Rafa Nadal
Ninguna ex novia de Feliciano lópez tiene buen recuerdo de él
Son muchos sin la estabilidad del gran Rafa Nadal o lo que el hasta ahora picaflor Fernando Verdasco asentado con Ana Boyer. El más guaperas de todos, Feliciano López, las paseó de todos los colores, generalmente famosillas. Empezó con una entonces soltera Alejandra Prat, que, roto el encanto original, contaba y no paraba de cómo quedó hasta el moño de las imprevisiones del hoy campeonísimo. Luego se enredó con Lara Dibildos, otro encanto personal muy forrada. De su padre, José Luis Dibildos, aseguran que heredó 2.000 millones de pesetas y los derechos de los cientos de películas que había producido. Como Alejandra, empezó carrera con María Teresa Campos, siempre propiciadora de caras nuevas y más si tenían apellido famoso. Aunque discreta, contó y no remató, pero ofreció buen perfil del mozo. María José Suárez llegó a decirme que «tan solo me faltó amamantarlo. Es un niño grande muy caprichoso». Quizá fue eso lo que atrajo a Alba Carrillo en auténtico salto mortal, pirueta inverosímil, tras dejar o ser abandonada por Fonsi Nieto. Tuvieron un hijo. Algunos malpensaron que la rubita iba de trepa en pos del famoseo. Les parecía un cambio tan brusco en gusto sexual, apetencias y galanes de tan opuesta catadura. Porque relumbre aparte, son como la rana y el príncipe encantado. Los separa un mundo social y físico. El bello –Feli– y la bestia –Fonsi–. Poco duró el matrimonio con la guapa que, anticipándose a la entrega de Ana Boyer y Verdasco, se apresuró a ir tras él mundo adelante. Un par de campeonatos coincidimos en el vuelo y paseando por Miami, donde Alba daba rienda suelta a su ansia despilfarradora. No creo que hayan roto por eso. Tampoco por incapacidad adaptadora. Tras Fonsi Nieto, Alba ya estará acostumbrada a situaciones de todo tipo. Una luchadora que ya debe de andar buscando al siguiente. No le gusta perder el tiempo y corta es la vida.
Y es lo que otros hacen alertados por el libro de Nieves Herrero, nuevo fichaje en los tertulianos de «¡Qué tiempo tan feliz!», donde prescinde de pinganillo para que no la corten desde las alturas. Ella exhumó la historia extramatrimonial, sobrepasando al Caudillo, entre su «cuñadísimo» Serrano Suñer y la musa de Cristóbal Balenciaga, que fue la marquesa de Llanzol. Un escandalazo permitido en aquel tiempo, cuando existía más comprensión de lo que ahora reconocen. Muchos ministros franquistas tenían su querida entre las grandes damas del teatro y el cine. Y podría dar hasta una decena de nombres. Pepe Solís mantenía su sonrisa, gozando más que por estar tan próximo al Generalísimo. Doña Carmen Polo, tan estricta, tragó sapos y culebras al ver humillada así a su hermana Zita que, con Serrano Suñer, casi cohabitaba en El Pardo guiando la política española. Politicazo y aristócrata tuvieron a Carmen Díez de Rivera que, como de película, acabó enamorándose de su hermanastro, ignorando el parentesto. Eso inspiró una comedia maquiavélica de Emilio Romero titulada «Sólo el cielo puede juzgarme». En su estreno, con Vicente Parra, el público pateó más por inconsistencia escénica que ante la osadía de llevar al tablado a esa adúltera farsa. Ya han hecho película del libro y ahora preparan dos realities, uno dedicado a la marquesa infiel, para la que celestineó Balenciaga en sus salones, y otro centrado en la Carmen amargada que luego fue mano derecha –y no pasó de eso– como auxilio imprescindible Adolfo Suárez. Para que luego digan que Franco era inflexible con los suyos.
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