Sevilla
La ruina que vuelve loco a Jesús Quintero
Arruinado y a punto de ser embargado por impagos, el presentador vaga por las calles de Sevilla, donde los que alguna vez fueron sus empleados lo llaman «un profesional del impago», pues se trata de la enésima vez que sufre dificultades económicas por su errática gestión en los distintos negocios en los que se ha embarcado
Disfrazado de la cabeza a los pies como su personaje, a Jesús Quintero se le puede ver vagando por las calles de su barrio del centro de Sevilla, más taciturno de lo habitual
Disfrazado de la cabeza a los pies como su personaje, a Jesús Quintero se le puede ver vagando por las calles de su barrio del centro de Sevilla, más taciturno de lo habitual. A medio camino entre la indumentaria de explorador y la de un dandi sin contexto, Quintero es más que nunca un pisto de los invitados que han respondido a sus entrevistas: actor, estrafalario, político, saltimbanqui, celebridad de la prensa rosa, deportista o presidiario, un maremágnum de identidades con el que quizá prefiera ocultar quién es realmente, si es que esa posibilidad existió acaso alguna vez. Lo único cierto que ronda su cabeza en estos días, detrás de unas gafas de sol que cubren prácticamente toda su cara, es que vuelve a estar arruinado. En esta ocasión, sin embargo, todo hace indicar que se trata de una ruina diferente.
En la calle Placentines era propietario de un edificio entero, en cuyo ático con vistas de ensueño a la Giralda instaló, en los noventa, los estudios de Radio América, una de sus muchas aventuras empresariales fallidas. Hoy sólo conserva en él su residencia, pero de su garaje hace meses que no asoma el Bentley descapotable, espectacularmente pintado de naranja flúor, en el que le gustaba pavonearse por el intrincado casco histórico sevillano. En los bajos apostó por un negocio de hostelería que jamás despegó, al tiempo que quebraba el bonito café modernista Montpensier, que abrió en el jardín de invierno del palacio que la familia Orleans disfrutaba frente al Parque de María Luisa. Un empleado suyo, buen conocedor de sus cuentas de aquel periodo, lo califica como «un profesional del impago. Todo lo que le sobra de talento como comunicador, le falta de formalidad como empresario».
Insignia de la cultura
No es Quintero un tipo normal. Así lo afirman quienes lo han frecuentado, ya sea el compañero de correrías, el asalariado en sus empresas –históricamente agobiado por la amenaza del impago, a menudo plasmada– o el allegado de mayor o menor proximidad. Todos aseguran que «no está pasándolo bien», algo que salta a la vista, pero son pocos los que se demoran en el detalle. Considerado y protegido como «insignia de la cultura andaluza», el orbe artístico anda concernido por el presente del comunicador de San Juan del Puerto (Huelva), a quien puede vérsele hormiguear nocturnamente frente a los grandes escaparates de las tiendas cerradas a la hora en la que ya solamente vivaquean el saxofonista que recuerda a Chet Baker o el violinista que afina el «Himno de la alegría», la ironía más reciente. «No voy a participar en el derribo de alguien tan respetado», dice un empresario sin embargo perjudicado por las malas praxis del periodista, protegido por una especie de omertà.
A su actual estado de ruina, la enésima en su trayectoria, no sólo ha contribuido su condición de manirroto, que también, sino su errática gestión en los negocios en los que se ha embarcado. El último, quizá el más sonado, fue la puesta en marcha del Teatro Quintero, ubicado en el que fue durante décadas, desde 1926, el cine Pathé. En la calle Cuna, detrás del penal donde Miguel de Cervantes pensó «El Quijote», el Teatro Quintero nació con el propósito de convertirse en un referente cultural, aunque esa referencia ha ido declinando desde su nacimiento, en 2010, cuya inauguración corrió a cargo de la compañía gaditana Chirigóticas: «La maleta de los nervios», representaron. Toda una declaración de intenciones.
Leo Bassi y Woody Allen
Por el Teatro Quintero, transformado eventualmente en el plató desde donde grababa sus últimas funciones televisivas, han pasado en estos seis años artistas de lo más variopinto: desde Pedro Ruiz a Juan Tamariz, desde Arturo Fernández a Leo Bassi, de Arcángel a Falete, tratando además asuntos que han virado desde el adulterio de Woody Allen a la «Utopía» de Tomás Moro... Un producto para todos los públicos con el que alimentar su frenético tren de vida, ese monstruo que nunca duerme. Ésa ha sido su dedicación en estos últimos tiempos de hastío catódico, a la que ha trasladado esa suerte de esquizofrenia de caracteres –loco de la colina, perro verde, vagamundo o ratón colorao– a la platea del teatro, la obra de su vida. El resultado, pese al generoso rescate al que se avinieron empresarios de gran prestigio, ha sido una deuda lampante a la que no puede hacer frente ni con la garantía de sus diversas residencias en las provincias de Sevilla, Huelva y Cádiz.
Desde pequeño Quintero quiso ser actor. De lo que no está tan seguro ahora es si la representación ha tomado el rumbo de la tragedia o del auto sacramental. Con una televisión «más vulgar y vanidosa» que nunca, como ha llegado a señalar, Quintero no dispone del líquido con el que solía regar los gastos teatrales. Hasta Gervasio Iglesias, productor de películas de éxito como «La isla mínima» o «Grupo 7», ha debido abandonar el barco del Teatro Quintero después de una breve temporada intentando enderezar su gestión. Pero el bote se hunde cargado de baúles y arcones llenos de aire.
