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Plácido Domingo: «Se me ha ido una parte de mí»
Veinte días junto a la cama de Maripepa. Ha cancelado sus actuaciones desde mayo, pero busca una fecha ya en el Real tras la muerte de su hermana. «Tengo que seguir adelante y estar fuerte, aunque jamás pensé que esto llegaría», confiesa
No se ha separado del lado de su hermana, que falleció el pasado día 9 en el Hospital de Massachussets, en Boston. Ayer, en Madrid, habló a LA RAZÓN de su duelo.
El Hospital general de Massachussets es un edificio imponente. Grande. Un punto frío. Luce una fachada acristalada. Durante un tiempo, semanas que se han tornado en meses, días que han durado años, horas eternas, se ha convertido en la segunda casa de Plácido Domingo. Allí ha pasado mucho tiempo, aunque nunca demasiado. «Ahora tengo que recuperarme de los veinte días junto a mi hermana en el hospital», comentaba el jueves, en ese sanatorio modernísimo a donde toda la familia, como una piña se trasladó cuando la salud de María José Domingo se iba debilitando después de un proceso largo. Junto a su cabecera se turnaron hijos y nietos, su hermano, sobrinos. Todos. Hasta el día en que Maripepa, así la llamaban, falleció. Fue el 9 de junio. Ayer, el tenor habló con LA RAZÓN de su duelo, de esa pérdida inmensa «a la que nunca me voy a acostumbrar. Hemos pasado muchos años de nuestra vida juntos. Es ley de vida pensar que los padres se irán antes que uno, pero mi hermana... Toda la vida juntos, toda la vida», dice de una mujer a la que define como «extraordinaria, de una enorme simpatía, capaz de hacer todo por todos y que jamás se puso delante de nadie, sino que dejó pasar a los demás».
Ella y su hermano, dos años mayor, siempre mantuvieron una estrechísima relación, unión que se fraguó como un juego de niños. Cuando sus padres, los cantantes Plácido Domingo y Pepita Embil hicieron las maletas rumbo a México, los pequeños se quedaron en casa de una hermana de su madre, la tía Agustina, en Guetaria, Guipúzcoa. Sería más o menos por espacio de un año o año y medio. Crecieron como cualquier chaval en aquellos años aún en blanco y negro, duros. Unas fotos vestidos de vasquitos, él muy serio con bastón y una pipa, y ella ataviada con el traje y pañuelo a la cabeza, lo atestiguan: «Tendríamos cuatro y seis años calculo, antes de partir a México. Ya le digo, siempre juntos. Éramos hermanos, pero nuestra amistad era intensa. Fíjese que en todos estos años nunca jamás tuve ni un más ni un menos con ella. Ni un solo problema, pero así es la realidad, te da un golpe y se lleva a tu hermana adorada», lamenta.
Con el tiempo, a Maripepa le cogió el corazón el País Vasco: solía visitar siempre que estaba en España Guetaria y Zumaya. Disfrutaba en esa tierra fértil (mañana se oficiará una misa en su memoria en la Iglesia del Salvador a las 11 de la mañana). Después vendrían los padres a recoger a los críos y regresarían a México, ese país que el tenor ama (cuando aterriza y nos llega desde allí, da gusto escucharle ese deje dulce en la manera de «platicar») y en el que su hermana decidió quedarse a hacer la vida. Allí conoció a un joven, Alfonso, formalizó su relación y se casaron. Tuvieron cuatro hijos, José Luis, Pili, Maite y Alfonso que le dieron seis nietos, Rodrigo, Francisco, Andoni, Paola, Constanza e Iker. Dicen quienes conocen bien a la familia que no hay nada que le gustara más al tenor que pasar el mes de agosto en la casa que tiene en Acapulco, en México. Todos. Ella era de una discreción absoluta, divertida, amable, con una elegancia natural. Entrañable. Jamás puso su apellido por delante o se hizo valer apelando al hermano famoso. Nunca. Huía de las fotos. Ella no era la protagonista. Ése no era su mundo. Una de sus hijas, Maite, es actriz.
El abuelo descubre el «selfie»
Hoy no llora Radamés, ni Simon, ni don José, ni Florestán; tampoco Edgardo, Alfredo, Andrea Chenier, Canio, Manrico o Rinuccio. Hoy, quien derrama lágrimas en silencio es Plácido, el hermano herido, fieramente humano. Habla bajo y no hay un atisbo en su rostro de sonrisa. Padre, esposo, abuelo, tío antes que el mejor tenor de todos los tiempos, como lo bautizó la publicación «BBC Music» en 2008. Su nombre estaba a la cabeza, mientras él, honrado y respetuoso, prefería situar a Caruso.
Seguimos hablando: «Es el revés más duro que he sufrido. La muerte de mis padres, también lo fue, por supuesto, pero ellos, por ley de vida se tenían que marchar antes, es esa lógica a la que nos aferramos por cuestión de la edad. Ha sido todo tan rápido que no te puedes hacer a la idea de un momento a otro. Necesito tiempo, aunque sé que jamás me acostumbraré. Ella estará presente todos los días de mi vida». Para, toma aliento: «Se me ha ido una parte de mi vida». Maripepa no se aparta de su pensamiento.
