Literatura

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«Lorca es la cerradura que me abre la puerta de la poesía»

Autorretrato poético con música. flamenca de fondo

«Lorca es la cerradura que me abre la puerta de la poesía»
«Lorca es la cerradura que me abre la puerta de la poesía»larazon

Autorretrato poético con música

flamenca de fondo

La música de fondo en el trasiego tiene el timbre de Antonio Mairena, se escucha certero el martinete y a Chano Lobato se le inundan de mar los bolsillos. Lutgardo García Díaz (Sevilla, 1979) estrena en «La llave misteriosa» el tapiz sonoro de sus días, con la claridad de una poética sencilla y armoniosa donde cabe desde el goce del amor hasta el espanto de la muerte.

–¿Cómo se llega de Vallejo a Bach?

–Bueno, al fin y al cabo ésa es «La llave misteriosa». La música y las artes tienen estas llaves que nos van llevando de un lugar a otro. Poco a poco se van encontrando conexiones en la luminosidad, en la claridad expresiva de Bach, pero cuando uno escucha a Manuel Vallejo también se acuerda de esos compositores.

–¿Dónde guardaba esa llave?

–Estaba y está, la encuentras cada vez que una persona se acerca a un disco de flamenco, a una grabación o a una actuación y encuentra algo de verdad.

–Eso también está en Lorca y Manolete, que aparecen en el libro.

–Los vínculos de Lorca con el flamenco están claros y la presencia de Manolete es también el retrato de una época. Es un poema un poco al estilo de Ezra Pound, de sus cantos, en los cuales están aconteciendo cosas a la vez: la explosión de Cádiz, la tragedia de Manolete, que se la cuentan a un tío mío, y el triunfo de Manolo Caracol con su espectáculo «Zambra 1947» con Lola Flores.

–¿De qué manera se le posa Lorca a un niño de catorce años?

–La poesía es revelación y llego a ella por Lorca, que se me aparece con esa edad. De niño tuve la suerte de que había en casa un libro suyo que mi padre me leía a veces, el «Romancero Gitano». Aquello de «La luna vino a la fragua/con su polisón de nardos. /El niño la mira, mira./ El niño la está mirando». Todo eso estaba en el fondo del armario y cuando comienzo a leer de adolescente, Lorca es la cerradura que me abre la puerta de la poesía. Luego uno se olvida de eso, pero el sustrato siempre está aquí.

–¿Cuánto tiene este libro de «Poema del Cante Jondo»?

–Tiene mucho pero el enfoque no es el mismo porque es más íntimo. Creo que Lorca ahí quiere retratar a unos cantaores, a un tiempo, pero aquí me retrato yo. Es un autorretrato con música al fondo, que es el flamenco.

–Un flamenco que en este libro aparece luminoso en los retratos y escenas, que no es el oscuros de la pena, de la tragedia, de la muerte.

–Para mí, el flamenco y la poesía son dos estados de gracia. Es la sublimación de la realidad y a mí me transporta al mejor yo, a los mejores espacios de mi personalidad, de mi gozo, pero no es un libro de flamenco. Es un libro de poemas sin tener un enfoque etnológico o musicológico.

–Explíqueme el eje Jerez-Sevilla-Londres que sale en el libro.

–Pues para mí tiene mucho de misterioso porque Antonio Mairena, que es una figura importantísima en el cante y que tiene una presencia destacada en el libro, reconoce a Jerez como una de sus principales referencias flamencas. En los primeros años de su vida artística no los conocía hasta que fue a escuchar a esos viejos gitanos jerezanos e incorpora sus cantes. Para él, Londres es mítico porque allí le pasan cosas. Allí hace su primer disco de flamenco, aunque antes hizo otros más comerciales donde había canciones por bulerías, fandanguillos, pero allí es donde él hace el disco de flamenco que más le gusta. Además, allí sucede una cosa que me cuenta una persona que falleció, que también aparece en el libro, y que es Javier Molina...

–Cuénteme la anécdota de Mairena y la niebla de Londres.

–Javier Molina, gran señor, ganadero, hermano mayor de Los Estudiantes y amigo mío en los últimos años de su vida, estaba en Londres por motivos profesionales y pudo a ver a la compañía de Antonio el bailarín y presenciar cómo Mairena canta sus maravillosos caracoles. El público se pone a aplaudir enfervorizado, con lo que Antonio se quedó un poco cortado por el éxito del cantaor que iba sólo a acompañarlo. Aquello le impresionó mucho a Javier, que tuvo la suerte luego de cenar con ellos en el restaurante Speranza donde escucha a Mairena en directo.

–A Javier Molina le dedica un bellísimo poema.

–Era una persona extraordinaria. Se escribió casi de cuerpo presente con los recuerdos de Javier muy vivos. También hay una anécdota, porque él siempre me decía que fuera a una finca suya donde tenía una sorpresa para mí. Al final no pude ir, por eso escribo que espero reencontrarme con él en algún momento y que me diga qué era esa sorpresa.

–Hábleme de la métrica de libro.

–Personalmente, donde más a gusto me siento es en el alejandrino y el endecasílabo. En este libro quise huir de cualquier detalle que pudiera parecer castizo con respecto a la métrica. De hecho creo que no hay ningún octosílabo. Pienso en alejandrino o en endecasílabos cuando me enfrento a la poesía.

–Como en ese verso en el que Chano Lobato tiene el mar metido en los bolsillos. ¿Cómo se llega a esa imagen?

–Es que Chano Lobato tenía la frescura, la claridad y la luz de mar de Cádiz. Lo veía así, pero no sé explicar las metáforas porque un día llega y la construyes. No hay más.

–¿Ha cambiado mucho ese niño de catorce años que un día descubrió a Lorca?

–Pienso que no porque la sorpresa es la misma y el afán por descubrir voces nuevas es el mismo.