México
«Narcojúnior»: cuando todos quieren ser «El Chapo Guzmán»
Los hijos de los capos ya no llevan bigote ni sombrero. Prefieren deportivos y la ostentación en las redes sociales
Fajos de dólares, armas con empuñadura de oro, coches de marcas como Ferrari o Lamborghini y mujeres esculturales son algunos de los lujos de los que presumía Iván Archivaldo Guzmán, el hijo mayor del Chapo Guzmán, de 31 años, en las redes sociales. También lo hacía su hermano Alfredo y el hijo del otro peso pesado del cártel de Sinaloa, Ismael, «El Mayo» Zambada. Serafín Zambada, quien fue detenido el año pasado por la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA por sus siglas en inglés) presumía incluso de los animales exóticos que poseía.
Esta ostentación no es nueva entre los narcos, va a conjunto con los mausoleos de 700.000 euros que llegan a hacer a sus muertos. Lo que es nuevo es el estilo. Los «narcojúniors», como se les llama a esta nueva generación de jefes del cártel, cuyo único mérito para haber escalado en la estructura es ser los herederos de los jefes importantes, han crecido en un mundo de lujo. Mientras «El Chapo» o «El Mayo» Zambada crecieron como campesinos, sus hijos estudiaron en escuelas privadas, viajan al extranjero de vacaciones y tienen gustos elitistas. Con ellos se diluye la imagen del narco tradicional como un campesino fornido, bigotudo, con sombrero, botas de ranchero y rifle. Los «narcojúniors» visten trajes de marca, se dedican a lavar el dinero a través de empresas fantasma y llevan una vida de lujos y exceso que exponen, como parte de la generación 2.0., en las redes sociales.
En Culiacán, además, el fenómeno se extiende a otros niños de papá, que copian las modas. En 2008 eran los lujosos todoterrenos Hummer el coche codiciado por los «narcojuniors», y el concesionario de esa marca en Culiacán se convirtió en el que más coches vendió en el mundo. Sus mujeres son físicamente espectaculares. No dudan desde la adolescencia en pasar por el cirujano para conseguir una cintura de avispa, un trasero más respingón y abombado o una nariz más fina que atraiga a un buen partido que las mantenga, aunque su dinero sea ilícito. El propio «Chapo» Guzmán está casado con una reina de belleza 30 años más joven que él.
«Aquí es la cultura de la vanidad sumada al machismo exacerbado. Las mujeres se ‘‘súper’’ arreglan para buscar a un narco que las ayude a escalar en la sociedad, aun y cuando la puedan matar, y ellos saben que con dinero pueden tener a la mujer que quieran», explica Tomás Guevara, psicólogo social que dirige el Observatorio de la Violencia de la Universidad Autónoma de Sinaloa.
Pasear por un centro comercial «culichi» es ver un desfile de silicona. Y dicen que ya las niñas lo piden de regalo para sus 15 años, muy festejados en México entre las mujeres porque significa su entrada en la vida adulta.
Debajo del «narcojunior» está el «buchón», como se les comenzó a llamar a los trabajadores del cártel porque no sabían pedir bien el whisky Buchanan’s. Los «Buchones» no son jóvenes con estudios, pero sí manejan mucho dinero pues trabajan de pistoleros, escoltas o «orejas» del cártel. Visten vaqueros y camisetas polo y han cambiado el sombrero y las botas por la gorra y las zapatillas chillonas. Suben y bajan a menudo a la sierra, por lo que usan vehículos todoterreno. Antes eran quads, ahora los RZR, unos vehículos de ruedas muy altas para ir incluso por el desierto y abiertos, perfectos para presumir o «lucir rostro», como le dicen aquí, en las altas temperaturas sinaloenses. Sus mujeres no se quedan atrás. En el centro de Culiacán hay numerosas tiendas de su estilo y estéticas donde ponen extensiones de pelo y uñas postizas de miles de colores e incrustaciones. El largo del cabello medio de la mujer de los narcos es de 22 centímetros por debajo de los hombros. Y las uñas, cuanto más largas y llamativas mejor.
«Lo que quieren las muchachas es llamar mucho la atención: zapatos muy altos, pedrería, y entre más brille mejor», explica la dependienta de una de las tiendas del centro, con vestidos que se pegan al cuerpo, escotes sinuosos y faldas minúsculas. Una «buchona» se puede gastar cerca de 600 euros en arreglarse para una salida nocturna entre peluquería, uñas e indumentaria.
«En los 80 cambió la distribución de la población, la gente de los poblados más marginados que se dedicaban a la siembra huyó hacia la ciudad ante el cerco de la «operación cóndor». Sus hijos crecieron en la metrópoli sin cultura y sin la relación y el arraigo con la naturaleza, sólo con la cultura machista y violenta que ahora vemos en
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