Teatro
Albert Boadella: «Los antitaurinos son literariamente muy violentos»
Albert Boadella / Director teatral y actor.. Dice adiós a los Teatros del Canal después de ocho años y repite en su despedida con un «Don Carlo» de Verdi en El Escorial que el curso pasado le dio muchas satisfacciones. Siempre ha dicho lo que piensa. Ni se esconde ni le amedrentan quienes quieren callarle. Bueno es el bueno de Albert
Dice adiós a los Teatros del Canal después de ocho años y repite en su despedida con un «Don Carlo» de Verdi en El Escorial que el curso pasado le dio muchas satisfacciones. Siempre ha dicho lo que piensa. Ni se esconde ni le amedrentan quienes quieren callarle. Bueno es el bueno de Albert
Albert Boadella es uno de esos hombres raros a los que admiramos tanto por su incandescente talento como por su coraje cívico y valentía. El creador de Els Joglars, historia viva del teatro español, termina una fructífera etapa al frente de los Teatros del Canal y acumula nuevos retos. Otros ruedos y otras plazas aguardan al maestro.
–Alguna vez explicó que la gran frustración de su vida fue no ser torero...
–Una frustración inalcanzable. Nací en una tierra donde se criaban muchos cerdos, pero no toros, con lo que mi punto de partida ya fue fatal. Aparte, soy de naturaleza física cobarde. Supongo que eso también me salvó de algún ridículo. Hablo de frustración porque la tauromaquia es el arte más impresionante que conozco. Incluso por encima del teatro.
–Bueno, sí ha lidiado otra clase de toros, y se la ha jugado.
–No por voluntad propia. A diferencia del torero, que incluso tiene el placer de enfrentarse con un bicho que desea acabar con él, yo he practicado mi profesión tan bien o mal como pude y, a medida que avanzaba, me encontré, digamos que simbólicamente, con unos toros pesados, otras veces novillos, pero siempre feroces. No tuve otro remedio que aprender a lidiar.
–¿Conserva cicatrices?
–En ocasiones el toro me ha cogido. Una vez acabé en la cárcel y tuve que escaparme. Otras, los he lidiado de forma más o menos correcta. Pero mi encuentro con esos toros siempre fue accidental.
–Hablemos de otros accidentes. Como el del niño que cayó al foso de los gorilas y hubo quien a punto estuvo de solicitar que disparasen al niño antes que al gorila...
–Una de las contrapartidas de la sociedad del bienestar es que ha creado mucho blandengue. Gente que vive de una cierta cursilería mental, imbuida de un sentimentalismo despreciable respecto a los animales. Consideran al animal a la misma altura que al ser humano. Eso es una aberración. Al animal hay que tratarlo como tal, lo contrario sería una vejación. Ahora, situar a las personas a la misma altura que a los animales constituye una vejación inmensa para el género humano.
–Pues esa forma de «pensamiento» goza de buena salud.
–Crece día a día, de forma patológica. El alejamiento de algunas personas respecto a la realidad genera una peligrosísima fantasía en cuanto a la consideración del ser humano. En España lo vemos en la ferocidad de los antitaurinos, literariamente muy violentos. Un problema moral bastante serio. Cualquiera que piense que el gorila estaba antes que el niño requiere de tratamiento psíquico urgente. Me pregunto si es cierto que la realidad, cuando coquetea con el desvarío, resulta intratable para la ficción. Pienso en esa posible y última versión del Ubú que le reclaman sus amigos. Pujol ha hecho la cuarta versión del Ubú de forma insuperable. Hombre, yo sí comprendía el lado manguis del personaje, por eso salían aquellos niños con las maletas, pero su confesión me dejó perplejo. Con ella puso una guinda inalcanzable.
–¿Lo de Pujol fue un caso de delirio colectivo?
–Respecto a Pujol hay que analizar lo que sucedió fuera de Cataluña. En Madrid, bueno, en eso que en Cataluña tanto les gusta llamar Madrid, el centro neurálgico, político y cultural de España, hasta hace poco creían que Pujol era un hombre de Estado. Aparecía en los medios, cuando nadie deseaba destruir con mayor precisión y ferocidad el Estado. Y casi lo que ha conseguido. Su astucia para engañar a ese simbólico Madrid fue extraordinaria. Si hasta recibió la Orden del Mérito Constitucional. Le hubieran podido nombrar cualquier cosa, no sé, Grande de España. Y aquí está el núcleo del problema. Desde el resto de España nadie vio lo que sucedía en las escuelas y en los medios de Cataluña. Ahora los españoles se han encontrado de golpe, en dos años, con una Cataluña sorprendente, pero a quienes vivíamos no nos sorprendió en absoluto.
–Corría el año 94 y usted ya avisaba contra el fundamentalismo folclórico, por ejemplo en un artículo que publicó «El país».
–Lo titulé «El virus». Avisaba de que se estaba incubando un virus artificial. Aunque el catalanismo había quedado como algo residual, se revitalizaba, lo que podía ser letal para España...
–En aquel 94 Maragall todavía era alcalde de Barcelona y, sin embargo, ¿la posterior deriva del PSC hacia el nacionalismo supuso una gran decepción?
–Fue el golpe más duro. Si el PSC hubiera mantenido la dignidad no estaríamos como estamos. Lo traicionó todo. Incluidos sus ideales, los valores propios del socialismo, para pasarse al adversario. Esto desencadenó una decepción a la que respondimos unos cuantos con la creación de Ciudadanos. No hubiera aparecido si el PSOE o el PP en aquella época hubieran hecho frente al nacionalismo. Y el problema subsiste en el PSOE, dividido en este tema.
