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Jose María Marco: «El nacionalismo, a diferencia de la nación, odia el pluralismo»
El escritor analiza en un ensayo la tensa relación que los españoles mantienen con España y con los símbolos que la representan.
«Sueño y destrucción de España. Los nacionalistas españoles (1898-2015)» (Planeta) es el nuevo libro de José María Marco, profesor, historiador y analista político de LA RAZÓN, que será presentado hoy en la Casa de Fieras de El Retiro. Con él trata de responder a unas preguntas fundamentales: «¿por qué a los españoles les resulta tan difícil hablar de su nacionalidad? ¿Por qué seguimos con dudas y complejos a la hora de hablar de España o exhibir nuestros símbolos nacionales?». Una profunda reflexión sobre la historia del nacionalismo desde finales de siglo XX hasta la actualidad, que comienza por definir sus términos. Para Marco, no es lo mismo nacionalismo que nación: «El nacionalismo es un movimiento ideológico y político encaminado a construir una nación basada en la identidad (de religión, ideología o bien étnica o cultural) y la nación es una comunidad de ciudadanos unidos por un vínculo político: sus derechos y deberes. Mientras que la nación es plural, el nacionalismo odia el pluralismo y quiere acabar con la nación. Nace a finales del siglo XIX, a consecuencia de una crisis gigantesca de la conciencia y la cultura europeas. Los españoles tenemos dificultades para hablar de nacionalidad porque nos han inculcado que nuestra nación es un fracaso. Nos han lavado el cerebro desde principios del siglo XX».
El libro comienza con el regeneracionismo, «que es el nombre que damos al nacionalismo español, que quedó desacreditado con Franco. Él fue regeneracionista, como Primo de Rivera y la Segunda República». Pero ¿todos los nacionalismos son iguales? Para Marco, «sí, todos responden a la misma pulsión destructiva en contra del pluralismo, la racionalidad, la confianza en el individuo y la libertad. Son cosas que los nacionalistas detestan y que quieren ver desaparecer de la tierra. Para eso construyen su nación nacionalista». Actualmente, «en España seguimos inmersos en un –interminable– proceso de construcción nacional porque las élites se niegan a asumir su nacionalidad y ciudadanía de españoles. Siguen viviendo, muchas veces muy bien, del supuesto fracaso de España como nación, y se resisten a aceptar el hecho nacional con todas sus consecuencias: pluralismo, tolerancia, alternancia democrática, diálogo. Tenemos que ser españoles como estas minorías quieren que seamos. No admiten que cada uno sea español a su manera. En esto hemos retrocedido con respecto a la Transición». Para Marco, la idea de nación en España no está fracasada. «Al contrario, es un éxito extraordinario. Cualquiera que haya conocido la España de los 70 y la actual, y conozca otros países, sabe hasta qué punto es cierto. Si se quiere, hay tantas Españas como españoles y luego, una España resumida políticamente en la comunidad que permite que vivamos juntos».
Viejas disputas
Pero todos no entendemos igual el nacionalismo español. «Los socialistas no han superado la fase marxista, según la cual la nación es una mixtificación burguesa diseñada para explotar a la clase trabajadora, o a lo que la sustituya. Como tienen una visión negativa de la nación, pueden utilizar, más o menos cínicamente, la argumentación nacionalista contra la nación española». Para el autor, «el regeneracionismo ha tenido una influencia inmensa en la reciente historia de España y sigue teniéndola. Las élites españolas repiten los argumentos regeneracionistas contra la nación. Hoy se vuelve a hablar de “regeneración”, “corrupción”, “bipartidismo”, descrédito de la política, “España real” y de “España oficial”, de “casta”. Y cuando hay una crisis, vuelven a pensarla como una crisis constitucional, esencial. Nunca parten de la realidad consolidada de la nación –la Monarquía parlamentaria, la democracia liberal, el Estado autonómico o federal– para seguir avanzando. Parece que estuviéramos en 1914. Se vuelve una y otra vez a lo mismo. Es la historia de una neurosis, muy bien aprovechada, eso sí».
¿Fue la Transición una oportunidad perdida? «No. Quienes hicieron la Transición llegaron hasta donde pudieron y sentaron las bases de la nación política constitucional. Se trataba de argumentar esa nación, dotarla de contenido, enseñar su historia y su evolución, convertirla en el valor que está en la base de nuestra convivencia. Y ahí es donde se eligió como fundamento el argumento regeneracionista y noventayochista, es decir, antinacional. Confundimos nación con nacionalismo». En cuanto a la deriva independentista de Cataluña, «hemos llegado al final de un ciclo en el que la convivencia entre españoles requiere que se haga visible el fondo, muchas veces oculto, por no decir censurado, que nos une a todos: España y la nación constitucional. El nacionalismo, como hemos comprobado, no se contrarresta con el discurso antinacional del nacionalismo. Se contrarresta explicando la naturaleza de la nación y la forma en la que la nación es la base de la convivencia pluralista y en libertad». Y concluye: «Vivimos en una democracia sin nación, hemos intentado crear un sistema original, que es una democracia sin base nacional que la sustente. Y no parece que sea la mejor solución».
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