
Alianza estratégica
Modi desafía el cerco occidental y convierte a Putin en símbolo de soberanía
Rusia e India se colocan, juntos, en la trinchera de quienes rechazan que la legitimidad internacional emane sólo de las instituciones controladas por Occidente
Vladimir Putin llegó a Nueva Delhi arropado por un dispositivo que no admite dobles lecturas, con alfombra roja, guardia de honor, ministros alineados, cumbre al máximo nivel y una escenografía calculada para transmitir una lección al sistema internacional. Narendra Modi ha decidido con quién se sienta, aunque ese interlocutor cargue con una orden de detención internacional. Invitó al presidente ruso, lo recibió con todos los honores de Estado y proyectó la imagen de una capital que se niega a aceptar vetos ajenos. La visita, la primera de Putin desde la invasión de Ucrania en 2022, supuso una declaración de autoridad estratégica. Delhi exhibe así su facultad soberana de diseño de alianzas, frente a tribunales, sanciones y campañas de presión coordinadas.
India escucha, pero no obedece
Ahora, la doctrina india es de autonomía estratégica, no de alineamiento subordinado. No se entrega a Washington, ni se arrodilla ante Bruselas o se supedita a Pekín. Dialoga con todos, y no se alinea con ninguno. Se sienta en el QUAD con Estados Unidos, Australia y Japón, preside el BRICS, participa en la Organización de Cooperación de Shanghái, y mantiene voz propia en el G20. Modi lo formula con precisión, asegurando que no es neutral y que está “del lado de la paz”. Desde esa premisa, se arroga el derecho a hablar con Kiev, recibir a Putin, comerciar con Moscú y aspirar a un papel mediador. La neutralidad moral se rechaza, la independencia de juicio se reivindica. La paz, sí, pero la tutela no, bajo ningún concepto.
Putin, por su parte, bendijo este viernes esa posición y la utilizó. Presentó el vínculo con Modi como una combinación de trato profesional y entendimiento personal, fundamentado en décadas de cooperación. Destacó además un punto que resuena en la memoria histórica apuntando a que India ya no es la colonia que se administraba desde otra capital, es un polo autónomo que exige trato de igual a igual, y lo hace valer.
Washington presiona, Modi responde con escenas poderosas
Paralelamente, Estados Unidos ha dejado de disimular. La nueva Administración Trump ha transformado el petróleo ruso que compra India en arma política y comercial. Los aranceles del 50% sobre exportaciones indias clave, justificados por la “connivencia” con Moscú, son un intento directo de disciplinar a Delhi. Así pues, la respuesta india no ha llegado en un comunicado, sino en la imagen de Putin, recibido con protocolo de aliado estratégico en la explanada presidencial.
La señal es transparente para cualquier cancillería, no aceptan instrucciones sobre su matriz energética. Antes de la guerra, Rusia apenas representaba un 2% del crudo importado; hoy aporta entre un tercio y el 40%. Ese salto es una decisión de Estado, con decenas de miles de millones de dólares en ahorros y capacidad de maniobra en plena turbulencia global.
Ante el endurecimiento de sanciones secundarias estadounidenses y futuras restricciones europeas, Delhi no lamenta, se adelanta. Las grandes refinerías reordenan flujos, segmentan mercados, desvían cargamentos, refinan para uso interno con crudo ruso y reservan otras mezclas para Europa. Con todo, el mensaje es doble, Modi no violará abiertamente las normas que no le convienen, pero aprovechará cada resquicio legal para defender su seguridad energética.
Europa moraliza, Delhi corrige
A la incomodidad de Washington se suma la impaciencia europea. Los embajadores de Francia, Alemania y Reino Unido optaron por una tribuna conjunta en la prensa india para instar a Modi a tomar distancia de Putin. Nueva Delhi respondió con dureza inusual, apuntando a este gesto como “inhabitual” y “diplomáticamente inaceptable”. Un aviso a las capitales europeas de que India no tolerará sermones públicos.
El contraataque se sustenta en memoria histórica y realismo. India recuerda Irak, Afganistán, Libia. Recuerda quién invadió, quién bombardeó, quién impuso bloqueos. La credibilidad moral de quienes hoy exigen pureza estratégica se ve, al menos, erosionada. Y una opinión pública crecientemente nacionalista en esta nación espalda ese pulso.
Una alianza útil, ya no cómoda
La relación bilateral es asimétrica pero funcional. India exporta poco —farmacéuticos, productos agrícolas, algunos bienes manufacturados— e importa mucho entre hidrocarburos, fertilizantes, sistemas de armamento o componentes estratégicos. Moscú promete reequilibrar parcialmente la balanza con mayores compras, proyectos nucleares conjuntos y apertura selectiva de su mercado laboral a perfiles cualificados indios, en un contexto de escasez de mano de obra rusa.