–Retoman la idea de un hipotético estado federal asimétrico.
–Sí. Un federalismo a la medida de catalanes y vascos. Primero constituimos la federación vasca y catalana y luego ya iremos haciendo el federalismo. Resulta tan ridículo, es una impostura tan notable que alguien piense que podemos creérnoslo, que creo que nos toman por débiles mentales.
–Una impostura...
–El otro día vi a alguien del PSOE hablando de singularidades. ¡Pero cómo se atreven a hablar de singularidades! Todos los españoles tienen singularidades. Todos los pequeños pueblos tienen singularidades. Todas las regiones. Entonces, qué significa, ¿que tienen más que otros? Me parece insultante. Hablar de hechos diferenciales y singularidades, y más en el momento actual en el que los ciudadanos de Madrid, Barcelona, de París o de Marsella no se distinguen en nada, en nada suficientemente importante... Hombre, si estuviéramos hablando de una cuestión religiosa, si fueran islamistas, podría entender algo, pero es que hablamos de la misma cultura, la misma historia conjunta. Qué gran desfachatez. Es mejor que hablen de dinero, que ellos quieren unos privilegios. Eso es ya otra cuestión. Una que afecta a la igualdad del conjunto de los españoles. Pero no vengan con el cuento de rasgos diferenciales.
–Los rasgos diferenciales que tratan de acentuar son positivos.
–Me apuntaría a un nacionalismo que dijera que nosotros somos los más tontos de Europa. Entonces a lo mejor sí, porque quizá pensaría que están dispuestos a entender, a admirar a los demás.
–Y yo, que soy de Valladolid, ¿no tengo derecho a decidir?
–Mire, en Valladolid no hay hecho diferencial. Ustedes sólo son españoles, una cosa así como amorfa.
–¿Y qué opina de persecuciones como la que sufrió hace poco Pemán?
–Un revanchismo inútil que no conduce a nada bueno. Excepto, tal vez, al suicidio de este país. Pretenden borrar la historia, que existe y debemos asumir. En todo esto tiene una responsabilidad importante Zapatero. Alimentó aquellos sentimientos de revanchismo, que entonces eran residuales, pero, claro, si pinchas siempre aparecen. Sucede con la Guerra Civil. Aunque, como la ganó Franco pues hay que hacer algo para ganarla un poco.
–Ganarla de forma retrospectiva...
–A los socialistas habría que recordarles que fueron ellos los que asesinaron a Calvo Sotelo. La actitud del PSOE durante los meses que gobernó el Frente Popular fue brutal. Está llena de excremento. Si empezamos así no acabaríamos. Nadie está libre de culpa.
–De «La torna» a «Teledeum» y también los ataques nacionalistas, ¿cómo se las arregla uno para mantenerse en la diana?
–Cuando uno dice lo que piensa y hace aquello que piensa, al menos yo, en mi teatro, en mi profesión, y también cuando te preguntan, pues surgen unos adversarios, voluntarios siempre, que están en desacuerdo. A veces de forma elegante. En otras ocasiones dispuestos a acabar contigo. Supongo que es consecuencia de no autocensurarme demasiado.
–No, la autocensura no parece uno de sus fuertes...
–He estado ocho años en un cargo público, director de los Teatros del Canal, sabiendo que un cargo público tiene que responder a una serie de cosas, y a veces debe taparse la boca. He vivido con una responsabilidad pública y mi parte asilvestrada como artista la mantuve algo mitigada. Por eso me marcho. Me lo he pasado fantásticamente. Nadie me ha dicho nunca lo que tenía que hacer. El gobierno de la Comunidad ha sido exquisito. Pero llegó un momento en que necesitaba hacer y decir otras cosas.
–Y contésteme, ¿a qué responde el auge del populismo?
–La vida es pendular. Tiene estos retrocesos. Responden al lado reaccionario de nuestra existencia. Un embite del aspecto más reaccionario de una sociedad, disfrazado ahora de izquierda, de revolución. España lo vivió con el Frente Popular en el 36. Si el PSOE se uniera a Podemos con IU volveríamos a tener un Frente Popular, con unas circunstancias diferentes, pero el impulso es el mismo, la repetición histórica de cosas que han tenido fracasos inmensos, y genocidios... Esa vuelta a lo destructivo de la historia forma parte del género humano. Así que no, no me escandalizo. Casi me extraña que haya tardado tanto. Los años pasados hasta ahora han sido formidables. Desde la Transición hasta llegar a este fenómeno de la explosión del nacionalismo y el populismo de Podemos hemos pasado los años mejores de nuestra historia y fuimos relativamente felices.
–Hábleme de sus proyectos.
–Trabajo en un libreto de una ópera sobre Picasso. Lo tendré en agosto. Y dirigiré esa ópera. La próxima temporada tengo una intervención en los Teatros del Canal para recuperar mi trabajo como actor, «El sermón del bufón». Y sí que me he pasado un poco a la música. En el Canal se vio desde la fiesta de inauguración, con una juerga sobre Verdi, y luego «Amadeu», y «El pimiento Verdi», y después «Don Carlo». En esta cuenta atrás pretendo potenciar mi trabajo conectado con la música, otra de mis frustraciones.
¿Mar o montaña?
«Montaña», Boadella lo tiene claro. Allí es donde se pierde para crear y ensayar sus obras. Nada como su casa en el Ampurdán, en el interior de Gerona, para dejar libertad a la mente.
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