Lo decía el poeta sevillano Javier Salvago en su biografía: Quintero paga cuando tiene dinero, que en su simpleza es más que un chascarrillo con la firma de quien ha sido durante décadas su guionista de cabecera, el autor de las letanías y las bienaventuranzas más celebradas del presentador. El nudo del drama arranca cuando los destinatarios de los impagos se difunden por la corriente sanguínea: es el caso de sus dos hijas, Andrea, de 23 años, y Lola, de 19, quienes han demandado a su progenitor por dejación de funciones. Nacidas en los noventa de dos relaciones distintas, sus madres se hartaron hace mucho de la discontinuidad de los pagos del progenitor y han acudido a los tribunales para impedir que, en su insolvencia, dilapide el patrimonio que debieran heredar las muchachas.
A punto de ser embargado por impagos, Quintero debe hacer frente a una letra mensual que alcanza los 9.000 euros. Son palabras suyas registradas en el informe que acompaña al sumario de investigación por el caso Ausbanc, firmado por la Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal (UDEF) de la Policía. En él, Jesús Quintero está señalado en una de las conversaciones telefónicas captadas a Luis Pineda: «No tengo dinero, no tengo trabajo, mis hijas no pueden estudiar y me tienen denunciado por lo penal, es como acabar con mi vida. Me van a ejecutar en Cádiz, me van a ejecutar en Huelva, por favor, Luis, arregla esto ya, por favor te lo pido», le pedía a Pineda, hoy encarcelado por sus prácticas extorsionadoras.
Pocos podrían haber imaginado que ese Luis Pineda que fue entrevistado hace un lustro en «Los Ratones Coloraos», introducido por Quintero como un moderno Robin Hood, era quien los investigadores judiciales atestiguan. Es posible que tampoco lo supiera Quintero, incapaz de reconocerse ya frente a los grandes escaparates de la sevillana calle Tetuán, donde se refleja en cada paseo vespertino. Hay quien duda incluso de que tal reflejo exista, como de si un género paranormal se tratara. A esas horas, es en esas vías fantasmales de calles comerciales donde mejor adivina el melómano Jesús Quintero una ópera bufa, con la canalla noctívaga como elementos de su escenario.
Aquella entrevista censurada a José María García
Su despedida de la televisión fue con «La noche de Quintero», que se emitió en TVE en 2006 y 2007. La relación entre el presentador y la dirección del medio fue tormentosa. Primero, por sentar en el plató a Farruquito poco antes de su ingreso en prisión; luego, por impedir que entrevistase al ultraderechista Ricardo Sáenz de Ynestrillas. «Ahora sacan en cualquier programa a Otegi para tratarlo como si fuese una ursulina», lamentó con amargura un antiguo colaborador. La gota que colmó el vaso fue su charla con José María García, en la que el legendario radiofonista criticó con dureza a algunos intocables: empezando por Luis Fernández, entonces presidente del ente público. La desprogramación de aquella entrevista, calificada por los protagonistas como un «puro acto de censura», sacó a Quintero de televisión. Desde entonces, ha liderado proyectos de escaso recorrido en Andalucía e Hispanoamérica, pero la realidad es que los directivos de las televisiones le rehúyen. Un productor con decenios de experiencia en el sector puntualiza que «en parte, su ostracismo se debe al halo de incorruptibilidad que se ha ganado, que incomoda mucho sobre todo en las emisoras públicas». También que «no se haya adaptado a la televisión del siglo XXI».
«Me estás llevando a la locura»
Extracto de la llamada telefónica de Jesús Quintero a Luis Pineda, presidente de Ausbanc, el 19 de noviembre de 2015 a las 11:10 horas incorporada al sumario del “caso Ausbanc”
Luis (L): Sí, ¿dígame?
Jesús (J): Luis. Soy Jesús Quintero.
L: Hombre Jesús, ¿cómo estás?
J: Hombre, me van a ejecutar en Cádiz, me van a ejecutar en Huelva, por favor, Luis, arregla esto ya, por favor te lo pido.
L: Bueno, la semana que viene bajo a Sevilla.
J: Pero no digas semana ni semana, ni no semana, si tú tienes muchos debates, que ojalá puedas ir a todos los sitios y te lleves todo el dinero del mundo y que seas el hombre más feliz del mundo, es lo que te deseo, es que yo la impresión que tengo, Luis, es que quieres acabar conmigo. Me van a ejecutar, a partir de ahora pago 9.000 euros todos los meses, yo no tengo dinero, no tengo trabajo, mis hijas no pueden estudiar y me tienen presentadas denuncias por lo penal. Es como acabar con mi vida, con mi carrera, con mi prestigio. Luis, te lo ruego, dile a Pepe lo que sea ya de una vez, pero yo no puedo que me ejecuten esta gente el asunto, yo no puedo pensar, no puedo escribir, no puedo hacer televisión, no puedo hacer nada, tengo todas las puertas cerradas.
L: Bueno, Jesús, bueno, nos vemos muy pronto y resolvemos todo esto, ¿de acuerdo?
(...)
L: Yo no soy el banco.
J: Me estás llevando a la locura, me estás llevando a la locura. Y siento que me quieres mucho, me estás llevando a la locura, Luis, por favor te lo pido, y tienes aquí a un hombre que es delegado tuyo, que lo resuelva conmigo. Tú le dices sí o no. Le pides lo que sea, haz esto no hagas esto, haga esto, lo otro.
(...)
J: Pero que no hacen falta más reuniones, sino que tú se lo digas a Pepe.
L: No, no, claro que hacen falta reuniones, Jesús, yo no soy un banco. Yo no te he prestado el dinero. Tengo que hablar contigo. Es como si yo voy a poner el dinero para que te quiten los gastos.
J: Yo me he quedado en blanco, pero yo te he hecho unos trabajos, Luis, y ya está.
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