Pero la alianza ya no es un refugio, es una herramienta que se utiliza con cautela. La cercanía creciente entre Moscú y Pekín inquieta a Delhi, que ve cómo su viejo proveedor de armas entra en una simetría cada vez más estrecha con su primer rival estratégico. La interlocución estable de Rusia con Pakistán, sumada a su neutralidad en episodios delicados relativos al terrorismo en Cachemira, disipa definitivamente la nostalgia de un socio incondicional.
Delhi ha tomado nota. Ya no están dispuestos a depender críticamente de un solo abastecedor de defensa. En la última década, el peso de Rusia en las importaciones militares indias se ha desplomado del 72% al 36%. La invasión de Ucrania expuso fallos de logística, retrasos dolorosos en las entregas y vulnerabilidades tecnológicas. Sin embargo, al mismo tiempo, la visita de Putin se acompaña de un movimiento inesperado: la compra de cinco nuevos regimientos adicionales del sistema S-400, tras su desempeño probado frente a drones y misiles paquistaníes. No es una contradicción, es una transición. Están exprimiendo al máximo lo que les sigue siendo útil de Rusia mientras aceleran, en paralelo, su propia autonomía defensiva.
Sudarshan Chakra, el escudo que no acepta tutores
El verdadero golpe estratégico de esta secuencia no está en el petróleo ni en los S-400. Está en el anuncio del Sudarshan Chakra Mission, el proyecto central de Modi para erigir un escudo nacional de defensa antiaérea y antimisilística diseñado y fabricado íntegramente en India.
La ambición es un sistema comparable, en eficacia, al Iron Dome israelí, pero con firma, ingeniería y propiedad india. Protección de ciudades, infraestructuras críticas, nodos industriales y enclaves simbólicos. Integración de radares, interceptores, mando y control bajo arquitectura propia. El Plazo es 2035, y la condición es que la investigación, desarrollo y producción sea en suelo indio.
El mensaje diplomático que envía este programa es claro para amigos y adversarios: India respetará contratos, honrará alianzas operativas, pero su horizonte no es seguir comprando eternamente, sino emanciparse de cualquier dependencia que pueda convertirse en palanca de chantaje.
Gandhi, Tolstói y la batalla del relato
La cumbre no se juega solo en cifras comerciales y acuerdos de defensa. También se libra en el terreno de la narrativa. Modi entregó a Putin una traducción rusa del Bhagavad Gita, uno de los textos fundacionales del pensamiento hindú. Al hacerlo, envuelve la relación en un barniz civilizatorio de dos tradiciones históricas, dos memorias largas, dos Estados que se conciben como civilizaciones en diálogo.
Putin respondió depositando una nota en el memorial de Mahatma Gandhi, al que define como “fundador del Estado indio, filósofo y humanista”, y lo presentó como precursor de un orden multipolar “más justo”, libre de dictados y hegemonías. Invocó su correspondencia con Tolstói para hilvanar una genealogía que conecta la resistencia anticolonial con la exigencia actual de un sistema internacional más equilibrado.
Con este discurso de poder, Rusia e India se colocan, juntos, en la trinchera de quienes rechazan que la legitimidad internacional emane sólo de las instituciones controladas por Occidente. Reivindican foros alternativos, reglas revisadas, voces adicionales en la mesa donde se toman decisiones globales.
India ya no puede agradar a todos
La ecuación que ha gobernado hasta ahora la política exterior india era delicada, pero funcional: cooperar con Estados Unidos y sus socios en el Indo-Pacífico para contener a China; comprar energía descontada a Rusia para abaratar el desarrollo interno; y seducir a Europa para atraer capital, tecnología y acceso a mercado. Esa fórmula se resquebraja.
La UE sanciona a empresas indias vinculadas a esquemas de reexportación de productos rusos. Washington escruta cada movimiento financiero entre Delhi y Moscú, convierte el petróleo en superficie de choque y amenaza con ampliar sanciones secundarias. China, mientras tanto, profundiza su eje estratégico con el Kremlin y mantiene una frontera en tensión permanente con India.
En este contexto, Modi ha optado por abandonar el terreno cómodo de la ambigüedad. Apuesta por una línea de máxima claridad. Estará donde estén sus intereses, no donde le indiquen que debe estar. Cooperará con Estados Unidos en infraestructuras, tecnología y defensa en el Indo-Pacífico, sin renunciar por ello a contratos energéticos con Rusia. Buscará inversiones europeas, pero rechazará injerencias públicas. Se sentará con Putin, aunque eso incomode a la OTAN.
Delhi marca la línea roja
India ya no se presenta como “la mayor democracia del mundo” en busca de aprobación, sino como una potencia en ascenso que define, sin complejos, su propio perímetro de soberanía.En diplomacia, las palabras importan, pero las imágenes pesan más. Un presidente ruso con orden de arresto, recibido con honores militares, abrazado por un primer ministro que declara abiertamente que no es neutral, que está del lado de la paz, pero no del lado de ningún bloque. Un programa de defensa nacional que apunta a la autonomía plena. Una respuesta frontal a los intentos de presión pública de Europa. Un desafío directo a los aranceles punitivos de Estados Unidos.
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