«Es tremendamente accesible y humano. Y detrás del hombre está el artista, pero siempre detrás del hombre», comenta una persona cercanísima a la familia. No hay más que echar un vistazo a su Facebook, donde es absolutamente activo. Ahí dio al mundo la dura noticia del fallecimiento de su hermana, la única que tenía. Allí se puede rastrear su vida en imágenes, algunas muy divertidas. El abuelo descubre lo que es un «selfie» junto a una de sus nietas en una foto en blanco y negro. El abuelo toma en brazos a Plácido IV, recién nacido, en compañía de Plácido III, su hijo, y del tenor, Plácido II (quien inaugura la saga es el padre del cantante, Plácido I, no se pierdan). El abuelo presume de nietos, Plácido y Álvaro en la presentación de «Il postino», ópera de Daniel Catán que no pudo cantar en su presentación en Madrid y mira divertido cómo saluda el pequeño cuando acaba la función. Orgulloso en la boda de su nieto Dominic. Es el padre que presume de hijos: José Plácido, Álvaro y Plácido, en una reunión distendida (cada foto de sus hijos va acompañada siempre por esta frase: «Me siento bendecido»). Sonríe feliz junto a Marta, su segunda y querida esposa («Me siento bendecido», escribe también). El forofo del Madrid saluda a Ronaldo, abraza a Casillas y se fotografía con Florentino Pérez luciendo camiseta blanca. Y el hombre que ha recorrido el mundo entero varias veces muestra con orgullo cómo un Airbus lleva estampado su nombre en letras anaranjadas. El maestro también está presente: con Mirella Freni, con el amigo Barenboim, junto a Berganza, Netrebko, Nino Machaidze, Kauffman, Villazón. Imposible enumerarlos a todos.
Su cuenta se ha llenado estos días de mensajes de aliento («La familia siempre permanece unida y con esperanzas», rezaba junto a una imagen de los Domingo en una estación del suburbano). Cuando parecía que la mejoría era un hecho, la esperanza se multiplicaba en cada pequeño homenaje. Después de la muerte de Maripepa recibe cada día cientos de mensajes de ánimo. El suyo, por ahora, está bajo. En mayo canceló las representaciones que tenía. Cayeron así las funciones de «Nabucco» en la Ópera de Viena y «La traviata» en Londres en mayo (se fotografió a las puertas del Hospital de Massachussets con el rostro serio), «Simon Boccanegra» en junio y hace un par de días «Gianni Schicchi» en el Teatro Real: «Si hubiera sido otro papel dramático lo habría intentado, pero éste...», explica.
Ha cumplido 74 años en enero. Este golpe ha sido un terrible mazazo para el hermano. Para el cantante, también. Sus cancelaciones se pueden contar con los dedos de la mano: algún problema puntual en la voz, un cáncer de colon en 2010 y una embolia pulmonar tres años después, que le obligó a no pisar el escenario del Teatro Real con «Il postino» . «Ahora me siento arropado como padre, esposo, abuelo. Todos están a mi lado. Y vamos a salir adelante, claro. Tenemos que continuar porque forma parte de la vida». Y cuando está solo, ¿qué piensa ahora Plácido que hará mañana? «Nos ha hecho y me ha hecho recapacitar y pensar sobre muchas cosas. Le damos a veces importancia a tantos asuntos que no la tienen... Yo tengo que continuar con mi vida, es lo que he pensado siempre, seguir adelante. Pero he reflexionado, sí». La familia Domingo es una piña. Rezan por la hermana, la madre, la esposa, la abuela que se acaba de marchar. Plácido, recuerda. Y coge fuerzas. Quizá, quién lo sabe, piense en su futuro.
«Te quiero, Gordita, con toda mi alma»
El día 10 el tenor anunció la muerte de su hermana
Es con mi más profunda tristeza que anuncio el fallecimiento de mi adorada hermana María José. Ella nos dejó ayer a las 7.45 de la noche en el Massachusetts General Hospital, de la ciudad de Boston, rodeada por toda su familia.
La sobreviven su devoto marido y mi cuñado Alfonso, sus 4 increíbles hijos, José Luis, Pili, Maite y Alfonso, 6 hermosos nietos, Rodrigo, Francisco, Andoni, Paola, Constanza e Iker y sus respectivos y extraordinarios padres Mónica, Francisco y Marcela.
Descansa en paz, María José, y que Dios acoja tu preciosa y generosa alma en el cielo. Serás tremendamente extrañada y sé que nuestros queridos padres hubieran estado tan orgullosos de ver lo cuidadosa, devota y sobre todo, como sin una pizca de egoísmo llevaste siempre tu vida, pensando y poniendo a todos los demás antes de ti. Te quiero Gordita con toda mi alma. Tu hermano ... Plácido.
Agradezco a todos vuestra amable consideración y comprensión mientras nuestra familia está viviendo estos momentos de pena.
Las cómodas zapatillas de andar por casa
Los padres de Plácido y María José fueron una pareja de cantantes de zarzuela. Ella, Pepita Embil Etxaniz, nació en Guetaria, Guipúzcoa, en 1918 y falleció en México en 1994. Él, Placido Domingo Ferrer (cuerda de barítono, admirador de Miguel Fleta) vino al mundo en 1907 en Zaragoza y falleció en 1987 en México. Se casaron en 1940. El hijo, Plácido, dicen que sacó los genes maternos de una mujer tan entrañable como encantadora, con ideas muy claras. Por ejemplo, las zapatillas de andar por casa siempre las compraba en una zapatería de la parte vieja de Guetaria. «Y eso él lo ha mamado. Tiene su mismo don de gentes», aseguran quienes han compartido muchas horas con la familia. Siempre estuvo muy presente en su carrera: cuando acababa una función, como los toreros, la llamaba. Y ella le decía con cariño: «Este hijo mío que es vocalista...». En 1988 San Sebastián le rindió un homenaje a Pepita. Allí estaban sus dos orgullosos hijos para arropar a la madre, ya viuda.
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