José María Marco
El terror se cuela en las urnas
Sólo en estos días de Navidad, el terrorismo se ha cobrado la vida de 39 personas en Estambul, otras 30 en Irak y otras 85 en Yemen. En la Unión Europea, las Navidades no han resultado trágicas. Se lo debemos a la eficacia en la lucha antiterrorista de los servicios de orden público y de inteligencia –en particular aquí, en España,– así como al reforzamiento de las medidas de seguridad ante las nuevas formas de ataque del yihadismo. Esta victoria, más que relevante (en la lucha antiterrorista las victorias se cuentan así, por días y por semanas) no puede hacer olvidar lo ocurrido el año pasado en Berlín, en Niza y en Orlando (Florida).
La renovada ola de ataques coincide con un debilitamiento del Estado Islámico en la guerra de Siria y en Irak: los atentados permiten compensar la pérdida de territorio y de recursos. Como resulta verosímil que prosigan las derrotas del EI, son de esperar más atentados. La oleada de ataques coincide, además, con un retranqueamiento de las democracias desarrolladas. A pesar de estar dispuestas a prestar su apoyo a los gobiernos legales y a sus Fuerzas de Seguridad, la decisión política de no intervenir militarmente en las zonas de conflicto no tiene, por ahora, vuelta de hoja. Además, los atentados se han venido produciendo en zonas tradicionalmente castigadas por el terror, pero también en un país, como Turquía, con una posición estratégica y una política errática ante el conflicto en la vecina Siria, y un país con una relación especialmente delicada con la Unión Europea. Finalmente, no hay que olvidar el telón de fondo permanente, que es el choque abierto entre suníes y chiíes o, en términos más estrictamente políticos, entre Irak y Arabia Saudí, con sus respectivos satélites, por el control del Gran Oriente Medio y, más allá, el alma misma del islam.
Ante un enfrentamiento en el que cualquier violencia es admisible y la brutalidad y la crueldad no conocen más límites que las de la imaginación del ser humano, es lógico que los europeos se sientan amenazados. La guerra se está desarrollando fuera de las fronteras de la UE, pero también dentro, lo que pone en peligro las vidas de ciudadanos de nuestros países. Dada la índole de los ataques, casi siempre en lugares con alta concentración de personas, y como a los europeos nos resulta incomprensible la idea de una guerra de religión, los ataques tienen a ser comprendidos como un ataque directo a nuestra forma de vida, a nuestros valores, a nuestra civilización. Y eso por mucho que el EI esté muy muy lejos de ser un movimiento «arcaico»y participa de una radical modernidad.
Hay que añadir las secuelas de la crisis económica y los profundos cambios que están ocurriendo, con una repercusión inmediata en la sensación de inseguridad y en lo que es vivido como una erosión permanente de los principios que hasta hace bien poco tiempo constituían el fundamento mismo de nuestras sociedades occidentales. Se entiende que una parte de los europeos se sientan atraídos por los movimientos políticos que les prometen seguridad, el retorno a una cierta homogeneidad social y cultural. Hasta el momento, estas propuestas han sido enarboladas en exclusiva por partidos nacional-populistas, no todos recientes, como es el caso del Frente Nacional francés. El resultado es que la amenaza yihadista ha pasado a formar parte de los procesos electorales europeos y tiene capacidad de influencia en la vida política de nuestros países.
En España, ya tenemos experiencia de esta realidad. Sin embargo, y a diferencia de lo que ocurrió aquí el 11-M, el yihadismo no quiere castigar a quienes han intervenido en el gran conflicto que sacude al islam, ni propiciar una retirada. Lo que el yihadismo parece estar buscando es tensar la situación más y más, hasta crear un estado de ánimo en la opinión pública que precipite medidas de discriminación o segregación contra los europeos musulmanes o contra los refugiados acogidos en la UE en cumplimiento de los mandatos del Derecho Internacional y del principio de dignidad humana. En el punto límite, lo que se está buscando es una nueva intervención de las democracias occidentales, lo que llevaría a una nueva fase el reclutamiento y la radicalización de posibles combatientes aquí y en los países musulmanes. El ejemplo es lo ocurrido después del 11-S, en particular en Irak. Una nueva espiral de violencia.
La tentación nacional populista viene atizada por una maniobra de provocación. También aprovecha elementos de nuestra propia situación cultural, económica y social que merecerían una consideración más seria por parte de los gobiernos. Los valores cívicos que son los nuestros están enraizados en principios y formas de vida que no deberían ser abandonados por aquellos a los que se ha confiado su transmisión. La responsabilidad que los gobiernos democráticos están asumiendo con esta dejación es gigantesca.
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