Federico García Lorca
Paseando por la Barcelona de Lorca
Algunos rincones de la capital catalana todavía recuerdan el paso por la ciudad del poeta en el 80º aniversario de su asesinato
«En cambio Barcelona ya es otra cosa, ¿verdad? Allí está el Mediterráneo, el espíritu, la aventura, el alto sueño de amor perfecto. Hay palmeras, gentes de todos países, anuncios comerciales sorprendentes, torres góticas y un rico pleamar urbano hecho por las máquinas de escribir. ¡Qué a gusto me encuentro allí con aquel aire y aquella pasión! (...) Además, yo soy catalanista furibundo, simpaticé mucho con aquella gente tan construida y tan harta de Castilla». Así se refería Federico García Lorca, en una carta a su amigo Melchor Fernández Almagro, a Barcelona, una ciudad importante en su biografía humana y literaria. Hoy, cuando se cumplen 80 años del asesinato del autor de «Bodas de sangre», hemos querido visitar aquellos rincones barceloneses en los que todavía se puede percibir su paso.
Lorca visitó Barcelona en varias ocasiones, siendo la primera en 1925 cuando le invita su amigo Salvador Dalí a pasar unos días en Cataluña. En aquella ocasión apenas estuvo unos días en Barcelona, pero tuvo tiempo de conocer, gracias a Dalí, el Ateneu Barcelonès (Canuda, 6). Allí leyó, ante a un restringido grupo su «Mariana Pineda», en aquel entonces una inédita obra de teatro. Allí también tuvo un curioso encontronazo cuando uno de los viejos socios de la institución le espetó un «¿de dónde es, joven?», como si se tratara de un turista extranjero. La respuesta de Lorca estuvo a la altura: «Soy del Reino de Granada».
El poeta volvió a Barcelona durante el verano de 1927. Su manera de informar a Dalí de que había llegado a la ciudad fue retratándose por un fotógrafo callejero en la plaza Urquinaona. Lorca retocó la imagen y, además de escribir «Hola hijo! Aquí estoy!», incorporó una serie de elementos dibujados por él que lo hacían retratarse como un San Sebastián. Por cierto, la plaza está tan cambiada que es imposible identificar el lugar exacto en el que fue retratado.
Siguiendo nuestra periplo, una mención especial la merece el Teatre Goya (Joaquín Costa, 68). Una placa recuerda que fue allí donde pudo estrenar el 24 de junio de 1927 «Mariana Pineda», protagonizada por la que fue su actriz fetiche, Margarita Xirgu, y con decorados de Dalí. Para Lorca fue el primer paso para construir su carrera como dramaturgo con un texto con el que logró uno de sus primeros éxitos. No cuesta mucho imaginar al granadino entrando por la puerta del Goya para asistir emocionado a los ensayos de su obra o a Dalí ansioso por ver cómo se materializaba en escena lo que había dibujado. Era emocionante.
La Llibreria Verdaguer
Entre el Ateneu y el Goya tenemos las Ramblas y Lorca sentía una especial debilidad por este paseo, por el que le gustaba andar. En 1925, cuando le conoció por primera vez, casi frente al Liceu estaba situada la Llibreria Verdaguer, un establecimiento dirigido por Anselm Domènech, tío de Dalí. Aquí llegaban las publicaciones de vanguardia que se hacían en París y aquí se vendía también «Gallo», la revista que lanzaron Lorca y sus amigos granadinos en 1928. El poeta visitó este establecimiento en numerosas ocasiones y se hizo buen amigo de Anselm. Pero las Ramblas, para Lorca, también era un paseo único, hasta el punto de que quiso rendir homenaje a sus floristas en 1935, cuando estrenó en Barcelona su obra «Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores». A ellas les dedicó una función en la que leyó unas sentidas palabras: «La calle donde viven juntas a la vez las cuatro estaciones del año, la única calle de la tierra que yo desearía que no acabara nunca, rica en sonidos, abundante de brisas, hermosa de encuentros, antigua de sangre, la Rambla de Barcelona».
Algunos hoteles de la capital catalana fueron alojamiento del autor de «Romancero gitano» o «Bodas de sangre» durante su paso por la ciudad. En uno de ellos, en el Ritz –hoy Hotel Palace, en la Gran Via de les Corts Catalanes, 668–, tuvo lugar el 16 de diciembre de 1932 una lectura de la conferencia «Nueva York en un poeta». Entre el público de aquel acto, organizado por el Conferencia Club, estaban algunos de los autores más importantes de las letras catalanas, como J.V. Foix, Sebastià Gasch, Guillem Díaz-Plaja o Ignasi Agustí.
Otro hotel, el Majestic (Paseo de Gràcia, 68), fue el hogar de Federico García Lorca durante su paso por la capital catalana en el otoño de 1935. Fue aquí donde recibió a amigos, trabajó en algunos de sus textos y donde se separó de Rafael Rodríguez Rapún, por entonces su pareja sentimental. Pero el hotel fue también testigo de los triunfos del poeta, hasta el punto de que los intelectuales y artistas catalanes le dedicaron aquí un banquete el 23 de diciembre de 1935.
En ese mismo año, en el mes de noviembre, volvió a leer los entonces inéditos versos de «Poeta en Nueva York», en esta ocasión en el restaurante Set Portes (Paseo de Isabel II, 14). Una placa recordaba ese hecho en este local –y escribo «recordaba»– porque la semana pasada un portavoz del Set Portes aseguraba que había sido retirada por un tiempo.
Nuestro paseo lorquiano barcelonés acaba en un rincón del cementerio de Montjuïc. A Lorca, tan obsesionado con la muerte, no le hacía mucha gracia visitar estos espacios, pero hasta aquí fue el 14 de diciembre de 1935 para homenajear a Isaac Albéniz. Ante la tumba del compositor, tan íntimamente ligado con Granada y Manuel de Falla, el poeta leyó, acompañado de Margarita Xirgu y varios amigos, un bellísimo soneto escrito en el Hotel Majestic: «Esta piedra que vemos levantada/ sobre hierbas de muerte y barro oscuro/ guarda lira de sombra, sol maduro,/ urna de canto sola y derramada».
Todos estos espacios invitan a pasear con un libro de Lorca bajo el brazo pensando que sus versos reviven aún en Barcelona.
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