programa creíble, se compromete a revertir la situación.
El cómo hacerlo ya queda relegado al líquido territorio de las adivinaciones. Quiere que los banco vean parcelado su tamaño para que su hipotética caída no embargue al país, y por supuesto fiscalizar con impuestos más altos tanto las transacciones financieras como los beneficios de las rentas más altas. Lógicamente, se muestra partidario de acabar con el acuerdo Transpacífico, del que ha sido un crítico furibundo.
No sabemos cómo pretende reformar el sistema migratorio, más allá de las vistosas declaraciones de intenciones, ni cómo convencería a los republicanos en el Congreso para alcanzar un pacto de mínimos. Eso sí, abundan en sus discursos las referencias a una suerte de pecado original, que oscila entre la globalización, la guerra contra las drogas, etc., que habría que solucionar. Imaginamos que poniendo orden e impulsando las economías al sur del Río Grande y alcanzar la Patagonia.
En el plano internacional Sanders promete enfatizar el multilateralismo y hacer de la diplomacia la primera y más importante arma de Estados Unidos, pero no descarta intervenir militarmente allí donde sea necesario, bien que adobando esto último con las prevenciones habituales. En suma, un programa de nítida raigambre socialdemócrata, con toques ora anticapitalistas ora europeístas, que enfatiza el papel del Estado y dispara los costes, de muy dudoso encaje en la idiosincrasia estadounidense.
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