Casas reales
No quedan más infantes
El infante don Carlos tenía una de las genealogías más puras de Europa y, sin embargo, era de una sencillez proverbial
El infante don Carlos tenía una de las genealogías más puras de Europa y, sin embargo, era de una sencillez proverbial
Una vez fallecido el infante don Carlos no quedan más infantes de España varones. Sí varias infantas, que como sabemos son hijas de reyes y de príncipes de Asturias o bien quienes hayan recibido tal reconocimiento de parte del monarca.
La familia real de las Dos Sicilias ha sufrido la inesperada muerte de su jefe. Don Carlos, aunque infante de Gracia, era hijo de infante e infanta y nieto de infante y de Princesa de Asturias. Tenía una de las genealogías más puras de Europa. Y sin embargo, era de una sencillez proverbial. El hecho de que seis reyes, jefes de casa real como los duques de Braganza y muchos otros príncipes de la familia acudieran a su entierro con tal dolor demuestra que era una persona muy querida y de vida ejemplar.
La bandera de España que cubría su ataúd fue entregada a la princesa doña Ana, duquesa de Calabria, que tanto le ayudó en vida, compañera de luchas y alegrías, de victorias y sinsabores, siempre a su lado. Su viuda es princesa real por nacimiento pero lo es también por estilo y temperamento. Artista como tantos Orleáns, gran acuarelista, mujer culta y de enorme sensibilidad y firme carácter, merece un lugar de honor en la historia de esta casa real, la de las Dos Sicilias, acostumbrada al exilio como la misma casa de Orléans. Recuerdo que el infante don Miguel de Portugal, duque de Viseu, primo hermano suyo, me decía hace meses en Lisboa que admiraba profundamente a doña Ana. No es para menos. Ha sabido educar a cinco hijos en la rectitud y en saber que, ante varias opciones, la más sencilla es la mejor pero también sin que olviden que la dignidad es una virtud que nunca consiste en humillar al otro sino en dar ejemplo de modestia. Ayer, doña Ana hacía la reverencia ante el Rey Don Juan Carlos, en medio del dolor, y besaba la mano de la Reina Doña Sofía, como suelen hacer no sólo los varones sino también las mujeres de la familia ante quienes tan bien llevaron las riendas de España durante tantos años.
Pero fue impresionante ver como los cuatro reyes españoles allí presentes, en la imponente nave de la basílica del Escorial, se inclinaban ante el féretro con los restos mortales de Su Alteza Real el infante don Carlos de Borbón Dos Sicilias y Borbón Parma, duque de Calabria, conde de Caserta, jefe de la real casa de las Dos Sicilias, en póstumo homenaje a quien –si la historia de Europa hubiera sido otra– hubiera reinado en la Dos Sicilias con Nápoles como capital.
Don Carlos era un fiel y leal español de verdad, pero llevaba las Dos Sicilias en el corazón. Por eso no fue necesario que bandera alguna de ese antiguo reino figurase en las exequias. Los matrimonios de sus hijos son demostración de la europeidad de la familia: una española descendiente de los duques de San Fernando de Quiroga como duquesa de Noto, un español de una importante familia como esposo de doña Cristina, gran canciller de la Orden Constantiniana, un archiduque de Austria, príncipe de Hungría y Bohemia como marido de doña María, un miembro de familia marquesal italiana, los Carrelli Palombi di Raiano, para doña Inés, la pintora que ha elegido el camino artístico de su madre, un armador griego como esposo de doña Victoria, la amazona, que ahora viven en Londres. Una familia europea. Pero sobre todo, una familia española. Por eso, sus funerales han sido muy españoles y también muy regios porque don Carlos no sólo era de regia estirpe, sino de regio comportamiento.
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